Robert K. Merton (1910-2003), sociólogo estadounidense (no hay que confundir con su hijo, el Premio Nobel 1997 de Economía Robert C. Merton, nacido en 1944, economista norteamericano, por sus trabajos para calcular el precio de las opciones financieras), es reconocido por su teoría de las funciones manifiestas y latentes; aquellas las describió como las consecuencias objetivas queridas y observadas por los miembros de una sociedad o sistema social; y éstas como las consecuencias objetivas que contribuyen a la adaptación social, pero que no son observadas ni queridas por los miembros de una sociedad; contribuyen a la adaptación social o a otros objetivos y simultáneamente, no son deseadas o reconocidas por la sociedad o el grupo. Pero el interés que me acerca a Merton no es su teoría de funciones, sino sus reflexiones acerca de un tema que en la década de los setenta cobró mucha importancia, me refiero a la “sociología del conocimiento”.
La sociología del conocimiento aparece interpretada en la obra “Teoría y estructura sociales”, que publicara Merton en su idioma original, el inglés, en 1949, pero que los hispanoparlantes tendríamos una primera versión en español en 1964, de la mano del escritor, político y traductor asturiano Florentino M. Torner (1894-1969), bajo el sello editorial del Fondo de Cultura Económica de México.
En la obra de Merton, en el aparte XII, expone que la “…sociología del conocimiento nació con la notable hipótesis de que aún las verdades tenían que considerarse socialmente aplicables, que había que ponerlas en relación con la sociedad histórica en que aparecían…” Desde una postura de filosofía de las ideas, la sociología del conocimiento consiste en el estudio de los orígenes sociales de las ideas y del efecto que las ideas dominantes tienen sobre las sociedades; se comenzó a usar el término en la década de 1920, desde las voces calificadas de sociólogos alemanes como Karl Mannheim (1893–1947), con su obra “Ideología y utopía”, y Max Scheler (1874-1928), éste último categorizó tres clases de saberes: el inductivo, el de la estructura esencial o fenomenológico y el metafísico. El saber inductivo, expresa Scheler, es el de las ciencias positivas, y se basa en la dominación del mundo circundante; el saber de la estructura esencial es el saber que permite captar de un modo inmediato el qué de las cosas, en concordancia con lo expresado por Immanuel Kant (filósofo alemán 1724-1804), en que existe el conocimiento de lo a priori, y que este carácter lo tienen las proposiciones ideales que se dan con independencia del sujeto que las piensa. Y el saber metafísico, llamado por Scheler saber de salvación, que es la forma más alta de saber, pues se refiere a los más altos valores personales, vale decir, los propios de lo divino. Es un saber que eleva al hombre hacia algo mayor que él mismo.
La sociología del conocimiento que se propuso en el siglo XX, permanece en un lugar secundario dentro del pensamiento sociológico, pero en estas primeras décadas del siglo XXI, ha sido reivindicada y aplicada a los estudios sobre la vida diaria, sobre todo tomando de referencia los trabajos del eslovaco Thomas Luckmann(1927), cuya teoría es conocida como construccionismo social, que sostiene que todo el conocimiento, incluyendo el conocimiento más básico del sentido común de la realidad diaria, se deriva y es mantenido por interacciones sociales. En su obra “La construcción social de la realidad” (1966), distingue los métodos de comprensión cualitativa de las sociedades humanas.
A pesar de la gran influencia de la sociología contemporánea, la sociología del conocimiento ha tenido un impacto más significativo sobre la ciencia, especialmente por su contribución a la discusión y comprensión de la propia naturaleza de la ciencia, sobre todo a través de la obra del historiador estadounidense Thomas Kuhn (1922-1996), sobre “La estructura de las revoluciones científicas”, publicada en 1962.
En un aspecto puntual, la postura de Merton frente a la sociología del conocimiento, se caracteriza por abordar una idea ontológica del conocimiento desde la experiencia social, para lo cual se vale de varias posturas epistémicas que, a su juicio, definen el lugar que ocupa la sociología del conocimiento en el ámbito científico moderno. Estas posturas son: la naturalización, que se anula la distinción tajante entre contextos de descubrimiento y justificación; el relativismo, que se desconfía de la existencia de criterios absolutos de validación o garantía de verdad o racionalidad; la causa social, donde la actividad científica, la investigación y la puesta en conocimiento de los descubrimientos son actividades desarrolladas por comunidades concretas y no por sujetos aislados; el constructivismo, donde los productos científicos no surgen como copias de la realidad ni como reflejo de la misma; y la instrumentalidad, que describe el conocimiento científico como la diferencia de otros modos del saber por su utilidad y efectividad instrumental y pragmática puesto que de él se espera conseguir la consecución de ciertos fines o intereses concretos.
En una palabra, Merton abre espacios para entender el conocimiento más allá de esa definición universal que lo relaciona con una gama de productos culturales (ideas, ideologías, creencias jurídicas y éticas, filosofía, ciencia, tecnología, entre otras); el conocimiento, expresa Merton ha de orientarse en las relaciones con los factores existenciales de la sociedad y la cultura. Merton crítica en cierto modo la postura de Karl Marx (1818-1883), en cuanto al conocimiento. Según Merton, Marx, no relacionó el conocimiento con lo social, la extensión real de las relaciones entre la actividad intelectual y los fundamentos materiales, no llegó a ser desarrollada por el filósofo alemán. Queda solamente, dice Merton, la aclaratoria que hace el compañero intelectual de Marx, Friedrich Engels (1820-1895), quien argumentaba que la concepción materialista de la historia de Marx, fue determinada por la necesidad y no de un conocimiento producto de las relaciones sociales. Lo cierto es que es un tema que se hace necesario revisar y volver a interpretar, en la búsqueda de nuevos escenarios investigativos en las ciencias sociales.