En estos días confusos de testimonios destemplados pero reveladores y de solidaridades periodísticas que han levantado ronchas ideológicas en el seno del chavismo, quizás por las influencias solticiales, yo también confieso.
Me he dejado llevar frecuentemente por la idea de que todo está bien y he menospreciado a quienes repiten que la crítica y la autocrítica son herramientas fundamentales a las que los revolucionarios debemos apelar siempre, sin complejos de que los enemigos ideológicos pretendan embasurarnos con sus prejuicios, manipulaciones y mentiras.
He creído que la defensa del legado de Chávez se logra simplemente repitiendo consignas y creyendo ingenuamente que ya el mandado está hecho, olvidando que siempre debemos ir al fondo de los problemas para dar con su solución y no quedarnos en la mera forma aparentando soluciones falsas.
No he cuestionado suficientemente las decisiones de los dirigentes que no han sido capaces de decir la verdad a las bases, pretendiendo ocultar el sol con un dedo, como si el pueblo no hubiese aprendido hace tiempo a descubrir cuando no se le dice toda la verdad o cuando se le intenta engañar.
He hecho pocos esfuerzos para persuadir, a los que tengo cerca, de que la revolución la hacemos cada día con nuestras acciones cotidianas y que la crítica al compañero o al dirigente tiene más valor cuando la acompañamos de propuestas y modelamos con nuestra acción en la tarea diaria de construir la mejor sociedad que queremos, la sociedad socialista de la que Chávez nos enamoró.
He dedicado poco tiempo al estudio y a la formación ideológica que me permitan defender con razones y argumentos irrebatibles la propuesta Socialista de un mundo más humano, solidario y justo para quienes ya estamos convencidos de él y para quienes por ignorancia u otras razones lo niegan y lo rechazan.
He creído que 15 años eran suficientes para iniciar la cosecha de los frutos de la revolución, olvidando que sólo con el esfuerzo sostenido de la mayor parte de los venezolanos podremos construir el país próspero en el que todos alcancemos el buen vivir que merecemos todos.
Por todo ello, confieso que estoy siendo desleal a Chávez y al sueño que nos legó.