No tiene por qué ser malo, risible, reprochable o digno de lástima el que haya personas que se sientan temerosas o empequeñecidas ante las nuevas tecnologías. No está tan lejano el tiempo en que nuestros abuelos se quedaron pasmados imaginándose a las personas diminutas que les hablaban desde el aparato de radio. Ni la loca sensación que dejaba el meter un documento en una especie de fotocopiadora, para que alguien ubicado en otra ciudad con otro aparato similar recibiera allá una reproducción: eso se llamaba magia y nadie tenía el derecho de sentirse superior porque conoceira esas cosas antes que uno, pobre mortal.
Lo que sí resulta perverso, incluso tomando en cuenta la enorme torpeza con que se ha utilizado, es el nuevo discurso anti elecciones: esa misma gente que suele burlarse del chavismo bajo la acusación de que éste se nutre de ideologías y procedimientos del siglo XIX, ahora exige (con ese tono estentóreo de paladín que tan bien le queda a Antonio Ledezma) que el proceso de elecciones regrese al tiempo de las papeletas y el conteo manual. ¿Y eso por qué? Ah, es que los chavistas pueden hacer trampa. Tú sabes, los cavernícolas esos, puede echar mano de la tecnología para producir fraudes indetectables.
Ustedes recuerdan los argumentos post-referéndum: la existencia de un satélite ruso a través del cual se manipuló a las máquinas de Smartmatic. Vino la OEA, metió mano en las máquinas y en el cerebro electrónico del CNE, y no encontró rastros del tal fraude. Entonces saltó un Tulio Alvarez con el glorioso comodín discursivo del año: fue un "fraude cualitativo".
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A lo que iba: ¿somos los bolivarianos unos animales inferiores a la tal "clase pensante" que se dice predestinada a gobernarnos, o somos unos genios capaces de hacer trampitas indetectables a punta de computadoras? Uno casi los comprende cuando recuerda que, durante el sabotaje petrolero, inutilizaron los sistemas, entre ellos el de Yagua, y un mes de trabajo les bastó a los hackers bolivarianos para reactivar lo que los "meritócratas" habían vuelto mierda. Y miren que se rieron (como se rió cualquiera) de aquella denuncia de Pedro Carreño. ¿Se acuerdan? La del espionaje vía Direct TV…
El caso es que se sienten amenazados, y esa sensación de que algo los aplasta va a hacerlos cometer estupideces (digo, más de las que usualmente cometen).
Lo anterior no es para alarmarse ni tampoco para estar creándose expectativas demasiado grandes; los partidos de oposición tienden a casarse con la estrategia del forfait para intentar vestir de ilegitimidad las elecciones. Viéndolo en frío, no les queda otra. A menos, claro, que las instituciones se dejen chantajear y acepten la belleza de exigencias que han puesto los adecos en la mesa: adiós a las máquinas, regreso a las boletas, bienvenido el sistema manual y (muy importante) que los encargados de contar los votos sean María Corina, el Zamora o Delgado Chapellín... ¡Sabrooooso, cará!
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En el fondo de todo esto, aunque no es precisamente lo más importante, se deja colar un síntoma clarísimo de la enfermedad antichavista por antonomasia: cuando uno los acusa de querer regresar al pasado está tan en lo cierto que no hay sino que escuchar o leer detenidamente del tremendo disparate que proponen. En la era de la automatización; en tiempos en que 50% de los problemas y situaciones cotidianas de la vida de un profesional promedio es posible resolverlo con cualquier aparato inalámbrico, los que nos acusan de retrógrados por invocar a Bolívar están proponiendo volver al tiempo en que las cajas y cuadernos electorales se transportaban en camiones militares. Por supuesto, la novedad es que ahora querrán cambiar los camiones militares por los carros particulares de un puñado de sifrinos y adecos. Pero el efecto queda y las sospechas se confirman: cuanto quieren hacernos retroceder tecnológicamente es apenas un botón de muestra de lo que quieren hacernos retrocedes política y socialmente.
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Me a presto a concluir esta entrega de mi columna y acabo de leer una declaración: Oscar Battaglini acaba de asegurar que el CNE no va a volver al sistema manual a pesar de la solicitud de algunos sectores de oposición en ese sentido. Lo que sigue nos lo imaginamos: los partidos de oposición seguirán presionando, el CNE permanecerá firme e irreductible ante esta loca proposición, y al final la derecha no participará en las elecciones. Lo cual, dicho sea de paso, los hará llegar al clímax: han de llenarse la boca asegurando que el Gobierno no les da garantías, y que por lo tanto esto es una dictadura. Qué predecibles, Dios del cielo.
¿Se acuerdan del chiste del manganzón que mató a sus padres, para luego decir en el tribunal que lo perdonaran porque era huérfano?