La vía venezolana a la abstención

En la actualidad la abstención forma parte de procesos
electorales cuyas candidaturas responden a sociedades
despolitizadas articuladas desde el mercado. Por ello, los
índices de abstención no inciden en la legitimidad del orden
social. La abstención debe integrarse al sistema y quedar
compensada mediante una oferta, dirigida al cliente electoral,
donde exista amplia gama de partidos políticos inscritos en los
comicios. Reunidos estos requisitos se puede estampar el sello de
calidad democrática, sociedad abierta, o negar el visado de
entrada al mundo libre por régimen autocrático y totalitario.

Muchos partidos, con variedad de colores, ideologías y temáticas.
De izquierda, derecha, progresistas, centro, socialdemócratas,
verdes-ecologistas, de género, etcétera. En otras palabras, una
oferta variada en la que esté incluida la posibilidad del Avacío@
votante. Es decir, abstenerse como una opción que permite el
mercado electoral. En este sentido se trata de apelar a la
sicología del consumidor. Así, las opciones electorales ponen en
juego la libido consumista, no la conciencia de una ciudadanía
política. Motivar el consumo electoral en una sociedad de
economía de mercado es entrar al supermercado y encontrar en las
estanterías a las empresas monopólicas de producción de
ideologías que diversifican el riesgo bajo nomenclaturas de falsa
competencia o la articulación de oligopolios que se unen para
favorecer opciones en el sistema en connivencia con el
pensamiento sistémico. Por ello los partidos políticos que acuden
a la contienda electoral buscan captar a los consumidores de
política, ubicados en el mercado electoral. Captan votos cuya
apropiación debe producirse en un tiempo récord dado lo corto de
las campañas y la suma de mensajes que se acoplan. El votante
termina saturado y deserta. La abstención emerge como respuesta.
Todo es insípido, inodoro, incoloro. Nada atrajo su atención como
cliente electoral, en sistemas que gestionan mercados y no
solucionan problemas que atañen a la vida cotidiana.

Los efectos en América Latina y en Europa occidental son los
elevados índices de abstención que superan 40 por ciento o 50 en
algunos casos. Si contemplamos las elecciones al Parlamento
Europeo hay países donde llega a 70 por ciento. Pero nada de eso
pone en cuestión la legitimidad de los elegidos ni el
procedimiento, menos aun que sus diputados, senadores o
presidentes de gobiernos representen en términos absolutos menos
de 10 por ciento de la población votante. Por la apatía ha sido
preparada y concebida políticamente; eso permite tomar decisiones
sin grandes crisis de legitimidad.

¿Pero qué pasa en Venezuela? Estas elecciones deben leerse en
otra clave. La oposición y los partidos contrarios al cambio
democrático decidieron boicotear los comicios electorales del
domingo 4 de diciembre, retirarse del proceso y llamar a la
abstención. Han caído en su propia trampa. Veamos por qué con dos
ejemplos.

En Chile, la derecha en el gobierno de la Unidad Popular tuvo que
disputar el Parlamento y plebiscitar su opción en las elecciones
parlamentarias del 4 de marzo de 1973; derrotada, optó por el
golpe de Estado desde el Parlamento. En Nicaragua revertir el
triunfo del Frente Sandinista significó una guerra de baja
intensidad y participar de unas elecciones irrenunciables si
querían romper el proyecto revolucionario, más allá de la
corrupción y la piñata de los Ortega, Tomás Borge y compañía.
Eran sociedades politizadas. Por el contrario, en sociedades
despolitizadas esta maniobra tiene un efecto boomerang. No supone
descrédito político en tanto las cifras de abstención militante,
aquella que responde a la oposición, reúne un porcentaje, en la
Venezuela de los pasados 40 años, en términos relativos, entre 25
y 30 por ciento, lo que sumado al 30 por ciento de la
participación hace un total de 55 a 60 por ciento del censo
electoral. Pero, ¿qué pasa con el 40 por ciento restante? Esa mal
llamada mayoría silenciosa (¡y eso sí es preocupante!)

Desde 1998 hubo una Constituyente, un golpe de Estado fallido, un
referendo revocatorio y más de media docena de elecciones. ¿Cómo
el Movimiento Quinta República no ha podido politizar una
sociedad cuyo referente es la incorporación de nuevos sectores en
el proceso de toma de decisiones? Cuarenta años de despolitización
no se cambian en siete años. Pero esta respuesta es militante.
Aunque estas elecciones sean las que más participación relativa
han tenido en toda la historia electoral de Venezuela.

Tras la abstención, la oposición se desnuda. Ni descontento
popular ni crispación. La sociedad civil vive su cotidianidad sin
asumir el discurso de la desestabilización. Los resultados
muestran lo falaz de sus argumentos. No hay populismo; de
haberlo, debió corroborarse en estas elecciones, con un alto
nivel de participación dado las prebendas, regalías y promesas
con que Hugo Chávez gobierna. Con este discurso han justificado
su triunfo en anteriores comicios. Recordad, al presidente Chávez
se le compara con Juan Domingo Perón, Carlos Ménem, José María
Velasco Ibarra o Joaquín Balaguer. (Lo digo por Vargas Llosa
o Sergio Ramírez, tan proclives a calificar de populista al
presidente Hugo Chávez cada vez que gana unas elecciones por
mayoría.)

Pero tampoco la oposición confirma su tesis de una Venezuela
polarizada. La oposición no moviliza. Su acción desestabilizadora
atrae a sus votantes que, digámoslo, no son pocos. Por el
contrario, su retiro de las elecciones muestra un plan con dos
objetivos básicos, entre otros. En política exterior provocar un
aislamiento y descrédito acusando al régimen político de
totalitario, e internamente hacer perder la confianza en el
Parlamento como institución legislativa al no producirse un
control a la producción de leyes y un límite a la acción del
Ejecutivo.

El nuevo Parlamento, con mayoría absoluta del Movimiento Quinta
República, tiene una tarea complementaria, aparte de hacer las
leyes, controlar al Ejecutivo -hoy más que nunca- y producir
gobierno: ser capaz de movilizar la abstención electoral real.
Construir ciudadanía plena. Esta es la otra cara de la moneda.
Ello permitirá avanzar en la transformación de la sociedad
venezolana, su proyecto de liberación nacional, democrática y
socialista, cuya especificidad no requiere de una discusión
genérica sobre el socialismo del siglo XXI, sino sobre la vía
venezolana, tal como se planteó en Chile o lo hay en Cuba. El
Parlamento debe ser más que nunca el espacio de construcción del
orden institucional. La oposición lamentará no haber participado
en las elecciones, sus votantes podrán sentirse defraudados y
querer recuperar su ciudadanía incorporandose al proceso de
cambios. Ese es el salto cualitativo. Politizar la política.


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Marcos Roitman Rosenmann


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