La adscripción de la productora cinematográfica del estado, La Fundación Villa del Cine, al Ministerio del Poder Popular para la Comunicación y la Información, recuerda de nuevo, un viejo debate que parecía diluido en el tiempo y que muchos de quienes se aprecian en su campo de trabajo, jamás se habían planteado escarbar, ni siquiera como escozor intelectual, y es aquella percepción que le endilga al cine, por un lado, el séptimo lugar entre las artes, es decir, considerado un arte (corriente elitista), y por otro, como un mero medio de comunicación de masas, corriente utilitarista (el encomillado es para llamar la atención en cuanto al termino masas: para nosotros en la concepción socialista, las masas trasiegan hacia el estado de las multitudes), al punto de referirse a este (el cine), indistintamente, como uno u otro: mensaje o canal, es decir, como arte o medio, sin advertir las profundas diferencias que los separan.
No por casualidad capitalista, el gobierno norteamericano le entregó Hollywood, su poderosa industria cinematográfica, a la comunidad de inteligencia de ese país, es decir, a las agencias de seguridad y defensa, las que fungen como eslabón de mando entre el complejo industrial militar imperial y las políticas de masificación cultural. En ausencia de una institución cultural legitima que pudiera cultivar las manifestaciones tradicionales, artísticas y comunicacionales del pueblo norteamericano, el pragmatismo de la derecha imperial, maneja los elementos contenidos en el cine, desde el poder de la fuerza (la militar, a través de equipos interdisciplinarios compuestos por antropólogos, sociólogos, geógrafos, historiadores, lingüistas, sicólogos, etnólogos, escritores, guionistas, publicistas y sobre todos, cineastas), como un arma principalísima en la permanente guerra de cuarta generación aplicada a nivel planetario.
Es oportuno este traslado en vista de la reforma del Decreto sobre Organización y Funcionamiento de la Administración Pública Nacional porque permite repensar en otras posibilidades asociativas en las que no necesariamente incida una sola cartera ministerial.
Recordemos la triada propuesta por el ex ministro de comunicación e información, Ernesto Villegas, en la que se sumaba la cartera de Educación a las dos antes mencionadas. No vamos a revisar aquí las razones en virtud de las cuales, el ministro Ernesto, esbozó esta afortunada idea, por la evidente idoneidad de su propuesta, en todo caso pudiésemos dejarlo para otra oportunidad. Sin embargo nos vamos a atrever a proponer una cuarta cartera que conforme esta nueva instancia destinada a perfilar los objetivos de ese portento que es el cine. Nos referimos al Despacho de Defensa, estableciendo claramente la distancia que separa esta visión revolucionaria de los propósitos de la ortodoxia conservadora imperial. Mientras aquella concibe al cine como una devastadora maquinaria de ataque por medio de la propaganda y el adoctrinamiento destinada al abatimiento cultural de los pueblos del mundo, el humanismo socialista, entiende que la cultura contiene los códigos que configuran la identidad de un pueblo, cualidad cuya ausencia es la única capaz de reducirlo. Y si el pueblo en armas está destinado a la defensa de la soberanía y la integridad nacional, ¿Quiénes más necesitados y urgidos de leer la codificación encriptada en nuestra cultura que nuestros soldados? Aquellos que por lo demás, son parte indivisible de ella.