Lo que pudiéramos llamar el proceso de la revolución latinoamericana tiene tantos y variados actores que en su momento y sus trascender se han convertido en referencias para darle continuidad a la construcción de teorías y experiencias, que hoy asumimos para el saltar modelos y sistemas sociales excluyentes.
Hemos asimilado valiosos aportes teóricos y prácticos de pensadores y teóricos de latitudes europeas, asiáticas y del medio oriente, que nos convierten en destinatarios, cuyo resultado es un molde enriquecido por corrientes plurales. Todo un mestizaje teórico. El proceso independentista, y de manera muy especial referenciales como Bolívar y Miranda enriquecieron sus ideales libertarios con las corrientes filosóficas vigentes.
Sobre este tema se expresó muchas veces el Presidente Hugo Chávez, quien no perdía oportunidad para exhortar al estudio de quienes a lo largo de la historia de la humanidad se han convertido en hombres y mujeres claves para la elaboración de una teoría o teorías para los cambios y las revoluciones. Aprender de los éxitos y fracasos. Tomar lo bueno de las tantas experiencias mundiales, en conocimiento que el éxito tiene como único centro la felicidad del ser humano y confrontar sin contemplación alguna la oprobiosa exclusión social a que ha sido sometido por el capitalismo y sus perversiones.
Los llamados de Chávez a la unidad, a la crítica y la autocrítica para rectificar, a la lucha contra la corrupción y demás desviaciones en la función pública y privada, a la solidaridad, a la eficiencia y a la productividad, entre tantas exhortaciones, solicitudes y exigencias de quien, indudablemente, se ha convertido en soporte fundamental del discurso de quienes le han sucedido en el liderazgo.
La sensatez, responsabilidad y compromiso con que se aplique la crítica y la autocrítica constituye el mejor método para propiciar el reimpulso de cualquier gestión. ¿Cuál es el problema de revisar a fondo, a tiempo y hacer las necesarias correcciones? Y por supuesto, la respuesta ante tal solicitud no puede ser el lenguaje prepotente ni soberbio. La respuesta no puede ser la acusación de stalisnista, trokista o maoista. El tribunal disciplinario no arregla esta realidad. Menos el ruido de tratarlo todo en los medios audiovisuales, a sabiendas que este país ha madurado y espera respuestas que contribuyan a resolver las exigencias sociales pendientes.
El Congreso del PSUV tiene en sus manos una papa caliente. Los últimos acontecimientos sucedidos, no precisamente en su seno, son de obligatoria discusión. A menos que nos sigamos haciendo los locos.