Teoría del Cansancio

La “fatiga” es un delito de lesa humanidad

Fernando Buen Abad Domínguez

Rebelión/Universidad de la Filosofía

La “fatiga” es uno de esos medios burgueses para escamotearnos la vida.

Nada nos tiene más “cansados” que el peso del capitalismo sobre nuestros hombros. En cantidad y en calidad, minuto a minuto, el capitalismo es una máquina trituradora de seres humanos exhaustos. Virtualmente ninguna de las definiciones “oficiales” del “cansancio” -o la “fatiga”- (“agotado”, “quemado” o síndrome burnout) alcanza para expresar la repercusión física y psicológica que tiene, en la clase trabajadora, el modelo despiadado de explotación perfeccionado por el capitalismo, sistemáticamente, como tortura de clase convertida en gran negocio. Pero “fatiga” no es sinónimo de derrota. “La acumulación de la riqueza en un polo –escribió Marx sesenta años antes que Sombart- es, en consecuencia, al mismo tiempo de acumulación de miseria, sufrimiento en el trabajo, esclavitud, ignorancia, brutalidad, degradación mental en el polo opuesto, es decir, en el lado de la clase que produce su producto en la forma de capital”. León Trotsky[1]

No pocas veces el cansancio se expresa con impotencia y con desesperación. No pocas veces se entra en des-ánimos y no son pocas las oportunidades en que, extenuados por las jornadas de trabajo irracionales, sucumbimos en abulia e indiferencia escapistas. En todos los casos los signos del cansancio constituyen un relato contradictorio que el capitalismo redacta feliz de la vida, viéndonos sin potencia para golpearlo donde debe de ser golpeado. La fatiga que inocula el capitalismo es también un arma de guerra ideológica y es, por eso, un dispositivo criminal que incurre en delitos de lesa humanidad, de todo tipo, no tipificados. Es, precisamente, la fatiga una de las formas delincuenciales de limitar a la mente.

No se trata de cualquier “cansancio” común o de coyuntura. No se arregla con “reposo”, con “descanso” ni con “vacaciones”. No se trata de “eso” que se arregla con diversiones o con entretenimientos de farándula. No se repara con sedantes, con masajes ni con membresías de “spa” o “fitness laboral”. Es una depredación física y psíquica que enferma y mata. Es una degeneración que aturde, que enajena y que embrutece a seres humanos que debieran, por su trabajo, esclarecerse, emanciparse y desarrollarse felizmente. Es una enfermedad progresiva y mortal de cuerpo y del alma.

Una definición insuficiente dice: “-¿Qué se entiende por fatiga? En la terminología médica es la aparición precoz de cansancio una vez iniciada una actividad. Es una sensación de agotamiento o dificultad para realizar una actividad física o intelectual, que no se recupera tras un período de descanso.”[2] No pocas fuentes dan cuenta de un embrollo diagnóstico y terapéutico -entre palabrería médica- sin resolver y, para peor, no se conocen tratamientos. Hacen malabares con el concepto “fatiga crónica” sólo para concluir que nada se sabe… hasta hoy. No obstante de la “fatiga” causada por el capitalismo, que no está en la mira de cierta “medicina” reduccionista empantanada en individualismo y a-historicidad aguda, los trabajadores si saben mucho. Son los que más saben… a veces sin entenderlo. Ni “fatiga crónica”, ni burnout, ni otro eufemismo, incluso con sus virtudes diagnósticas, sirven para resolver un problema social e histórico que se invisibiliza con capas gruesas de indiferencia e indolencia bajo el peso demencial de la explotación a los seres humanos, en lo individual y en lo colectivo.

Democratizar el descanso no enajenante

La burguesía, con su concepto del “descanso” exhibe, obscenamente, sus antídotos contra la “fatiga” que operan como sistemas de exclusión y maltrato psicológico a la vista de los trabajadores. Sólo unos cuantos pueden pagarlo y el paquete de valores que contiene son acumulación de decadencia en clave de “placer” burgués. Tienen hoteles en playas usurpadas, en montañas secuestradas y en todo lugar o paisaje donde las jornadas extenuantes se “olvidan”. Tienen mano de obra esclavizada para masajearse, alimentarse y embriagarse. Tienen, para sí y los de su clase, transportes ricos en comodidades y tienen dinero para procurarse “vacaciones” y “relax” que sólo pueden tener gracias a la “fatiga” de miles de trabajadores que, extenuados, jamás podrán disfrutar de descanso real. “…Lo que el obrero vende no es directamente su trabajo, sino su fuerza de trabajo, cediendo temporalmente al capitalista el derecho a disponer de ella… Tomás Hobbes, uno de los más viejos economistas y de los filósofos más originales de Inglaterra, vio ya, en su Leviathan, instintivamente, este punto, que todos sus sucesores han pasado por alto. Dice Hobbes: “Lo que un hombre vale o en lo que se estima es, como en las demás cosas, su precio, es decir, lo que se daría por el uso de su fuerza. ” K. Marx[3]

Están fatigadas nuestras fuerzas de producción. Está fatigada nuestra paciencia y está fatigada la razón, la lógica y la sensatez ante un sistema absurdo, criminal y genocida. Ese fardo de absurdos y aberraciones que el capitalismo deyecta diariamente nos tiene extenuados e irascibles. Pero no estamos derrotados porque la fuerza del proletariado mundial está organizándose progresivamente. El problema es que, además, la lucha contra los lastres y estragos de la “fatiga” nos hace perder tiempo y nos desesperan con frecuencia.

La principal causa de la “fatiga” generada por el capitalismo es el trabajo alienado y alienante. ¿Es esto obvio? Quizá. Algunos datos de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) dicen que un 29% de los trabajadores en el mundo está durmiendo menos de lo que quisiera para cumplir con todos sus compromisos. La “fatiga” ocasiona envejecimiento prematuro, agotamiento emocional, despersonalización y baja autoestima. El trabajo extenuante y alienante está relacionado con “stress” y con enfermedades cardiacas, dolores de cabeza, problemas del sueño, desórdenes gastrointestinales y recrudecimiento de desórdenes médicos preexistentes. Además, una persona extenuada experimenta, sin control, insatisfacción sobre la duración o la calidad de la vida misma e incluso angustia diaria para conciliar el sueño. Suelen despertar a la mitad de la noche o despertar con sobresaltos. Estos signos se presentan también con secuelas diurnas que acarrean más “cansancio”, “fatiga”, somnolencia, bajo rendimiento, cambios de humor y malestar social, mientras el reloj de patrón sigue corriendo y amenazante. Y los sueldos cada día alcanzan para menos.

Sólo hay que ver a las masas de trabajadores que diariamente arrastran su “fatiga” desde las madrugadas. Hay que verlos retacados en los “transportes” miserables que acarrean sus cuerpos extenuados hasta las mazmorras “productivas” donde el sistema los exprime cada día y cada noche. Hay que verlos, con el cansancio enredado en los pies, caminar las calles y avenidas donde se hacina la fatiga hecha mugre hedionda entre paisajes de basura y abandono. Hay que ver esos millones y millones de rostros somnolientos abofeteados por el amanecer hijos de la explotación y huérfanos de justicia. Hay que ver cómo la fatiga derrumba voluntades y amansa vidas aturdiéndolas con resignación rutinaria.      

Quien sufre la “fatiga” responde, ante estímulos menores, con actitudes y sentimientos antipáticos hacia sí y hacia su trabajo. La OIT definió en 1999 el concepto de “trabajo decente” como aquel que “resume las aspiraciones de la gente durante su vida laboral. Significa contar con oportunidades de un trabajo que sea productivo y que produzca un ingreso digno, seguridad en el lugar de trabajo y protección social para las familias, mejores perspectivas de desarrollo personal e integración a la sociedad, libertad para que la gente exprese sus opiniones, organización y participación en las decisiones que afectan sus vidas, e igualdad de oportunidad y trato para todas las mujeres y hombres”.[4] ¡Muy lejos estamos!

El proceso del descanso debiera cumplirse con felicidad y sin apremios incluso cuando se trabaja. El descanso no debiera estar asociado sólo a “vacaciones” ni enemistado con las tareas productivas o creadoras sólo si tales tareas no fuesen parte de la avalancha alienante que el capitalismo impone. En todo caso el descanso plano y vivificante es un concepto que no conocemos, aun, en su dimensión como proceso anti-fatiga y anticapitalista. En cualquier caso “descanso”, mental y físico, no es ese sentido que la burguesía le da como “inactividad” sino o como hedonismo de autocomplacencia, todo lo contrario el descanso debería ser una actividad des-alienante y social para avanzar hacia la vida buena. El arte, el ejercicio, la charla y el ocio bien pueden ser herramientas muy útiles. El descanso des-alienado y des-alienante debe permitir el buen sueño, la exoneración de las angustias, la reparación de todas las fuerzas, las ganas de amar y las ganas de asociarse con otros en la resolución de la vida práctica. Felizmente. Todo eso imposible bajo el capitalismo.

Sólo podemos luchar, sin descanso, si la moral de la lucha está sana y salva

En los hombros cargamos cuotas de fatiga ignota y desafiante que, de lo visible a lo invisible, horada la vida diaria con estragos que imaginamos y que no imaginamos. Esa “fatiga”, en todas sus expresiones, incluye lo más “silencioso”… expresa, de todas todas, el latigazo permanente del capital contra el trabajo que no tiene salidas, paliativos, cura ni descanso. Lo cargamos en las ojeras y en la comisura de los labios. Y de eso también estamos cansados. “¿En qué consiste entonces la enajenación del trabajo? Primeramente en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo, arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo, fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la peste. El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se enajena, es un trabajo de autosacrificio, de ascetismo”. Marx[5]

Es urgente desentrañar todos los significados y alcances verdaderos, y aun ocultos, de la “fatiga”, y de todas las maneras de enunciarla, tal como aquí nos interesa. Es preciso trabajar en eso porque opera como lava derretida que petrifica todo aquello en lo que hace metástasis. Deja huellas en los rostros, en los estados del ánimo, el las posturas del cuerpo, en las espaldas en los músculos… deja su marca en la memoria, en los sueños y en los sentimientos. Daña los abrazos y los besos. Contamina amores y anhelos, contamina aspiraciones y proyectos. Tritura entre sus vetas pétreas muchas de las ganas de vivir y muchas de las ganas de luchar. Esa es su tarea y la cumple en más de un caso y en más de una época.

Un trabajador exhausto no necesariamente hace visibles los estragos, incluso suele suceder que los oculta eficazmente, o se le ocultan, en plena vorágine de la explotación. Al llegar a casa se desatan los demonios y se desparrama incontenible la fatiga del día más la fatiga acumulada, alambicada por la crueldad… y no hay punto de reposo, ni en sueños. Aunque, en apariencia, estemos descansando. En sus expresiones más perversas la “fatiga” se hace invisible. Se instala a vivir con nosotros y en nosotros. Va y viene con su ser parasitario alimentándose de nuestras vidas y de las vidas de aquellos con quienes convivimos. Y es que la “fatiga” se traspira, se exhala, de muchas maneras e inunda la realidad con sus vahos desmovilizadores. El peor escenario es el encuentro de fatigas invisibles acarreadas por trabajadores que sepultados bajo los escombros de sí mismos, padecen el estrago terrible de no haberse enterado. Porque están demasiado cansados para hacerlo. “Pero lo principal es que están tan extenuados, debido al exceso de trabajo, que se les cierran los ojos de cansancio” Marx

Pero también es posible que, de estadios agudos de fatiga, emerja dialécticamente su contrario y consiga aliarse a otras en un salto de la cantidad a la cantidad rumbo a una lucha emancipadora contra el cansancio. No son pocos los casos y es verdad que ese es uno de los grandes y valiosos misterios que la humanidad acoge en sus ser social como promesa esclarecedora capaz de hacernos salir, triunfantes, de los momentos crudos y difíciles, por más cansados que estemos. Se ha visto una y muchas veces la energía de trabajadores y pueblos en lucha incluso luego de permanecer sometidos a largas y terribles etapas de derrota y cansancio. Hemos visto cómo con un programa correcto en un momento correcto, la teoría y la práctica demuestran su indivisibilidad y se transforman en fuerza organizada con dirección revolucionaria capaz de animar cuerpos y almas, un poco antes aparentemente derrotados. Esa es la magnificencia de la lucha.

Bajo ninguna circunstancia el trabajo debiera ser actividad que lesione a las personas por la vía del cansancio físico, psíquico o intelectual. Bajo las condiciones actuales del capitalismo en crisis, el trabajo, es decir la fuerza de trabajo que se vende para la supervivencia, produce además de miseria y frustración irrefrenables, trances de fatiga que aturde y embrutece a los trabajadores y ante esos episodios no existe ciencia, legislación ni programa político que defienda, objetiva y subjetivamente a los trabajadores y, todo lo contrario, al ser la “fatiga” una herramienta más de la ideología de la clase dominante, para aplastar la inteligencia de los pueblos, se la usa como herramienta de tortura psicológica de masas. Impunemente.

Al final de la jornada, al final de la semana, al final de mes… y al final de sus vidas los trabajadores se convierten en costales desechables repletos de “fatiga” contagiosa convertida en enfermedades, discapacidades y muerte. Ese es el signo de los tiempos y del capitalismo en descomposición y es el signo de la necesidad de lucha organizada palmo a palmo. Por eso las Revoluciones socialistas son inyección de vida y de energía para mujeres y hombres que perciben los efectos sanadores de la lucha contra la fatiga y contra todos sus venenos adláteres. Será, incluso, mucho después de que derrotemos al capitalismo cuando se extingan los últimos restos de la fatiga histórica que nos ha infiltrado la burguesía en los siglos que lleva depredándonos. La limpieza ni será fácil ni será rápida y dependerá del potencial creativo, de la potencia de amar y de amarnos, de la magia de reír y sonreír inspirados por la alegría que emancipa… y dependerá de la organización y la persistencia en la multiplicación de las luchas con que sepamos activar las fuerzas anticapitalistas vitales, reparadoras y superadoras… que necesitamos para vivir bien, en cuerpo y alma.



[1] “El pensamiento vivo de Karl Marx” https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1939/vivo.htm

[2] Anales d. Medicina Interna (Madrid) v.23 n.5 Madrid mayo 2006http://scielo.isciii.es/scielo.php?pid=S0212-71992006000500009&script=sci_arttext

[3] “Salario, precio y ganancia”.  http://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/65-salar.htm

[5]http://213.0.8.18/portal/Educantabria/ContenidosEducativosDigitales/Bachillerato/LECTURAS_DIGITAL/Docs/marx/autor/textos/MarxManuscritos.pdf



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Fernando Buen Abad Domínguez

Doctor en Filosofía.

 @FBuenAbad

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