A propósito del escrito de Pavel Rondón sobre conciencia

Épica y Fatuidad

He leído con sumo interés en APORREA, el escrito de Pavel Rondón, mi amigo, que lo titula: “Sobre la conciencia de cambio”. Me satisfizo mucho el llamado que Pavel hace a examinar mejor la historia venezolana e incluir pasajes muy importantes con vocación de perpetuidad que se quieren, de buena o mala fe, o por ignorancia, pasar por alto.

Me pareció excelente el recordatorio que hace de cárcel, exilio, persecución y muerte de militantes que durante esos episodios y otros en la historicidad venezolana, en diferentes etapas, asumieron compromisos políticos existenciales.

Los relatos que levanta reivindican el oficio político, hoy tan vacío de épica, y tan lleno de verbo perforado de falsas idolatrías. Realmente me conmovió la inmersión en la intimidad colectiva, narrando la noticia de la muerte en combate de su hermano Iván. Me imaginé cuanto dolor circularía por sus venas, y los esfuerzos para represar lágrimas, palabras, y gestos que en esos momentos se llevan todo por el medio, como río crecido.

También me resultó telúrico el comentario de los modos de comunicarse de Domingo Pernalete, y como hacía hablar a la tierra y las piedras, preparando acciones para tomar al cielo por asalto. No menos cargada de tierra y fango la alusión a Benigna y sus discretos secretos dando informaciones de eventos estelares, pero guardando la confidencialidad para preservar su vida y la de sus compañeros.

La evocación de un momento íntimo, como fue conocer a quien resultaría después ser la madre de Mariana, su hija. Es una nota abrumadora y sencilla al mismo tiempo, y alejada de cualquier deformación del yo. No se trata, en medio de esas circunstancias, de un hecho menor tirado al olvido, ni una exaltación heroica donde él es el galán de la obra. Pero sí, se trata, de un hecho muy importante e inolvidable.

Con la misma sencillez, pero sabiendo el impacto espectacular del hecho del que fue protagonista, narra su participación con Benigna y Carmelo Mendoza, trasladando herido, nada más y nada menos, que a Argimiro Gabaldón, héroe sin lugar a dudas, de este país y de este continente, para que le dieran los auxilios necesarios pero que, en definitiva resultaron infructuosos, y llevaron a Argimiro al panteón donde los nombres se esculpen en piedra, troquelados para siempre.

Los pensamientos se cruzan cuando se hace nítido que los protagonistas de esos capítulos de la vida tenían veinte o treinta años de edad, y que hoy permanecen tan frescos y vitales que revelan que la juventud y la senectud no son una cuestión de años cumplidos, sino que se asocian a la sabiduría que se manifiesta en la adolescencia y la adultez, o lo que es lo mismo,  a la vitalidad del alma por los siglos de los siglos.

¡Que pena la decrepitud que hoy padecen primaveros y otoñeros de baja estofa!. Unos incluidos en la nomenclatura de grandes empresas o de la burocracia inútil del estado, y otros muy cerca de esos árboles que no dan frutos pero si sombra. Pobre gente que ha decidido enterrar sus banderas, lanzas,  adargas y estandartes, para convertirse en plutócratas de nuevo cuño.

Esas realidades del presente dinámico nos reafirman en la creencia de que la asunción de la política implica riesgo y sacrificio, y así también, la satisfacción del yo profundo, personal y colectivo, que emana de la conciencia comprometida con nobles y superiores valores. La patria es un valor supremo que nos obliga a deslindar lo fatuo y la futilidad de la épica del vivir. El escrito de Pavel despierta nuestro buen gusto político, y lo coloca en el predicamento de seguir narrando esas y otras vivencias.



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Freddy Gutiérrez Trejo


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