Dos autores parecen coincidir, a propósito de formular la elaboración de una tipología y caracterización sobre la cultura festiva popular y residencial. Esos investigadores han sido: Jean Duvignaud y Mamadou Seck. Este último precisa: además de romper con la monotonía de la vida cotidiana, la fiesta encierra un significado que, en la mayoría de los casos, se remonta a tiempos inmemoriales… … que marque un acontecimiento feliz, el nacimiento de un niño o cosechas abundantes…. Entre tanto, Duvignaud, dice: Hay que distinguir, en primer lugar, las fiestas que solemnizan un acontecimiento de la existencia: el nacimiento, la iniciación, el matrimonio, las exequias…. Este tipo de fiesta, en cuanto manifestación cultural y hecho social total, divide la existencia del ser humano en un antes y en un después. No obstante, es posible que donde se produzca una antinomia entre los planteamientos de estos autores sea en el referido a las exequias: siempre solemnizan pero jamás pueden ser un acontecimiento feliz.
Existen hechos, vivencias y sucesos biológicos-sociales-culturales-políticos-geográficos que dividen la existencia particular del ser humano, el ciclo de vida de las comunidades étnicas, así como de los grupos sociales, los pueblos y naciones. Por ejemplo, en el ir y el devenir de la vida particular de las féminas, cuatro (4) momentos, de su desarrollo vital, dan cuenta de hechos biológicos-sociales-culturales que dividen su existencia en un precedente y un ulterior. Se hace referencia a la menarquía, la primera relación sexual, su primer hijo y la menopausia. Por ejemplo, en la comunidad étnica indígena Wayúu, ubicada en 27.500 Km cuadrados, entre Colombia y Venezuela, la danza en tanto manifestación cultural y ligada al hecho productivo de la cosecha, y por ser una comunidad matrilineal, ésta va al ritmo del desarrollo de la mujer. De esa manera transita marcando las distintas etapas, del antes y el después, del ciclo vital las indígenas.
La investigadora Laurence Coudart estudio el punto más revelador de la Revolución Francesa como una fiesta, la cual significó el rompimiento y dislocación del ordenamiento habitual. Explica la resemantización del saber cotidiano. El árbol de mayo que se plantaba en las fiestas, bodas, cosechas, nacimientos, cumpleaños, entre muchas otras celebraciones, con la Revolución se transformó en emblema de la destrucción, primero, del orden feudal, y, luego, en el símbolo de la libertad. Las fiestas conmemorativas de las grandes jornadas revolucionarias marcan…los acontecimientos que han permitido la fundación de la República… (En)…Estas fiestas se incorporan a las costumbres populares (el árbol de la libertad y las fogatas) y los símbolos de los sans-culottes (el gorro y la pica) de los que parte el mensaje político y social que preconiza la unidad del país (Coudart, 1989). ¿Acaso no fue el 27 de Febrero de 1989 en Caracas una fiesta? La investigación resulta necesaria. El 28 se instrumentó la cultura de la muerte, de ello estamos seguros. ¿Quién puede dudar que esas fechas, acontecimientos y hechos dividieron la historia de la nación en un antes y un después?
Por más complejo que sea ese hecho social: la fiesta, y muy a pesar de sus múltiples y variadas características, así como sus disímiles definiciones, estas manifestaciones culturales constituyen las diversas maneras como una sociedad, (grupo social, étnico, familiar, pueblo o nación) expresa su sentido de relación con los tiempos extraordinarios de su existencia histórica. Y este concepto parece asomar intrincadas aristas estratégicas: al afirmar “diversas maneras”; esas maneras no son otras que aquellas que están en relación con las formas de asistir a la vida, que son las culturales. Al precisar: “su sentido de relación”, de algún modo, transita lo que tiene correspondencia con el sentido de pertenencia, también un tremendo asunto cultural. Y sigue: “relación con los tiempos extraordinarios…” tiempos que dividen la existencia concreta del ser social en un antes y un después; en un previo y un ulterior. Tiempo que forma un punto de inflexión en la vida de su “existencia histórica”, que no es otra cosa que el famoso contexto histórico-social determinado, que precisó Marx. Por ello, la fiesta es un hecho social total. Es un punto de endosmosis y exósmosis del hecho social en un contexto históricamente determinado.
Por ser las fiestas un contexto de encuentro y proyección de todos los elementos de la vida de ser social, expresados y puestos de manifiesto desde una cosmovisión étnica-cultural, resulta estratégico para una política cultural revolucionaria actualizar los calendarios de fiestas populares residenciales de las microlocalidades, Consejos Comunales y Comunas y desde las localidades, Municipios y Parroquias, porque son múltiples y polisémicos los elementos presentes en las fiestas: la artesanía, la culinaria, los bailes y danzas, la agricultura, lo urbano, lo lúdico, infantil y de adultos, la pintura y las artes visuales en general, la literatura, escrita y oral, la religiosidad, los saberes y haceres populares, las artes escénicas, junto a todo ese campo cultural residencial y popular, se combinan los elementos de los campos industriales masivos y académico.
En las 1880 fiestas populares-residenciales que registramos en los 15 municipios del estado Sucre, entre los años 1995-1996, encontramos la coexistencia, por ejemplo, en la elección de las reinas, una combinación de la reina del carnaval con las características propias del Mis Venezuela. Junto a los grupos y colectivos culturales del joropo con estribillo, culminada su presentación, entraba el gran equipo de sonido para luego aparecer en acción un grupo en vivo del campo industrial masivo como Oscar Emilio D’ León o Porfi Jiménez o alguno de esos faranduleros de la pantalla chica, y así se iban turnando. Junto a esa sabrosa e histórica empanada de cazón y las bebidas artesanales, chinguirito, singa parao, también aparecían el hot dog, pero con su aguacate y queso amarillo y demás ingredientes propios de la zona. El sancocho y las formas culinarias tradicionales, propias, concretas de específicas geografías y de comunidades étnicas coexistían con la comida chatarra, los productos culturales en serie y los cánones que se derivan del american way of life. Soslayar ese polisémica presencia de diversos campos culturales, la matria y el industrial masivo, haría perder de vista esa manera de resistir de las culturas populares. Pero la cultura residencial confiere sentido de pertenencia.
La Mcdonalización de la cultura es un hecho palpable y contundentemente cotidiano. Si la santísima Trinidad del despecho vienen a ser el bolero, el tango y la ranchera; entonces, la trinidad del modelo de vida capitalista cultural norteamericano de homogeneización son el dinero, el consumo y el estatus. No obstante, y coexistiendo con esa realidad, batalla la resistencia cultural, expresada en las culturales populares residenciales, cuyo trino, vienen a ser la cayapa, la tradición y la diversidad étnica cultural.
A riesgo de decir un perogrullo sociológico, los hechos, acontecimientos recogidos en una manifestación cultural, en las celebraciones y en las fiestas, que se suceden con los seres humanos, de igual manera, acontecen con las sociedades, los pueblos y las comunidades étnicas, las naciones. La historia está llena de ejemplos.
La llegada de Cristóforo Colombo, aquel 12 de octubre de 1492, en la Pinta, la Niña y la Santa María, significó que América descubrió el capitalismo, (Galeano, 1992), iniciándose así la Era Planetaria, “…proceso de mundialización/planetarización…Se descubre la Tierra como planeta, y se inicia la occidentalización del mundo y el desarrollo del imperialismo europeo” (Ander-Egg, 1998). Se produjo el rompimiento, por lo menos, de 40.000 años de culturas, de historia amerindia. 2.400 lenguas y 100 millones de seres humanos son diezmados a 40 millones en sólo 200 años de conquista y colonización, entre 1500 y 17000” (Velásquez, 2008). Ese impacto cultural, atroz, invasivo, dividió la existencia de nuestros pueblos originarios, indígenas y africanos, en una antes y un después, y desde allí podría tener su génesis la cultura de la resistencia. Ésta tiene, a veces, formas veladas, casi silenciosas, en otras formas de franca y directa revueltas sociales y políticas. Los Barí y los Wayúu constituyen un ejemplo histórico de los afirmado.
La resistencia cultural será siempre política, histórica y social. Lo que se defiende es una manera de asistir a la vida, que no es otra cosa que la cultura. Si a la crucifixión llevan a los pueblos; irán orgullos al matadero. Pero si se les ocurre darles, a esos pueblos, un ápice de oportunidad: allí estará la guerra de guerrillas y en ella lo cultural y las armas tienen la misma dimensión política.