El pasado miércoles 10 de diciembre me entere de la partida física del camarada Edgar Roa y me puse escribir estas palabras en medio de las lagrimas, que no es llanto, porque no debe de ser llanto el adiós a un camarada, es más bien un tributo, un "Honor y Gloria" a un soldado de la vida.
Quienes tuvimos la dicha de conocerlo y cuando digo conocerlo no me refiero a la imagen de un ser humano sino a su idea de la vida y de las cosas; quienes tuvimos esa dicha nos encontramos con un hombre consecuente con su pensamiento.
Era un militante de convicción no de conveniencia, por eso no necesitaba lucir una franela roja o gritar una consigna porque cuando la utopía socialista se asume como razón existencial no es a otros a quienes se tiene que demostrar la lealtad a las ideas sino a su propia conciencia y Edgar Roa fue congruente con su conciencia revolucionaria.
Con esa actitud reflexiva sin ninguna pizca de estridencia nos aportaba enseñanzas contundentes, como en cierta ocasión que hablábamos del aporte que podemos dar los trabajadores comprometidos a la industria petrolera; se limitó a decirnos: "yo me conformo con que cumplan con la normativas de la empresa, aun siendo normativas de la cuarta; que sean puntuales en el horario de trabajo, que realicen oportunamente las tareas planificada, que no se aprovechen indebidamente ni de los activos ni de la información de la empresa".
El camarada Roa tenia la digna postura de los quijotes; le guardaba lealtad a su gentilicio caraqueño, a sus ideales, al buen gusto por el saber y por sobre todas las cosas a la amistad. Esa lealtad la defendía y la mostraba como estandarte, sin fanatismo, simplemente con el arma de los caballeros; con argumentos.
Era una cantera de sabiduría, ilustrado en variados temas del conocimiento humano y sin ningún aire de presunción; con la característica inherente a los grandes sabios, La Humildad.
Bastaba que tu mostraras un poquito de interés por la conversación de ese momento, para que te hiciera un listado de libros, artículos y recomendaciones de estudiosos en esa materia y no solo se quedaba ahí sino que te regalaba los libros, te enviaba por correo lecturas para que profundizaras en el tema y después como un buen maestro te invitaba conversar sobre lo que supuestamente ya habrías leído.
Otra cosa importante que no puedo dejar pasar en estas cortas palabras; es el amor por "La Casa que vence las sombras". El camarada Edgar Roa no dejo de ser un estudiante de la UCV, se trajo a su Universidad Central para estas tierras orientales, con él se vinieron las anécdotas, los personajes, las vivencias de generaciones valiosas y los sueños ucevistas.
Nos harán falta sus conversas pero la ausencia el tiempo la llenara con el agradecimiento de haber conocido a una extraordinaria persona.
HASTA SIEMPRE CAMARADA EDGAR.