Siempre preferí El Chapulin

Tonto sería negar que el trabajo de Roberto Gómez Bolaños respondió, primeramente, a un mercado de consumo que fue y aún es hábilmente manejado por quienes controlan la industria de la diversión como una chequera particular que les produce lo que buscan: ilimitadas y groseras ganancias. Y vaya que ganancias fue lo que hubo en este caso.

El diseño de la serie de la televisión comandada por Gómez Bolaños, quien cerró su capítulo de vida el 28 de noviembre, fue tan certeramente dirigido que no hubo rincón de nuestros barrios en donde no reinara su preferencia. Tal fue el grado de acierto en su hechura que hasta quienes, por estrictas razones económicas, apenas poseíamos un viejo radio marca Grundig no escapamos a su contagiante estilo de arrancar risas y sonrisas. No lo pelábamos en casas ajenas. Justo acá me permito hacer una distinción: siempre preferí a El Chapulín Colorado.

Sin que se diferenciara de El Chavo en cuanto a las ridiculeces que los caracterizaban, El Chapulín me transmitía más contacto con la realidad. Al menos con la realidad que deseaba: la de la justicia. Saber que la derrota no estaba en las líneas del libreto, me estimulaba a verlo cuando estaba cerca de un televisor. La certeza de la victoria del bien sobre el mal me hacía soñar. De internet rescaté parte del tema musical que lo acompañaba, y que explica en buena medida el atractivo que siendo niño le encontré a la serie: “Acabo con el tirano, el criminal y el ladrón. Fulmino a todo villano,
con mi chipote chillón. El bribón de alma sucia, y el malhechor desalmado. Tarzanes y kalimanes le rinden admiración. Batmanes y Supermanes, le van a pedir perdón”.

Ese enjambre de historias cómicas no desaparece con el fallecimiento de Gómez Bolaños. No sólo porque, nos guste o no, despierte hilaridad sino porque dependiendo de quien esté detrás de los derechos comerciales, seguirá ganando dólares. Muchos dólares.

De nuestra parte quedará si seguimos apostando por las locuras justicieras de El Chapulín Colorado o las horribles necedades que El Chavo contagiaba en niños y niñas que lo imitaban.

¡Chávez vive…la lucha sigue!

 



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Ildegar Gil

Comunicador social

 ildegargil@gmail.com

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