A causa del permanente sabotaje a la economía venezolana perpetrado por parte del empresariado venezolano que fabrica alimentos y productos de primera necesidad, y luego los encarece, acapara o desaparece para triplicar sus precios, buena parte de la población ha creído que esta carestía es real. Muchos han caído en la trampa, haciendo largas colas en mercados o hipermercados como Makro, yendo dos y tres veces en un día para llevarse determinados insumos y revenderlos; padres y madres envían a sus hijos o parientes a hacer largas colas, para luego colocar estos productos en barrios, o si viven en zonas fronterizas como Táchira o Zulia, los sacan del país y así dañan las economías de ambos países --en este caso de Colombia y Venezuela--; y de paso se pervierte a las personas, convirtiéndolas en piezas de un juego ilegal de contrabando masivo, donde familias enteras se movilizan hacia las fronteras en camionetas y buses para revender los productos (fenómeno conocido popularmente como “bachaqueo”, por la cantidad de personas que intervienen, haciendo lo mismo), con la anuencia de funcionarios corruptos en las fronteras. Así como se van corrompiendo las personas, a la vez pierden éstas su capacidad de razonar claramente para analizar las situaciones, guiándose por impulsos elementales; se produce un proceso de tergiversación de la realidad; en este caso, se aprovecha una crisis creada artificialmente para convertirla en lucro fácil.
Y así en todo. Del mismo modo que ocurre con productos de primera necesidad, puede ocurrir por ejemplo con la educación, pagando títulos universitarios con dinero. Cuando la educación se reduce a tener un título para ingresar en el “mercado de trabajo” todo está perdido. Cuando para buscar un trabajo hay que tener una “palanca” o alguien que te “enchufe” en un cargo y todo se logre en base a “contactos” o influencias partidistas, las relaciones interhumanas se van deteriorando.
Ocurre con las riquezas personales de tantos empresarios opulentos fabricadas en base a la explotación de obreros, a la vez crea una casta de trabajadores cercanos a los jefes, personas serviles que laboran ya como capataces de hacienda o jefes de personal, subdirectores, asesores, etcétera, y le hacen juego al “poder” económico, cuando no es más que una desviación ideológica del verdadero concepto de trabajo productivo, generador de bienestar y solidaridad humana.
Hago este prolegómeno a propósito del progresivo deterioro social a que ha pretendido someterse el pueblo venezolano, sobre todo las clases trabajadoras y estudiantiles. En buses, camionetas y transportes colectivos he podido calibrar cómo choferes, estudiantes, madres expresan sus opiniones abiertamente con bastante dolor o agresividad, según el caso; muchos pasan de la diatriba o de frases chocantes a enfrentamientos verbales entre ellos, la mayoría sin base, sino puramente circunstanciales, influenciados por noticias tendenciosas o por mentiras repetidas mil veces por los medios de comunicación, por donde se cuelan todo tipo de distorsiones políticas y sociales. Por ejemplo, que el gobierno hizo fraude en las elecciones cuando ganó Hugo Chávez o Nicolás Maduro; o que el gobierno infiltró vándalos entre los estudiantes para generar violencia contra la oposición; o cuando el gobierno toma medidas para controlar los altos precios se dice que son medidas injustas contra los empresarios o importadores. Incluso se llega a pensar que los productos, mientras más caros, mejores son. O si el gobierno interviene bancos porque malversan los fondos de los ahorristas o tienen falta de liquidez, eso significa que el gobierno quiere implantar un gobierno comunista del tipo cubano. En fin, cuando la gente pierde la capacidad de razonar acerca de lo que le afecta directamente, va y le echa al gobierno la culpa de todo, desde un hueco en la calle hasta la lluvia que generó circuitos en una planta eléctrica, y hasta la muerte accidental de cualquier persona en la calle es culpa del gobierno.
Si el gobierno incurriera en el error de responder con violencia para reprimir el hampa, creando escuadrones de exterminio para acabar con ladrones o criminales, el país se convertiría en una suerte de Lejano Oeste, donde todo el mundo haría justicia por mano propia. La policía se prostituiría; el país se militarizaría y desembocaríamos en algo similar a lo que ocurre en México o Colombia: la violencia institucionalizada, un canon del crimen se impondría como algo normal en el conjunto de la sociedad y entonces nos convertiríamos en peones del miedo, en personas amordazadas y sin ninguna libertad para hablar o actuar. No por casualidad en México y Colombia cuentan con el mayor número de periodistas asesinados en todo el mundo. Por ejemplo, la paz en Colombia es, en cierto modo, una falsa paz: apenas alguien abre la boca para decir lo que piensa, lo acallan o lo eliminan. Y Venezuela no puede llegar a esto.
Durante los gobiernos copeyanos o adecos, si salían los estudiantes a protestar, les caían a plomo o los desaparecían. Y a los obreros o a los trabajadores lo mismo.
Los gobiernos de Chávez y Maduro se han negado sistemáticamente a reprimir estudiantes. Han tolerado guarimbas, insultos, mentiras, descalificaciones personales como ningún otro gobierno. Chávez fue demasiado indulgente con un montón de plumíferos de pacotilla que se hacían llamar periodistas o escritores; soportó hasta lo imposible calumnias personales públicas como ningún otro gobernante en este u otro país. Maduro ha soportado otro tanto, pero con Maduro han sido más duros, justamente porque Maduro ha creído que llamando a la conciliación y a la paz, iban a ser más comprensivos con él, al parecer, se equivocó. Le han tirado con todo, le han dicho de todo, menos bonito. Ni siquiera le quisieron reconocer el triunfo en las elecciones presidenciales.
Con mucho esfuerzo, Maduro logró (logramos con él) remontar la cuesta. Incluso llamó, en un gesto de nobleza, a los alcaldes opositores para dialogar con ellos en pro del país. Los alcaldes acudieron a la cita y, en vez de reconocer esto como un gesto de comprensión, lo vieron como un signo de debilidad. Apenas comenzó el año, los opositores, desesperados, comenzaron a activar el mecanismo de lo mejor que saben hacer: sabotaje económico y manipulación mediática. Como ahora no cuentan con el apoyo irrestricto de Globovisión o RCTV y del montón de periódicos que todos sabemos, acuden a la cadena trasnacional estadounidense CNN como medio internacional de comunicación para difundir los mensajes de los voceros de la oposición violenta.
Sacado del juego Henrique Capriles, la “mesa de la unidad” se desmiembra y se desbanda. Sus cabezas visibles, --políticamente hablando---, Leopoldo López y María Corina Machado, salieron a arengar el 11 y 12 de febrero a algunos estudiantes inoculándoles su propio fracaso político, esta vez convertido en odio (la famosa “arrechera” invocada por Capriles) y logran reeditar los mismos métodos de sabotaje electoral a que están acostumbrados, en esta ocasión aplicados en la celebración de Día de la Juventud (cuando Maduro se disponía inaugurar una obra para celebrar los 200 años de José Félix Rivas y los mártires de La Victoria) para manipular a vándalos contratados, buscando las víctimas que necesitan para justificarse en el plano internacional, y que lleva a Asdrúbal Aguiar, --representante de las más esclerosada derecha internacional-- a solicitar por la cadena CNN la aplicación de la Carta Democrática en la OEA para que se declare a Venezuela Estado Forajido, y hacer ver en el exterior las bochornosas muertes de estudiantes provocadas por ellos mismos, como víctimas políticas de un régimen autoritario. Para colmo, el dia 14 de febrero se intensifican estos actos violentos de la derecha, cuando los vándalos queman la casa del gobernado del Táchira, la sede la Fiscalía General de la Nación, con ofensas públicas la ciudadana Fiscal cuando el oportunista Aveledo llama a los alcaldes opositores a que se sumen a la violencia en todo el país, buscando nuevas víctimas propiciatorias.
Como última guinda, funcionarios del Gobierno de Estados Unidos se han manifestado directamente a amenazar al Gobierno de Venezuela, advirtiendo que Leopoldo López es intocable, lo cual ha conducido a la repulsa del Gobierno venezolano, que se ha visto obligado a expulsar a funcionarios diplomáticos de esa embajada en nuestro país. Lo cierto es que ya Venezuela no puede permitir más que estos vándalos políticos disfrazados de estudiantes sigan creando zozobra en nuestro suelo, con el debido saldo de dolor por las lamentables muertes ocurridas en ambos lados. Justamente, nuestro gobierno ha insistido en los últimos meses en una campaña por la paz, y no ha respondido nunca con violencia a la violencia de estos grupos disociados que hablan de una “salida”, muy lejana de cualquier apego constitucional. Este conjunto de complicidades simultáneas pone otra vez en evidencia que se trata de planes perfectamente urdidos para crear el caos e introducir en nuestro pueblo el virus de la inconsciencia y el desasosiego. Cosa que difícilmente lograrán, pues ya el pueblo ha madurado y tiene nuevas referencias humanistas que han creado en él una identidad y un orgullo de lo venezolano y de su historia, un ideal de patria verdadera.
Lejos están estos “estudiantes” violentos y vandálicos de ser los estudiantes rebeldes invocados por la gran cantora chilena Violeta Parra, aquellos estudiantes que eran y siguen siendo la levadura del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura, aquellos estudiantes que en los años 60 y 70 salían a las calles a protestar y luchar contra todas las injusticias del capitalismo y de los regímenes militaristas de Pinochet y Videla, Trujillo o Batista, y contra las políticas estadounidenses de Reagan o Nixon. Por lo contrario, vindicaban a las figuras revolucionarias del Che Guevara, Camilo Cienfuegos, Malcolm X, Ho Chi Minh, Jorge Eliécer Gaitán, Martin Luther King, y de los trovadores a Violeta Parra, Mercedes Sosa, Bob Dylan, Joan Baez, Victor Jara, Silvio Rodríguez, Ali Primera o John Lennon. Aquellos estudiantes que defendieron con su vida los ideales de una Revolución, y abonaron el terreno para la discusión creadora en la actualidad, como los que aún insurgen en Chile o habitan las Universidades de signo socialista en la Venezuela de hoy.
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