La conciencia proletaria ha sido torcida por la conciencia burguesa a su antojo y conveniencia.
Tan pronto apareció el automóvil que reemplazó la tracción animal, apareció el consumo de energéticos y lubricantes para los motores correspondientes y para el alumbrado de calles y carreteras.
Hemos aclarado que los consumidores finales e intermedios no tienen por qué pagar los gastos ocasionados por maquinarias y herramientas ni por sus combustibles ni lubricantes usados para su funcionamiento y mantenimiento destinados a mejorar los rendimientos en los que se traduce la productividad creativa de la mano de obra cuando esta es auxiliada con los medios de trabajo movidos por energéticos diferentes a la propia mano de obra.
Entre la mano de obra de los talleres fabriles se encuentra el personal de mecánicos, electricistas, ayudantes varios, herramientas de trabajo; todo un paquete de costos indebidos[1] por concepto de medios de mantenimiento pasado a los costes de producción como si se tratara de materias primas.
Al fabricante le ha resultado muy expedito cargar esos gastos de materiales y de personal propios de los medios de trabajo fabril a los costos de producción para que estos sean reflejados en los precios de venta, para que de esa manera sean los consumidores finales quienes carguen con tales costos indebidos.
Se trata de artilugios contables que han hipertrofiado las ganancias capitalistas más allá de la simple explotación de plusvalía, o, para decirlo en términos integrales: para explotar al trabajador como asalariado en la fábrica y como consumidor fuera de aquella.
Estamos, pues, con los cambios del caso, en presencia de una suerte de economatos burgueses muy semejantes a los empleados por los viejos hacendados, aquellos que ellos tenían décadas atrás dentro de sus haciendas para pagarles en especie a su peonada.
[1] Aprovechamos para ampliar la lista de costos indebidos. Los seguros contra incendio y otros siniestros, robo y otras pérdidas. Estas pérdidas no pueden cargarse a las ganancias brutas declaradas porque sería el Estado el que cargaría con dichos daños. Las patentes municipales, los costos de jardinería, el aparcado de vehículos, ninguno de estos conceptos pude figurar en los precios de venta al público consumidor. Los uniformes de trabajo, las botas de seguridad, son gastos en los que incurre la empresa, que pertenecen al propietario de la empresa, pero que los falsos, ignorantes y desconcientizados sindicalistas han validado como reivindicaciones laborales.