La vida cotidiana y dinámica de quienes nacen y viven en geografías fronterizas como esta, Norte de Santander – Táchira, han aprendido a convivir con una serie de elementos propios de la delimitación fronteriza.
El término “contrabando” forma parte del quehacer de cualquier ciudadano de frontera, y desde que se es niño y se empieza a comprender el mundo, entra la palabra contrabando a formar parte de su léxico diario y permanente.
Cuando el diferencial cambiario favorecía a Venezuela frente a Colombia con un bolívar fuerte de 4,30 Bs/$ que permitía una convertibilidad legal de 16 pesos por bolívar, hacía que fuera el Táchira un lugar de destino casi que obligado por buena parte del venezolano del resto del país, por el atractivo que representaba ese portentoso y encopetado bolívar en el bolsillo de cualquiera, para venir de compras a Cúcuta.
Cuantas reuniones y mesas de trabajo de quienes venían de otros estados, se planificaban de manera que duraran hasta el viernes para el fin de semana ir a Cúcuta a compra, era lugar común y también formaba parte del léxico la expresión voy a “cucutiar” eso era ya una actividad normal, y en Cúcuta nadie le decía “bachaquero” a un venezolano, ni se hablaba de desabastecimiento ni escases, ese país pujaba con su economía y se dedicaba a producir para venderle a los asiduos visitantes, el aeropuerto de San Antonio del Táchira tenía una dinámica comercial muy importante y era la ruta preferida por mucha gente, por la comodidad de tener a Cúcuta casi que al bajarse del avión.
Todo cambió para siempre en Venezuela, un viernes 18 de febrero de 1983, estando en el gobierno Luis Herrera Campins, cuando como a las 4 de la tarde de ese fatídico “Viernes negro” hubo el terremoto económico que tuvo lógicamente su incidencia bursátil hasta en los mercados financieros internacionales, al anunciársele al país y al mundo de la devaluación del bolívar que por muchos años había sido de una paridad cambiaria 4,30Bs/$.
Ya el país se tuvo que ir acostumbrando a convivir con un problema monetario gravísimo que el pesimismo indica “que llegó para quedarse” pues han transcurrido de esa fecha a hoy, 31 largos años, y nada que se resuelve esta dramática situación.
Los fármacos aplicados a la economía venezolana de acuerdo al diagnóstico clínico no han resultado del todo satisfactorios, y el paciente sigue ahí llevando a duras penas su enfermedad, que afecta a todo su entorno familiar, eso es ni más ni menos lo que viene pasando aquí.
Ahora se invirtieron los papeles, son los colombianos quienes tiene una moneda fuerte y demandan bienes y servicios en Venezuela, que el país no está en capacidad de ofrecer por lo menguada de su producción nacional, la cual no alcanza ni para cubrir su mercado interno.
Y es por eso que nuevamente se vuelve a oír con altísima insistencia la palabra “contrabando” olvidando ambas naciones (Colombia y Venezuela) que esta es una oportunidad real para mantener dinamizada las economías de frontera, con un comercio y cambio de moneda que debe ser legal y no como sucede actualmente en esta frontera.
A Venezuela solo le queda el camino de la producción nacional para generar un mercado de exportación hacia Colombia, las zonas industriales del Táchira, el turismo y la agricultura entre otras, tienen esta gran oportunidad, que puede significarle a Venezuela buenas entradas de divisas aprovechando el diferencial cambiario de Colombia; si en otros tiempos representó el intercambio comercial 3 mil y 4 mil millones de dólares por año a favor de Colombia, por qué en esta coyuntura no definir políticas nacionales y hacer que ese intercambio se invierta a favor de Venezuela? Ese es el reto y no la fácil justificación del apelativo: contrabando.