Lo que está ocurriendo en los últimos años en Latinoamérica tiene al mundo estupefacto. Y al imperio “preocupado”.
Nuestras naciones se convierten en un enorme laboratorio socio-político para analistas de uno u otro signo ideológico que no logran desentrañar las claves para el análisis de las nuevas realidades de nuestro subcontinente. Cuando más se imponía:
• En lo económico,el reino del neoliberalismo.
• En lo laboral la flexibilización del trabajo.
• En lo histórico la tesis de Fukuyama del fin de la historia.
• En lo social la focalización de los programas sociales.
• En lo ideológico el pensamiento único.
• En lo comunicacional la banalidad informativa y el entretenimiento embobecedor
• En lo militar el gendarme universal.
• Y en lo epistemológico la posmodernidad con la muerte del sujeto.
Cada uno de ellos con sus respectivos dispositivos y mecanismos de justificación ante lo que se suponía inexorable, irreversible, sin alternativas que llevó a muchos a lo que alguien denominó “la desesperanza aprendida”, vienen los pueblos latinoamericanos y comienzan a dar con el traste a todas estas posturas y tendencias. Diríamos parafraseando el famoso son cubano: “llegó el pueblo y mandó a parar”.
Venezuela dio la pauta desde 1989 con “El Caracazo”, una especie de catarsis social donde un pueblo desesperado, rabioso, desencantado bajó de los cerros, salió de barrios y quebradas y mostró al mundo la otra cara de Venezuela. Allí se evidenció la fractura social y el fin de la denominada “ilusión de armonía” que tanto pregonaban nuestras élites. Luego las rebeliones militares de 1992 y el triunfo en 1998 del proyecto bolivariano eliminaron el bi-partidismo con las consabidas reacciones o resistencias de los grupos económicos privilegiados, también de intelectuales y académicos y estratos sociales medios confundidos frente a los cambios sociales, políticos, económicos, jurídicos y culturales que, como un huracán se desataron en la nación bolivariana. Lo demás es historia reciente y tan volátil y vertignosa que se hace difícil aprehenderla en frío, objetivamente. De una u otra manera nos ha involucrado tanto que un columnista de APORREA, Martín Guédez lo ha expresado como: “la trinchera tiene dos lados”.
Mientras tanto, otros pueblos latinoamericanos, influenciados por la toma de conciencia, entusiasmados por su nuevo protagonismo, retomaron la fuerza de otroras luchas y se lanzaron a la conquista de sus derechos. Y allí tenemos entonces a los pueblos de Uruguay, Chile, Bolivia, Perú, México, Ecuador, República Dominicana, Costa Rica, Argentina, sin dejar de mencionar la lucha del pueblo colombiano que, en armas o con la abstención militante expresa que no ha cejado en su intento de desplazar a una oligarquía criminal y a una sociedad de castas en la que quien nace pobre muere pobre y quien nace rico muere rico. Y lo de Bolivia reconfirma esta afirmación.
De allí que ahora se reivindique la historia de los de abajo, de los que no tenían voz, la historia que habían intentado enterrar los vencedores, la historiografía fácil pero engañosa de los héroes patrios que se habían convertido en estatuas lejanas, frías e insensibles, la historia de las fechas y de las batallas decimonónicas, la historia del modelo europeo, norteamericano u occidental, como si mas nada existiera en los textos que nos imponen las grandes enciclopedias de historia universal. Ahora se reivindican figuras como el “Che Guevara, Tupac Amarú, Guaicaipuro, Jerónimo, Fabricio Ojeda, José Leonardo Chirinos, el Negro Miguel, Argimiro Gabaldón, Alí Primera, Joao Goulart, Jacobo Arbenz, Emiliano Zapata, Torrijos, Salvador Allende, Sandino, Farabundo Martí, Caamaño, y muchos otros y otras que sólo son eslabones en la cadena de la lucha de cada uno de los pueblos que representan y por los cuales se inmolaron. Otros se analizan desde una perspectiva diferente, como Bolívar, José de San Martín, Artigas, Abreu E Lima, Sucre, O´Higgins, Gaitán, es decir desde la perspectiva de la unidad latinoamericana y antiimperialista.
Los pueblos continúan despertando, tomando una vez más las riendas de la historia, haciendo la historia como siempre, sólo que ahora es necesario que los que la escriben cambien el paradigma tradicional para darle al pueblo la significación que siempre ha tenido como constructor de las revoluciones, cambios y transformaciones y no colocarlo como un simple seguidor de un líder mesiánico, omnipotente y omnisciente cuando éste no es mas que el producto de las circunstancias que lo han colocado al frente de un proceso. Y acá es válida la consigna de que sólo el pueblo salva al pueblo. El 13 de Abril de 2002 en Venezuela es digno ejemplo de ello. Ese acontecimiento, el pueblo en la calle rescatando la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y al gobierno legítimamente electo y reelecto, es la verdadera aplicación del artículo 350 de la Constitución que tanto pretenden invocar los oposicionistas. Lecciones de la historia reciente que aún sigue desarrollándose con la participación protagónica del pueblo.
cecilperez@ucla.edu.ve