Fuera de la algarabía y las consideraciones exageradas de la oposición y sus aliados externos, la alta abstención observada en las elecciones parlamentarias del 4 de diciembre merece un marco de comprensión que eluda las conclusiones simplistas, tanto de parte de aquellos que la auparon como de parte de quienes fueron beneficiados por la misma. Para ello es preciso evaluar hasta qué punto ha calado en la población venezolana el discurso revolucionario del Presidente Hugo Chávez y en qué sentido han contribuido a ello las diferentes organizaciones partidistas y sociales que lo respaldan. Otro tanto habría que preguntarse respecto a quienes ostentan cargos de representación popular, muchos de los cuales hacen caso omiso de las demandas populares, aún cuando manifiesten estar con el pueblo.
No es aceptable, por tanto, el infeliz argumento que sitúa a la abstención como parte tradicional de la historia electoral de Venezuela. Igual cosa habría que afirmar respecto a que Chávez es el único que posee un liderazgo comprobado porque esto nos ubica ante una realidad política endeble y preocupante, puesto que da por sentado que todo el peso de la revolución bolivariana descansa sobre los hombros de una sola persona y el resto no tiene el mismo nivel de compromiso y dedicación. En el primer caso, sería reconocer que, tras siete años de gestión del Presidente Chávez y haberse aprobado un nuevo texto constitucional por voluntad de las mayorías, el pueblo venezolano no percibe cambio alguno en el modo de hacer política en el pasado bajo el binomio partidista de AD y COPEI y la que ahora se hace al amparo de un lenguaje supuestamente izquierdista o revolucionario. Si esto es así, una gran cuota de responsabilidad le correspondería a los activadores político-partidistas del momento, sobre todo los del Movimiento V República (MVR), quienes se han limitado a conformar una maquinaria humana para ganar elecciones y ocupar cargos gubernamentales, apoyados en la figura de Hugo Chávez, sin que esto trascienda y se manifieste en una sólida formación ideológica y en la organización efectiva de las masas. En lo segundo, es una situación que deja mucho qué desear porque nos hace suponer, en consecuencia, que la realidad del proceso bolivariano es una ficción sostenida por el poder detentado por Hugo Chávez como Presidente de la República Bolivariana de Venezuela y, sin tal poder, como lo aseveran sus opositores, todo se vendría abajo. De ahí que el Presidente haya reclamado con acritud justificada a gobernadores, alcaldes y demás dirigentes chavistas qué sucedió el 4-D, en vista que se ganó el referendo revocatorio con una holgada mayoría y se prevé su reelección con un caudal de diez millones de votos; todo lo cual descubre la desconexión existente entre la nueva clase política y el pueblo venezolano.
Debe concluirse, por consiguiente, que la apatía electoral del 4-D es una clarinada de advertencia a tiempo que no debe obviarse alegremente. Más aún, cuando el imperialismo yanqui prepara una diversidad de planes dirigidos a minar la legitimidad democrática y las bases sociales que sustentan el proceso bolivariano, ya que su influencia –sin contar con una ideología acabada- configura una situación geopolítica en nuestra América adversa al dominio neocolonialista de Washington. Por ello, el proceso revolucionario requiere de una acción inmediata, de un golpe de timón a tiempo, que le dote de un liderazgo realmente compenetrado con el ideal revolucionario que vaya más allá de una pleitesía y de un recostarse a Hugo Chávez, compartiendo con éste su disposición en producir un cambio estructural significativo en el país y sus instituciones públicas, de manera que el viejo Estado instaurado en 1958 dé paso al Estado democrático revolucionario aún por delinearse y construirse. De no suceder esto, se estaría conspirando en contra del avance, consolidación y renovación del proceso bolivariano, quizás de modo más peligroso que todo el andamiaje desestabilizador de la Casa Blanca y de la disminuida oposición venezolana.-
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