Yo diría que no lo suficiente. Nunca será suficiente en materia de economía, y menos en economía futurista. En esa empresa, algunos se aventuran a la clarividencia de las bolas de cristal, otros a creer en falsos o verdaderos profetas (si es que estos últimos existen). Los socialistas nos vamos por el camino de la planificación, cosa que niegan los adoradores del liberalismo económico, atendiendo al libre albedrío del mercado: ¡Todo un dios! Diría además, que no lo suficiente por la poca suspicacia exhibida en materia de análisis a la hora de dejar de leer entre líneas, lo que dice un artículo como el que apareció en aporrea recientemente con el título que le da nombre a este.
A tal pregunta yo respondería: No está preparado para lo que viene, quien no entiende lo que está sucediendo. Cambiar las condiciones existentes no es producto de la magia y mucho menos de la vara mágica del neocapitalismo (algunos ya hablan del postcapitalismo asociado a una fase superior del fascismo). Ninguna revolución se edifica sin sacrificios y en ese sentido yo cambiaría la pregunta: ¿Estamos preparados para los sacrificios que nos exige la consolidación del Buen vivir, uno de los grandes objetivos de la Revolución Bolivariana, la que buena parte de los excluidos de siempre han empezado a experimentar?
Pero más que responder la pregunta, me interesaría detenerme en algunas intenciones del artículo en cuestión, unas claras y otras no tanto. Antes hagamos algunas consideraciones:
El capitalista es uno de los modelos económicos más humanos que pueda existir, por no decir que es un modelo esencialmente humano, sin llegar a ser humanista por supuesto. Casi que un arte (obviando en su método, y en sus objetivos, el rigor estético). Tanto es así, que en él, la subjetividad, casi que lo sustenta todo. Para los capitales no hay nada más determinante que el nerviosismo y la obsesiva necesidad de seguridad. Como tampoco tiene mejor consejera que la cobardía: volatiza mercados, causa efectos dominó, precipita caídas y terminan emigrando cual bandada de golondrinas, hacia los paraísos (espacios sin límites para el placer). Todas estas, manifestaciones humanas por excelencia. Claro, para un tipo de mercado: el capitalista, el cual suele mostrar por otro lado, una alta dosis de riesgo, (que pudiera parecer valentía, en esa descollante figura denominada emprendedor o empresario) sobre todo los calculados, presionando y creando situaciones ficticias para aumentar dividendos artificialmente, en donde prevalece el precepto de la lotería: el azar dispara la lógica aritmética. En fin, el modelo capitalista viola constantemente las leyes de las matemáticas, es decir, de las ciencias.
Lo que en el fondo quiero decir, es que no se puede medir o valorar a una economía revolucionaria, en transición al socialismo (del siglo 21 además), prácticamente en guerra, atendiendo en otro frente, a un pueblo arroyado, con la vara capitalista. Es sencillamente una imposibilidad por lo supino, o detrás de ella hay una muy mala intención (más allá de aceptar autocríticamente, las graves distorsiones producidas por la endémica corrupción como responsabilidad del Estado y en especial de su gobierno).
Lo mismo está sucediendo con nuestra economía. No es posible calificar de erróneo un nuevo modelo, en estado de transición, cuando apenas ha tenido tiempo de defenderse de los ataques a los que ha sido sometido en estos relampagueantes 15 años. Y solo por citar algunos ejemplos, los más impactantes: la escasez, el desabastecimiento, la inflación, la improductividad, la devaluación; no se le puede achacar al modelo económico en construcción, cuando estos son el resultado de las políticas contrarrevolucionarias de la derecha. En este caso, pensando en la buena voluntad de alguno de sus críticos, estaríamos en la fase, en que el análisis se hace a partir de las consecuencias y no de las causas. Además no se puede medir el modelo chavista con el barómetro del capital, como se hace en el mencionado artículo.
Analicemos pues, el texto en cuestión, porque al final, la guerra económica no se ganará, si no se gana la guerra ideológica, algo así como terminar combatiendo en la guerra cultural, la que define una verdadera revolución. Es importante identificar de dónde viene la verdad, porque aunque verdad al fin, ésta puede venir envenenada, y el veneno suele emponzoñar lo que penetra:
Nada peor para un mensaje revolucionario que un cierre pesimista, y como yo estoy en la ladera de un cerro, defendiendo algunas posiciones conquistadas por esta revolución, finalizo este escrito invocando al Comandante Supremo: ¡Independencia y Patria Socialista! ¡Viviremos y venceremos! ¡Hasta la victoria siempre!