Pareciera ser producto de la fantasía la historia en donde un estado-país (sin tomar en cuenta su tamaño), de cualquier parte del mundo, colocado a la periferia del imperio, puede asumir la responsabilidad, a la que además está obligado por originalisima legitimidad, de organizar y planificar su economía, descolonizar y proteger su cultura, transformar sus recursos para el bien nacional, fortalecer su sistema de defensa, escoger el rumbo de su ciencia y de su tecnología, elevar la calidad de vida de su pueblo; es decir: desarrollar una política de autodeterminación, asumiendo que el fundamento de esta, es la independencia. Ejercer pues, el poder para garantizar a la totalidad de sus ciudadanos y ciudadanas el pleno disfrute de los derechos de los que son objeto (mayor suma de felicidad humanista, de seguridad socialista, de estabilidad política), cuando sabemos que ello no es posible, descubriéndonos inmersos como estamos, en un antisistema de dominación global.
Ante este panorama de resignación crónica impuesto por el modelo de sobreexplotación y férreo gobierno planetario, con las excepciones de la Revolución Bolivariana y el Socialismo del Siglo 21 (el chavismo), surgido en la Abyala como auténtico proceso histórico hacia la liberación, manifestado en medio de una maraña de revoluciones de colores envenenadas y movimientos internacionales de indignación anticapitalistas, pero sin ninguna claridad ideológica, que apenas significan una promesa en sí mismos, nada nos anima a pensar en la aparición de una fuerza tal que pueda imponer la autonomía necesaria para que un país o mejor, un grupo de ellos, puedan concretar los cambios que los conduzcan a sus independencias y en consecuencia, a sus propios modelos de desarrollo.
Pese a todo ello, existen algunos países que han escapado parcialmente por ahora, a la marginalización global: Los ricos desarrollados que conforman el hegemónico mundo unipolar. Los de economía emergente (la alternativa multipolar). Y los independientes con sus respectivos procesos revolucionarios, los que defienden su autodeterminación y que con mayor crudeza, padecen la permanente agresión del imperio. No obstante, todos los países, en mayor o menor medida, están sometidos a los dictámenes del dictatorial gobierno mundial, tengan estos la cara que tengan, llámense como se llamen: aliados, amigos, socios, estados forajidos, terroristas, narcos, etc.
Por tal razón ya no es correcto hablar como solía hacerse desde el campo de la crítica izquierdista, de la incapacidad o falta de claridad histórica de los pueblos para lograr su liberación. De la ausencia de una vanguardia dentro de ellos llamada a impulsar la lucha. De la sequía de cuadros políticos para organizar la vida revolucionaria. Del desfase en el surgimiento de auténticos lideres formadores de esas vanguardias. Por el contrario, probado está, que el sacrificio permanente de estos actores, es el factor común en la lucha de liberación.
Como tampoco es correcto lo sostenido desde el campo de la derecha, el dictaminar que el mal funcionamiento de la economía planificada, es el resultado del fracaso en sí de los llamados modelos progresistas, y más aún, de los inspirados en el socialismo del siglo 21, aquellos que privilegian ante cualquier política burocrática, el factor humano, la reticencia a las dinámicas del comercio mundial, el descuido consuetudinario a los estándares macroeconómicos, el empecinamiento en pagar la deuda social y las entusiastas inversiones en el desarrollo humano, el denominado gasto social.
Por otro lado, tampoco es que la parálisis de los pueblos, su desmovilización, su desesperanza, su creciente alienación, se debe a la particular obscenidad de un emperador cualquiera (el presidente en turno de los EEUU), el aborrecible abuso de poder de monarquías o sistemas de gobiernos hereditarios, situados conceptualmente en las profundidades del oscurantismo (si no, que se lo pregunten a los españoles de este minuto). De la miseria humana, propia de presidentes, jefes de estado, jefes de gobierno, primeros ministros, cancilleres, líderes en general de los países ricos; entrampados en el metabolismo capitalista, o como la ligereza pudiera inducirnos a pensar: debido a los caprichos de anquilosadas oligarquías, depredadoras plutocracias, godarrias oscuras, dispuestas a imponer el orden y la seguridad a sangre y fuego, al mejor estilo fascista. Corporaciones, complejos industriales, descomunales fuerzas militares; centros de poder, cofradías o sociedades secretas; todas ramplonas fuentes de una hegemonía opresora de alcance planetario.
Pues bien, esta fatalidad, la marginalización de los países de la periferia, es el daño colateral del amorfo crecimiento imperial, donde convergen todas y cada una de las aberraciones antes mencionadas. Para él, el inmenso mundo restante es el borde de la civilización, desmesurada zona de tolerancia en donde todo es permitido, desechado y reciclado al infinito. Condenada a servir de escenario de todas las formas de explotación posibles, de allí que la virtualidad del universo mediático, haya suplantado a la realidad y aun cuando sigamos estableciendo en nuestra racionalidad interior, la absoluta diametralidad de los contrarios. Este arrollador antisistema, tuerce la verdad y nos impone el mundo al revés, sobre todo en materia de valores, Se disipan las fronteras de todo tipo, incluyendo las éticas, envileciendo a los pueblos al punto de actuar en contra de su propia integridad y en favor de los intereses de los centros de poder.
A esta hora, la voluntad de lucha de los pueblos se ha visto reducida a evitar la intervención militar de las potencias europeas, las que están a flor de piel, teniendo que soportar las continuas provocaciones violatorias a su soberanía, perpetradas por factores internos y externos, so pena de sufrir una escala de violencia inusitada, coronada con una cruenta guerra civil. Posteriormente los países en cuestión, si todo sigue su curso de peso muerto, pasan a engrosar la franja de la marginalización donde reina el caos, la desintegración y la degradación continua.
Semejante procedimiento muele tanto para su provecho, como desperdicio deja en los países basura, pero tampoco tiene forma ni modo, estructura, ni método de control. La brutalidad de su voraz desenfreno consumista es tal, que no digiere formula organizativa alguna, y cuya antípoda es el alto grado de organización de las sociedades del primer mundo. Entre mayor es el caos producido en las franjas marginales debido a la súperexplotación a las que son sometidas, mayor es el grado de organización y confort de la metrópolis y sus ciudades globales. Sin embargo, esta fórmula de neoconquista, solo es posible llevarla a cabo con la percepción, por parte del imperio, de algún sentido de control generado mediante la libre evolución del caos.
Pero este producto de aparición espontánea no es gratuito, es la consecuencia de una contradicción de origen, incubada en el sistema capitalista, por lo cual está sentenciado a ser insostenible. La única forma de mantenerlo, como sucede con su generador, es engordándolo al infinito. Así que la periferia, esa descomunal franja en donde nos encontramos quienes padecemos bajo la égida del imperio y su hegemonía (colonias, neocolonias, áreas ocupadas, intervenidas, de influencia, etc.), no solo crece al ritmo del incontrolado progreso o estado de bienestar (consumismo y despilfarro) de los países ricos, traducidos en la profundización del deterioro en todos los órdenes de la vida en la periferia, sino que lo hace también territorialmente, ganando espacio en cualquier terreno productivo, paradójicamente, también al interior del mundo desarrollado. Así se van achicando las áreas exclusivas del confort occidental, ejerciendo presión sobre los grandes centros de trabajo o áreas de sobrevivencia, de tal manera que al corto o mediano plazo, se avizoran explosiones sociales de gran envergadura en el primer mundo (en EEUU son más de cuarenta millones y contando, de hispanoparlantes los que sufren algún tipo de discriminación y violación de sus derechos humanos. Doce de ellos, ilegales, casi en situación de esclavitud. La respuesta: campos de concentración clandestinos, detenciones arbitrarias, deportaciones y muros de la vergüenza, secuestros, asesinatos, desapariciones. En la zona euro la situación es tan alarmante, que la despreciable Directiva de Retorno, como respuesta inhumana a la alarmante invasión de indocumentados, palideció ante el bestial brote de racismo, xenofobia, neofascismo y demás especias).
Como colorario curioso, bulle entre las elites, las vanguardias, las clases dirigentes dominantes de los países por caer o ya inmersos en la periferia, y por ende vapuleados por el caos (sobre todo, los de tendencia de derecha, sin excluir totalmente a los de izquierda), el criterio de que hay que sumergirse y dejarse arrastrar por las milagrosas corrientes de la globalización ¡Santo remedio para los peligros del rezago! Sin advertir que ésta, traslada la endemia configurada en el capital, cuyo fin es su marginalización.
La evidencia pareciera sentenciarnos a padecer irremediablemente, las miserias de la marginalización impuesta por el modelo del último orden mundial", sin esperanzas de salir de los eternos ciclos de la hiperexplotación. Describe un inmenso poder global que no depende de una estructura definida, que no está ubicada en un espacio preciso, con procesos específicos, sino que es un fantasmal brazo largo que lo alcanza todo, como la compartimentada omnipresencia de las conspiraciones. Es decir, el imperio y su hegemonía no es solo la grotesca confabulación de un poderoso país y su gobierno contra el resto del mundo; un complejo militar industrial tecnológico sembrando guerras por doquier, un conglomerado de grandes centros de información con sus medios y su industria cultural ablandando a la opinión pública en un teatro de guerra paralelo; un trust financiero total, financierizando la economía, inflando una enorme burbuja a punto de estallar; es mucho más: una red de todos estos factores desplazándose dúctilmente por el entramado de la globalización, de manera tal, que tras el viciado mundo de la comunidad internacional con sus instituciones de diplomacia y derecho internacional, se esconde la figura del imperio: al final el conjunto de los payasos conforman al dueño del circo: cuando Nicolas Zarcozy mandó a buscar vivo o muerto al Coronel Muamar Gadafi, Hillary Clinton respondió: Fui, vi, y murió. Los demás participaron de la rapiña. Libia hoy, está sometida a la marginalización en la periferia, desbastada por el caos.
Sin embargo, hemos sido advertidos sobre algunas características de esta última modalidad del capitalismo en su etapa postrera, cuyo estudio nos dará ideas en la batalla revolucionaria. En primer lugar, la marginalización del mundo, como todo en la dinámica de acumulación infinita de capital, no tiene forma de ser controlada y su desproporcionado crecimiento terminará por desbordar el caos al interior de la metrópolis. Este es uno de los temas derivados de la explotación y la súperexplotación como lo son también: el cambio climático, el recalentamiento, la desertificación que harán inviable la vida para todos en el planeta, incluyendo al imperio mismo. El abrumador crecimiento de la pobreza crítica (las legiones de hambrientos no podrán ser detenidos ni por muros ni por directivas de retorno). La privatización de la guerra arroja como resultado, incuantificables arsenales, ejércitos de mercenarios y delincuentes de toda ralea, incontrolables, dispuestos a actuar en cualquier parte del mundo (además, la guerra como forma de resolución fáctica, por primera vez en la historia, asoma la posibilidad de cumplir su axioma: la aniquilación total de la especie humana, incluyendo a los ricos y multimillonarios, no sin antes, sembrar el caos en los campos invictos). La exacerbación de la violencia, la inyectada a las sociedades y sus individuos por los mass media, terminará por rumiar en la realidad sus postulados.
En fin, el caos y sus temas asociados impuestos a la periferia, la que al final terminará siendo muchísimo más grande de lo que nada pueda controlar, es hoy una herramienta del modelo sobreexplotador del planeta. Lo administra el imperio, el enorme poder conspirativo que vigila, interviene, explota, y degrada al mundo en su totalidad.
Se ha dicho que la mejor forma de luchar contra esta desproporcionada fuerza, al igual que a sus expresiones criminales neofascistas, lo que pareciera ser una imposibilidad en las actuales condiciones, es asumiendo y difundiendo cosas tan sencillas como la verdad. Consolidando la unión de los factores patriotas y nacionalistas de un país. Integrando regiones, bloques, grupos de naciones. Agitando y movilizando los pueblos. Pero todo ello pareciera girar todavía en los marcos teóricos, en el mundo de las abstracciones, aquello que los pueblos solo entienden en su dimensión cultural, al que también pertenece, pero que va tomando conformación concreta, el desarrollo de un robusto cuerpo de leyes antiimperialistas que en primera instancia no tolere bajo ninguna circunstancia, la aplicación de ninguna ley extra territorial; entre las que se encuentran las promulgadas como sanciones económicas, porque además son impuestas descaradamente por intereses meramente comerciales, y en segunda instancia, que frene la injerencia de factores exógenos a la vida interna de los estados, penetrado a través de todo un tejido de instituciones filantrópicas y diplomáticas por un lado; y por otro, por las no menos poderosas organizaciones deportivas, religiosas, económicas y gremiales que en más de lo que se sospecha, intervienen con más poder que los gobierno de esos países. Pero sobre todo, regular de manera precisa, la injerencia en los temas políticos internos, llevada a cabo por sus embajadas y cuerpos diplomáticos, limitando, bajo reglamento, sus actuaciones; regulando el número de su personal, y por último, reduciendo a la mínima expresión el tamaño de sus muebles e inmuebles.
Pero el imperio retrocede y será vencido, sin lugar a dudas, por cosas mucho más sencillas. Cuando el asumir y difundir la verdad, no solo sea tarea del estado y de los medios de información y comunicación, sino que antes, sea la práctica cotidiana que transversalice nuestras propias relaciones, solo en ese entonces estaremos anatemizando el universo de las simulaciones y las mentiras que ha impuesto el capitalismo a través de su mejor expresión: el imperialismo. Cuando sintamos horror al desorden o a cualquier manifestación de caos en nuestro entorno, entonces las huestes imperiales huirán porque sin ellas es incapaz de existir. Si espantamos lejos la oscuridad, la ignorancia, la prostitución, el consumismo de bienes y servicios innecesarios; pero sobre todo, los de alcohol, drogas y prostituvión. Cuando la solidaridad diaria deje de sernos un acto extraordinario. Cuando la honestidad nos prive de los manjares de todo privilegio, empezando por los más sencillos y minúsculos. Cuando no soportemos la basura en ningún lugar y la veamos como la peor expresión de nuestra propia descomposición. Cuando la desidia y el abandono nos afecte tanto como el hambre y la sed.
El imperialismo ha resultado ser el único enemigo de la humanidad capaz de extinguirla. En la medida en que definitivamente lo entendamos así; y acopiemos todos los esfuerzos para luchar contra él, en esa misma medida tendremos una real opción de victoria. Solo con las fuerzas antiimperialistas y su reafirmación por sobre el mundo virtual, el que nos separó de nuestra esencia, lo lograremos. La paz es antiimperialista y por consiguiente anticapitalista, como lo son, la lucha contra las drogas, contra el terrorismo y todo tipo de violencia. Como lo es el orden, la disciplina, la limpieza, la estética y las culturas populares. Mientras tanto toda otra lucha acabará siendo menor, meras escaramuzas intrascendentes. Tampoco puede ser la lucha de un país solitario, acabará reventado, hecho escombros sumido en el caos y la miseria; ni la de un sector, o la de unos hombres y mujeres en especial. Ésta es una confrontación universal de todos los pueblos del mundo sin excepción. En ese sentido El Comandante Supremo Hugo Chávez, no solo nos legó las practicas asociadas a la paz y la ética socialista con su obra y su vida ejemplares, infalibles en esta lucha, sino el sistema de ideas para el único debate de este momento, la carta de navegación en el incierto océano del siglo 21. Un documento como el Plan de La Patria aún no ha sido lo suficientemente entendido para combatir en la real batalla, la de las ideas, la única con la capacidad para vencer al imperialismo.
¡Chávez vive, la Patria sigue! ¡Independencia y Patria Socialista! ¡Viviremos y venceremos! ¡Hasta la victoria siempre!