El Estado tiene justificada su existencia mientras existan sociedades divididas en clases. No se trata de un mal inevitable. Ser trata de un objetivo a eliminar para la paz de la humanidad.
El Estado, tal como lo conocemos, perfeccionado emblemáticamente por el cuerpo conceptual que dejó La Revolución Francesa de “libertad, igualdad y fraternidad”, es burgués, como la revolución aludida.
Por eso es que nadie debe escandalizarse cuando socialistas o comunistas de todos los países del mundo, advierten acerca de su intención proletaria de destruir el Estado, todo Estado. Es inconcebible una sociedad de los iguales en la que siga existiendo un órgano regulador, ya sea por represión, por consenso, o por ambos artificios, de las relaciones de producción.
El Estado burgués irrumpe en la cotidianidad explotadora del gran capital, robando vida y plusvalía a quienes intentan sobrevivir vendiendo su fuerza de trabajo, no teniendo más nada que vender. Su irrupción es para fungir de administrador. Administrador de las voluntades y de las conciencias, para que no lleguen a desbordarse, para que no rebasen el “equilibrio” impuesto por los dueños de los medios de producción.
Es así como toda institucionalidad del Estado es institucionalidad para el sometimiento, para el adocenamiento, para la custodia de los bienes acumulados y acumulables en pocas manos, mientras las grandes mayorías padecen o mueren del hambre diezmada por los capitalistas.
Ahora, ¿cómo recorrer el camino entre el Estado y el no-Estado? ¿Cómo conquistar el socialismo sin haber conquistado el Estado y haber trabajado intensamente por implosionarlo”? Las revolucionarias y revolucionarios de todas partes, siempre han pensado en ello y el tema de la violencia de clase proletaria para enfrentar a la violencia dominante del capital, no está excenta de las utopías. ¡Hay que hacer algo!
¿Qué hacer? Se preguntó el líder de la casi centenaria y primera victoria revolucionaria socialista, en la Rusia de 1917. ¿Qué hacer? Se sigue preguntando el pueblo, las trabajadoras y los trabajadores, el proletariado y todos sus aliados revolucionarios. Nuestro supremo líder, el Comandante Hugo Chávez, se trazó su propia estrategia y es importante tenerla hoy en cuenta y no dejarla morir, pues es parte del legado para alcanzar nuestra independencia y Patria socialista.
Ante un Estado cada vez más caduco, anacrónico y decrépito, pero de apariencia “inmortal”, Chávez se planteó lo que, progresivamente, fue conformando como un sistema de Misiones para “implosionar” la burocracia del Estado “perfeccionado” por el puntofijismo para mantener oxigenado el dominio del capital y de su instrumento mayor de dominio político, el imperio estadounidense.
Ante la imposibilidad de “reformar” el Estado burgués y su expresión venezolana, para conseguir “la mejor forma de gobierno”, tal como la concebía Simón Bolívar, Chávez decide crear misiones en áreas neurálgicas como la alimentación, la vivienda, la educación y la salud, por nombrar solo algunas.
Emprender una “transformación” desde la enquistada burocracia que cada vez más perfeccionaba la entrega de nuestra institucionalidad para el beneficio del capital y de sus planes neoliberales, no hubiese generado alternativas y, ni siquiera expectativas. Por eso nuestro Comandante Chávez se adelanta revolucionariamente a diseñar la estrategia de conquista del socialismo, de la Patria socialista, mediante el despliegue con eficiencia de las misiones.
Es por eso que cuando, desde el oposicionismo candidatural, el represntante de la derecha pretendió coquetear con el discurso de la Revolución Bolivariana para engañar incautos, creyeron llega al tope de las propuestas políticas, ofreciendo una ley que “estabilizara” las misiones “para que no se pierdan”. En realidad, la derecha estaba clara en su propósito de matar la estrategia chavista mediante la institucionalización del sistema de misiones. Las misiones, convertidas en una “nueva” institucionalidad burocrática, en una reproducción de los ministerios típicos del puntofijismo, lo que lograría sería detener la revolución, maquillando el rostro de los depredadores capitalistas.
A eso se opuso el camarada Presidente Chávez, quien presintió en la propuesta “caprilista” un deseo por reestablecer el Estado a la medida de su dominio. Hoy, este tema sigue siendo parte de una reflexión inconclusa y de un debate profundo, necesario.