Para nadie es un secreto que la principal debilidad económica de Venezuela es su dependencia de la importación; no hemos podido dar ese salto a la productividad, a la producción.
A eso se le suman 50 años de inacción de una oligarquía parasitaria, incapaz de presentar un proyecto industrial de desarrollo endógeno que lo comprometa con la patria; todo lo contrario, en esos años ha sacado del país, a paraísos fiscales y cuentas personales, más de 500 mil millones de dólares.
La prioridad del Gobierno Bolivariano ha sido honrar el compromiso humanitario de acabar con la pobreza y sus consecuencias sociales, culturales y biológicas: la pobreza alcanzaba el 70% y la pobreza extrema rozaba el 40%. ¡La deuda social histórica con el pueblo era muy grande!
En esa debilidad –dependencia a la importación– se afincan –guerra económica– los sectores empresariales importadores y capitalistas que manejan la economía cotidiana de Venezuela.
La guerra empresarial se caracteriza por: acaparamiento, desaparición, aumento y retardo programado en la reposición de los productos de primera necesidad, en rubros tan sensibles como alimentación, salud, higiene, repuestos del hogar y automotor, etcétera.
Y a todo ello se le suma la violencia y el delito exacerbado en la sociedad venezolana, con presencia de mercenarios y paramilitares colombianos y de otros países.
Es la locura de una oposición secuestrada por el fascismo, que está quebrando las reglas democráticas y poniéndose al servicio de los que buscan la guerra y la confrontación entre venezolanos.
La violencia desarrollada por la CIA y el fascismo en Venezuela sigue un protocolo de acción que está embriagando con ira y odio a un sector de la juventud, con el objeto de derrocar al gobierno del presidente Nicolás Maduro.
Y ¡Venezuela se defiende!