El 19 de noviembre de 2014 acompañamos a Lino Antonio Martínez Salazar al lugar donde reposarán para siempre sus cenizas. Se había ido un hombre que llevó esta condición a la expresión más alta, por la entrega a la causa de su pueblo, extendida en solidaridad militante a la de otros pueblos hermanos y en reclamo de justicia para todos los explotados y oprimidos del mundo.
No cesó de combatir hasta que lo abatió la enfermedad final, por lo que sus servicios contaron alrededor de siete décadas de los 83 años que le tocó vivir. La mayor parte de las cuales fuera del foco público, de modo que sólo un sector relativamente pequeño pero de alto valor de la Venezuela profunda, puede hoy expresarle su gratitud, admiración y aprecio y padecer la sensación de pérdida que a todos nos conmueve. Tal sector sabe que se ha ido un héroe popular, uno de los mejores venezolanos del siglo XX e inicios del XXI.
La habilidad para manejar conflictos, para encontrar soluciones certeras, para idear la salida apropiada, para proponer objetivos precisos; la palabra exacta para analizar las situaciones concretas, para explicar los hechos sociales y políticos, para iluminar los caminos que se van abriendo, como en gracia de Antonio Machado, al paso del proceso revolucionario; la pureza de ideales y el corazón entero que puso en sus relaciones con los seres humanos: todo eso representa la pérdida que hoy nos afecta y que afecta en grado eminente a los trabajadores venezolanos.
Con la venia de los lectores, me permitiré expresar brevemente algunas de las vivencias que me ligaron a él fraternalmente.
Conocí a Lino Martínez en 1950, en las aulas del Liceo Andrés Bello. Yo llegaba con aires un tanto campesinos, él ya tenía bastante cancha. Pero nos acercó de inmediato el reconocimiento de que ambos llevábamos en los jóvenes corazones la sensación de patria, el ardor combativo y el compromiso militante contra la opresión política y la injusticia social.
Yo vi enseguida en Lino al líder naciente que anunciaba su proyección de futuro. Él vio en mí a un escribidor de versos que ansiaba elevar vuelo en los espacios de la poesía. La amistad entre nosotros fluyó así de manera natural. Y por eso puedo testimoniar que a lo largo de esas seis décadas largas, que han mirado crecer y derrumbarse imperios, nacer y morir Estados, surgir naciones de las ruinas del colonialismo y establecerse otras formas perversas de dominación colonial e imperialista; que vieron al ser humano elevarse a las cimas del conocimiento, el poderío sobre la naturaleza, la creación maravillosa en los más diversos ámbitos del arte, las más sublimes expresiones del genio y el espíritu y algunas concreciones triunfales de las luchas por la justicia, y al mismo tiempo hundirse en los abismos del genocidio bélico, la explotación de hombres y pueblos, las tiranías atroces, la irracionalidad ecológica y diversas otras formas de abyección y degradación moral; décadas que han dejado a su paso cementerios de huesos, de sueños, de ideas, de afectos, de logros incompletos, de victorias presuntas, pero sobre las que han florecido en contrapartida nuevos corazones ardorosos, ideas insomnes, afectos reconfortantes, logros y victorias parciales, hasta culminar entre nosotros en lo que es radiante síntesis de sueños y combates: el advenimiento del proceso revolucionario de Venezuela, con el que Hugo Chávez hizo renacer a Simón Bolívar y los demás próceres y volvió a poner en manos del pueblo la iniciativa histórica.
Repito, pues, que a lo largo de esas décadas estremecedoras Lino Martínez no dejó un solo día de combatir por la misma idea esencial que le prendió en el alba de su existencia.
Participando, durante períodos alternos de clandestinidad y legalidad precaria –o prisionero de dictadura o "democracia"–, en la forja de cuadros y organizaciones y en la génesis y desenvolvimiento de innumerables luchas estudiantiles, sindicales y políticas, siempre generando enfoques fecundos para orientar la acción; o buscando en las montañas la respuesta guerrillera a los enigmas de las vías de acceso hacia el establecimiento de un poder popular; o bien, en el final glorioso, sirviendo en función de Estado como guía y actor de primera línea en la formidable tarea de la transformación revolucionaria de Venezuela, Lino ascendió a la categoría de indispensable.
Bertolt Brecht, el gran poeta alemán, sostenía, como es sabido, que hay hombres que luchan un tiempo y esos son buenos; hay otros que luchan mucho tiempo y esos son muy buenos; pero hay otros que no dejan de luchar nunca, y esos son los indispensables.
Yo tengo la satisfacción de haber sido visionario en relación con Lino, maracaibero de Margarita que se ha lanzado al viaje mayor. En esa ya remota época del liceo le dediqué, y eso comprueba la veracidad de lo que digo, los siguientes versos (van solo como testimonio):
Niño del Mar, balandra capitana / o bajel elegante y marinero, / espera tu prestancia de lucero / para zarpar audaz hacia el mañana. / Sostén la barra y yergue la mesana / e impulsa norte afuera tu velero, / pues sólo ha de trazar tu derrotero, / Niño del Mar, balandra capitana. / Es tiempo ya, recoge y enarbola / sobre el casco del sueño prisionero / tu pabellón de sal, espuma y ola. /Que al asolear la faz de arena henchida, /tornarás viejo lobo marinero, / Niño del Mar, en tu balandra erguida.
En el decurso de sus luchas, el Niño del Mar se convirtió en viejo lobo de la revolución. ¿No creen ustedes que acerté?
¡Hasta la vista, hermano!