La división del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) es una realidad que preocupa a las cúpulas de tal organización política. Y es que un partido, cuyo aluvión de inscritos(as) superó los 7 millones de miembros en su constitución de 2007, a partir de allí, ha venido en picada en relación con tal cifra. Para ello, bastaría ver el número de votos con los cuales ganó Nicolás Maduro la elección presidencial en 2013. Totalizar el número de votos obtenidos por el PSUV en las municipales de hace casi un año, o conocer las razones del cómo un partido con semejante número de inscripciones, apenas si votó entre un 8% a 12% de tal militancia en sus elecciones internas de este año.
Ante ello, habría que analizar si tales cifras más que una división, no reflejan un estancamiento, por no decir, retiro o emigración de los miembros del PSUV. Entonces, asumiendo las cifras de “participación” de las bases del PSUV de su último proceso eleccionario: ¿adónde ha ido a parar una militancia de unos 5 millones de “inscritos”? ¿Hacia otros partidos del llamado “polo patriótico”? ¿Estarán ahora en el grupo de los autodenominados independientes o grupos “ni – ni”? ¿Se fueron a la oposición? ¿O estarán esperando alternativas de credibilidad política, que rescaten y enarbolen los preceptos originarios de la revolución bolivariana? También estaríamos obligados a preguntarnos: ¿Por qué ha sido el retiro de semejante números de militantes del PSUV? ¿Autoritarismo y maltrato contra sus bases? ¿Decepción por las políticas públicas y situación económica del país?
Tampoco podemos obviar que el PSUV es un partido de estructura vertical, el cual, en la actualidad se mueve por las decisiones de dos personas: Nicolás Maduro y Diosdado Cabello. Ambos ejercen una especie de copresidencia en términos políticos que le hace mucho daño a la constitución y participación de tal organización; especialmente la que orienta el actual Presidente de la Asamblea Nacional, quien sólo explana palabras anodinas, teniendo en consecuencia que recurrir a la violación política dentro de las propias normas del PSUV para cumplir su voluntad. Así, tenemos que figuras de la estatura moral, intelectual y política como Jorge Giordani y Héctor Navarro, pudiéramos decir que fueron “autoexcluidos” del proceso, palabra que eufemísticamente, significa que han sido expulsados no sólo del PSUV, sino de la revolución en términos del ejercicio gubernamental.
La verdad es que el PSUV se ha convertido en un cenáculo de politiqueros. Una secta que confunde funciones propias de control partidista combinada con funciones de gobierno, lo que ha permitido que “se paguen y se den el vuelto” en términos de “gestión” y “selección” de sus figuras para ocupar cargos por designación ejecutiva o elección popular.
Hoy, el PSUV se debate entre una cúpula totalitaria y unas bases críticas que hace tiempo están buscando espacios de participación y expresión que no existen en la praxis de ese partido. Son un alelomorfo. Existe un degradado grupo infectado por los vicios y las corruptelas de la cuarta república, y una militancia asqueada y apartada de esas prácticas. Por consiguiente, la única respuesta que ofrecen los vernáculos es una “lealtad” ante la sumisión de pensamiento. “Lealtad” ante el autoritarismo o los deseos de algunos quienes arropados con el vestigio del poder, pretenden que seamos sus plebeyos.
El PSUV es un partido dividido. Que ha sido dividido por los jerarcas del poder, quienes han pretendido imponer a sus bases el silencio forzado ante los reclamos por los errores en que ha sucumbido un gobierno, a quien al parecer, poco le importa el propio destino de la revolución bolivariana.
Quienes se hacen llamar “socialistas” pero viven como “reyes” manejando suntuosas camionetas del imperio japonés o norteamericano. Quienes se mudaron desde el 23 de Enero en Caracas, o cualquier zona populosa del país hasta el “country” hasta el este de esas mismas ciudades. Quienes ocultan a la opinión pública el monto de sus ingresos como “funcionarios” (jamás serán servidores) públicos para evitar la contraloría social sobre sus estruendosos modos de vida. Quienes al parecer están “ciegos” de la inflación, la especulación, la escasez, las colas para intentar adquirir cualquier producto esencial o los pésimos servicios públicos de luz, agua y aseo. Quienes incluso como gobernadores promueven la importación de hasta 350 mil cajas de whisky, cuando no encontramos en una farmacia ni siquiera acetaminofén para medicarnos contra el dengue o chikungunya. Quienes pretenden seguir controlando a la militancia del partido como borregos sin autonomía del pensar, son quienes han dividido el PSUV. Ellos se han “autoexcluido” del pueblo.
No es casualidad que Nietzsche haya señalado en El Ocaso de los Ídolos: “¿Qué si los inmoralistas somos nocivos para la virtud? Tan poco como los anarquistas para los príncipes. Sólo han vuelto a estar bien asentados en sus tronos, cuando se ha empezado a disparar contra ellos. Moraleja: Hay que disparar contra la moral” (…) y es que tal vez por ello, algunos con “konducta” distorsionada en lo estrictamente semántico de lo conductual, muestran su ignorancia cubierta por lo que otros dicen que deban hacer y decir. ¡Panegíricos!
El PSUV es un partido dividido cuya militancia está buscando su marea, una marea auténtica en los preceptos sociales que rescate el pensamiento socialista de la revolución bolivariana en el ejercicio de su praxis.