En su versión más burda, el nominalismo es la creencia en que basta nombrar las cosas para que existan. Historiadores de nuestro país dicen que en Venezuela se lo debemos a los españoles a quienes les bastaba colocar un tronco en un descampado para nombrar ciudad a ese espacio. Fundar una ciudad precedía a la existencia de ciudadanos, casas, calles, instituciones, etc. Con sólo nombrarla, la ciudad existía y se hacía cosa corpórea.
Esta tendencia ha servido en no pocas oportunidades para la manipulación y el engaño, utilizada hábilmente por los gobernantes. Aprueban proyectos, toman decisiones sobre asuntos trascendentes, hablan de ellos como hechos ciertos, tangibles, a la vista de todos; pero no son más que palabras: Proyectos que no se realizan, decisiones que no se implementan jamás.
También el nominalismo tiene su versión en las leyes. Normamos sobre procesos que no existen y pretendemos con ello darle vida a lo que nada tiene que ver con los fenómenos de la realidad social. Más aún, ilusamente pretendemos que complejos fenómenos sociales de participación y decisión colectivas se desarrollen a partir de las normas aprobadas.
Tenemos que darnos la oportunidad de imaginar y crear un nuevo Estado. Los cambios deben seguir su curso y reprimirnos la tendencia generalizada de ponerle un nombre apenas intuimos que puede ser algo nuevo. Cuando esto hacemos abortamos los procesos y le ponemos amarras. En nuestro afán de agarrar conceptualmente los fenómenos, abortamos su desarrollo y los convertimos en otra cosa.
No hay que desesperarse. Se requiere trabajar para que los procesos maduren y crezcan plenamente todas sus posibilidades. Creámosle a Rigoberto Lanz que habla de la capacidad creadora de la turbulencia; resolvamos positivamente la disyuntiva de Simón Rodríguez e inventemos. No definamos cosas antes de tiempo, sin habernos dado la oportunidad de vivirlas.
Cuando menos nos evitamos hacer leyes de ensayo y error; de aprobarlas por la mañana para modificarlas en la tarde. ¿Ejemplos? Ley de cooperativas, consejos comunales de participación y hasta la mismísima Constitución.
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