El ultrachavismo debe de haber nacido el 13 ó 14 de abril de 2002 cuando Hugo Chávez, entonces presidente repuesto en su cargo por el pueblo, inició una etapa de reconciliación y perdón nacional con el fin de hacer llevadero su programa reformador de gobierno intentando minimizar el factor violento opositor, empeñada en derrocarlo.
No antes. Hasta esa fecha el finado Presidente nada había acometido que caldeara más los ánimos de sus seguidores, muchos de ellos bastante extremados, claros en la peligrosidad de lo que se engendraba, del antecedente que sentaba la justiciera revolución respecto del adversario. Capítulos previos, como diferencias con Urdaneta Hernández, Acosta Chirinos o el mismo Árias Cárdenas no entran en la consideración porque el chavismo, esa acción de redención política y social que enmaridaba militares y civiles, no había tomado curso definitoriamente y esos tales enconos, a lo más, lo que hacían era evidenciar problemas de concordancia metódica e ideológica entre unos compañeros de gesta.
Cuando Chávez empieza a remover estructuras históricas de injusticia social y a concienciar a civiles y militares sobre lo que es la patria (la patria es el hombre) y sobre cómo amarla, de paso a través de procedimientos constitucionales, se inicia el chavismo propiamente, más allá de significar un cambio de gobierno que le llevaría la contraria al viejo modelo desmontado. La visualización de un pueblo anónimo e invisible en el discurso y hacer republicanos, la refundación jurídica de una nación con históricos déficits, el Estado interventor afrontando a pudientes minorías y en favor de empobrecidas mayorías, la toma de conciencia histórica nacional, la permanente depuración de las fuerzas armadas de factores antinacionales (iniciada con el mismo golpe de abril) y la posterior purga de las instituciones estatales de enquistados vicios discriminatorios (iniciada con el paro petrolero del mismo año), además de la promoción ciudadana de una cultura patria, capaz de defenderse en términos reales y armados (Milicia Bolivariana), constituyen los pilares del chavismo, primero fronteras adentros, luego hacia un exterior integracionista, dado en llamarse “patria grande”.
Pero también empezó el ultrachavismo, gente de motivación diversa (personales, históricas, ideológicas) que tiende al extremo duro, ése que podría ver en los aciertos y reformas de la revolución bolivariana apenas esbozos de lo que tendría que ser en realidad el proceso de cambios, como decir gente más papistas que el papa o más chavistas que Chávez mismo, lo cual, por supuesto, corre el riesgo de la desvirtuación ideológica. El nuevo chavista abusado en carne propia durante el período político pasado, sea por asesinatos, hambre, tortura o miseria generalizada; el nuevo chavista luchador de siempre por un cambio en la vida nacional o ese ahora chavista de las luchas clandestinas, comunista corrientemente, todos flamantes corredores hacia el sendero señalado por el líder, hacia su profundización, unos con sueños de castigos y compensaciones, otros con afanes de justicia histórica y, final y respectivamente, otros con propuestas confiscatorias de los medios de producción y abolición de las clases sociales.
Es ese chavismo a ultranza que apenas se posicionó en la marca para iniciar la partida y que deploró enormemente de aquel acto magnánimo de Hugo Chávez de llamar al diálogo a los mismos golpistas de siempre, como si el hecho fuera que quien tiene el poder popular se encontrara contra la pared y los señores de plata y flux mantuviesen su eterna posición de dueños de Venezuela. No pocos problemas hubo con algunos de ellos más adelante, con colectivos, con Lina Ron, por ejemplo, para mencionar un nombre y un apellido, figuras de difícil sujeción a la disciplina partidista en circunstancias difíciles, figuras de las que el mismo presidente Chávez dijera que podían constituir columnas infiltradas para dañar con su radicalidad la gesta de cambios.
Lo cierto es que el ultrachavismo intenta ir al grano de la realización ideológica y poco se cuida de la conceptuación que coloca a un país en un mapa sostenido de relaciones mundiales, sometido al engranaje de la política internacional, la diplomacia y al discurso institucional de la democracia, libertades, derechos humanos. El ultrachavista empuja hacia la decantación definitiva y, por tanto, parece no reparar en confrontaciones. Sin menoscabo de su formación humanista, buenas intenciones, sentido de justicia, priva en él el impulso, hecho propio de la naturaleza humana más cuanto si en el ínterin median motivos de indignación o afrenta.
Lo que los moderados llamaron una concesión formal desde el ángulo ideológico y los politólogos estrategias del discurso, los ultrachavistas lo consideran un error histórico, y aún hoy, que el gobierno llama otra vez a diálogo a los mismos golpistas del 11 de abril de 2002, lo siguen considerando, incluso con mayor denuedo si el hecho es que el perdón de ayer puja por convertirse en la caída de hoy del gobierno. Tanto Leopoldo López y Capriles Radonsky, los ayer perdonados y hoy subversivos, han tenido que estar en prisión, pudiéndose decir con propiedad que el Estado hizo su trabajo y cumplió con la obligación y exigencia ciudadana de anular aquello que le amenaza. Tendrían…
Una parte inmensa de los mitos e historia alimenta el razonamiento de esta veta política inconforme: fuera de la arista truculenta de su ejemplaridad, vienen al pelo aquellos mitos en que el actual rey es derrocado por su debilidad pasada de perdonar a un rival; o la historia misma de la revolución rusa, cuyos líderes hicieron razia sobre los probables herederos a futuro del trono de los zares.
El gobierno tiene que asumir el riesgo del ejercicio del Estado de derecho y dejar de alimentar pesadillas históricas de hundimiento revolucionario.