A mi Comandante
quien amó a Gabriel a pesar de los pesares
Con apenas un día en Caracas, el joven desplazado, lo primero que hizo al salir del consulado, fue ir a deleitarse con las rumas de libros increíblemente delineadas por audaces figuras arquitectónicas, erguidas en contra de todo presagio de la gravedad, expuestas en la Librería del Sur en Chacaito. Lucían esbeltos, brillantes y coloridos, como frutas frescas y exuberantes; exhibidos provocativamente en apretada tizana, tras la desafiante vitrina. Sintió la misma fascinación que le producían los útiles escolares de cuando niño (el mazo de glasé de las barajitas, la madera del lápiz, las virutas en el saca puntas, el hule de la borra, la tinta en el papel virgen), por lo cual no pudo evitar tomar el libro y abrirlo en la página exacta: “…el bárbaro lo hizo picadillo a machetazos y decapitó de un tajo al abuelo que trató de impedirlo. Todo el pueblo vio pasar al decapitado cuando un grupo de hombres lo llevaban a su casa, y la cabeza arrastrada que una mujer llevaba cogida por el pelo, y el talego ensangrentado donde habían metido los pedazos del niño”.
Emergió de la magia en medio del salón, al constatar de nuevo, como lo real maravilloso del Gabo, había presagiado a su manera, medio siglo atrás, la infinita crueldad de su realidad actual.