La palabra caníbal no existía antes de que la aventura colonial española abriera para la Europa, las compuertas del gran proyecto capitalista mundial, y nadie sabe cuándo apareció con exactitud, aunque, como recuerda Roberto Fernández Retamar, antes del Calibán de La tempestad (anagrama forjado a partir de caníbal), el Shakespeare, ya había utilizado la malévola invención en otras obras como La tercera parte de rey Enrique VI y Otelo. De lo que si se tiene certeza es que tamaña injuria, tiene su origen en el gentilicio caribe solo para desprestigiarlo moralmente ante la genuflexa audiencia europea. Ahora, todos sabemos quiénes son estos aguerridos combatientes, ¡es que su sangre corre por nuestras venas! Quizás Shakespeare, un bárbaro como lo llamó Unamuno en su respuesta a la carta de Rodó, se vio obligado a redactar la panfletaria trama para terminar de pulir el símbolo antropófago que había que endosarle a los indomables Kariñas, licencia necesaria para el imaginario del contradictorio humanismo, aquel del que se jactaba la elite renacentista, el que para todo efecto, justificaría el más grande genocidio del que se tiene conocimiento en los anales de la historia.
Según la propaganda de guerra europea, Guaicaipuro, el magnífico guerrero, resultaría ser un sanguinario caníbal, al igual que todos sus hermanos de La Nación Caribe, desde los yecuanas a los arawac, y desde los wayuu a lo pemones, a los cuales habría que exterminar en nombre de lo mejor de la civilización occidental. No fue necesario estigmatizar de igual forma, a todas las etnias de esta inmensa pachamama. Geoestratégicamente fue más efectivo romper la vanguardia de la resistencia en el mar al que intentaron posicionar como de Las Antillas (en Colombia, su oligarquía lo llama: Océano Atlántico) y tomar todas las cabeceras de playa posible para luego apoderarse, como en efecto lo hicieron, del continente en cuyo fuero anda inmersa la promesa de un Mundo Nuevo. Pero el fondo de todo esto, es que subliminalmente, a despecho de no contar aún con las ciencias y las técnicas que posteriormente desarrollarían en función de sus codicias (la publicidad por ejemplo), el arte se encargaría, en nombre de esa misma civilización, de legitimar, no solo la actuación de los más crueles déspotas que asesinaron a nuestros hermanos caribes (hasta en los úteros maternos), sino la forma como lo hicieron a decir de Galeano: La ciudad devastada, incendiada y cubierta de cadáveres, cayó La horca y el tormento no fueron suficientes eran tantos los indios que mataron que se hizo un rio de sangre el día se volvió colorado por la mucha sangre que hubo aquel día.
En fin, nunca fue tan bueno practicar el nuevo deporte: asesinar caníbales, la novedosa quimera destinada a ser expulsada del paraíso terrenal, envuelto en bombas que fuego, empalado, deshollejado, destazado, desmembrado. Los dueños de un mundo de inagotables riquezas, incapaces de abrevar en las fuentes del saber occidental, y más si con ello, el viejo continente, tenía su segunda oportunidad bajo el sol, la de la acumulación sin límites. Así nació el anticaribeanismo, bendecido por la iglesia católica, legalizado por la Corona española a través del Consejo de Indias y culturizado por la intelectualidad renacentista mediante el absolutismo de sus bellas artes.
Así mismo, a Bolívar, desde el mismo viejo imperio (ahora norteamericano), lo llamaron El peligroso loco del sur, dictador, asesino, como algunas de las lindezas que se pueden recordar, lo demás no vale la pena, de por sí, no lograron erosionar la grandeza del gigante que crece con los siglos. Luego lo redujeron en Santa Marta, antes habían asesinado al Mariscal de Ayacucho en Berruecos, inaugurando de esta forma, la sórdida práctica del antibolivarianismo. Pero es que el otrora abatido pueblo de bestias, había conjurado el estigma de la derrota con la victoria de la Revolución de Independencia, poniendo la piedra fundamental, después de tanta barbarie, del camino hacia el equilibrio del universo. Semejante osadía no podía ser perdonada, lo que desató hasta el sol de hoy, la persecución, las matanzas y el exterminio de sus hijos.
Ahora, el bolivarianismo ha trascendido a su propia riqueza ideológica, en su contundencia revolucionaria con la aparición del chavismo militante y su promesa del socialismo del siglo 21. Humilde pretensión, no solo de ser el sepulturero del imperio de todos los tiempos, el anunciador de la nueva civilización en ciernes, de preservar para el futuro la vida en este planeta, sino de salvar al planeta mismo.
Pero el chavismo (quizá con mayor fuerza que el bolivarianismo), ha resultado ser, más que una poderosa amenaza a los omnipresentes poderes del mundo, la esperanza motorizadora de los pueblos hacia otro mundo posible, inspiración de la rebelión de la sal de tierra Ello ha significado históricamente, al igual que para toda expresión liberadora, su sentencia de muerte, y como siempre esta viene santificada primero, por la autorización que proporcionan los canales culturales.
Owen Jones, periodista inglés es el autor de un curioso libro titulado Chavs: la demonización de la clase obrera (2011). En él analiza el estereotipo negativo en el que han convertido a la clase trabajadora los poderes facticos, los medios de información, los aparatos ideológicos y las estructuras culturales. Las han condenado, en las tres últimas décadas, por un lado, a padecer los más bajos niveles de calidad en su relación trabajo/vida, y por el otro, al constante escarnio público con innombrables intereses bastardos. Toda esta trama oprobiosa, se apoya en el mito del mérito individual, es decir, esta situación de minusvalía social, económica e intelectual, es culpa de los propios trabajadores por su incapacidad y falta de voluntad para ascender en la escala social individualmente.
Pero, a todas estas ¿Qué significa «Chav»? Según lo que se puede encontrar en internet, es una palabra inglesa que hace referencia a personas de clase humilde, a menudo jóvenes, muy de moda por cierto, entre locutores, moderadores, periodistas, anclas, faranduleros, analistas, políticos etc. Es un término peyorativo aplicado a la imagen estereotipada de un adolescente o joven adulto agresivo, con origen en la clase trabajadora, que viste ropas de marcas chimbas y tiene estilo casual. Además, tiene por costumbre pelear y ser altanero, suele involucrarse en crímenes, y frecuentemente está desempleado o con un empleo de bajo salario.
Se estima que el término es de origen romaní, de su forma en inglés poco se sabe, aunque asume un significado despreciativo, se desconoce sobre su camino para llegar al sitial que ocupa en el debate nacional galo, solo que comienza a aparecer en los grandes diccionarios a partir del año 2005. Chav es una nueva manifestación de clasismo. El término viene siendo asociado a la delincuencia, comportamiento antisocial y la cultura gamberra. Dados sus connotaciones discriminatorias, su uso se fue institucionalizado rápidamente. Tan es así, que en el año 2004, se tornó una palabra de uso corriente en los medios de comunicación y en el habla común del Reino Unido. El libro Larpers and Shroomers: The Language Report (2004) de Susie Dent, la ha designado como "palabra del año". Una búsqueda en 2005 descubrió que, apenas en diciembre de 2004, 114 artículos de alguna importancia, usaron ese término. La popularidad de la palabra llevó a la creación de sitios dedicados a catalogar y ridiculizar el estilo de vida chav.
Como se puede observar: si algún paralelismo existe entre la abundante terminología ofensiva discriminatoria, criminalizadora con que se ha atacado al chavismo en Venezuela, con especial énfasis, en la explosiva irrupción del fascismo en la guerra de guarimbas del ultimo mes, y la creciente literatura chavs en la Unión Europea, pudiera ser pura coincidencia.
¡Chávez vive, la lucha sigue!