La mala costumbre de creer que el poder esta arriba

Dedicatoria: Con todo mi desprecio para aquellos figurines, que se mimetizan, se infiltran en los procesos de transformación social, para “gozarlos” y hasta tienen el tupé de pretender aleccionar en cuanto a ética y moral revolucionaria.

Tal vez por esas cosas que nos enseñaron; que Dios está en el cielo, que el paraíso esta en el cielo, que nuestros seres querido al despedirse se mudan para el cielo; quizás por esas cosas nos acostumbramos que todo lo grande, lo sublime y lo poderoso siempre  está por encima de nosotros, siempre está en las alturas.

 Y como la búsqueda de la felicidad es una cuestión tan natural, tan biológica, no le encontramos otro camino que el de subir, trepar, salir de abajo. Pero hemos exagerado tanto el deseo de ascender que pareciera que se convirtió en patológico y estamos en una carrera loca por  obtener un pedacito de pedestal, de deleitarnos mirando a los comunes desde nuestro balcón y mayor disfrute cuando los comunes nos miran desde la planta baja, con esa mirada que expresa multiplicidad de emociones tales como admiración, respeto, temor  y hasta   cierta envidia. En esos momentos nos imaginamos erróneamente lo que  puede experimentar Dios cuando se le ruega, cuando se le alaba, cuando se le pide, y nos creemos ángeles regocijándonos desde nuestro pedacito de cielo.  Tal vez por esas cosas es que a veces entramos en cólera cuando algunos de esos comunes con toda la osadía del mundo, nos restriegan sin ninguna reverencia su inconformidad y nos miran de frente, sin darnos la importancia que presumimos. 

Andamos tan mortificados, tan estresados por encontrar una escalera, un ascensor o algún medio para subir al podio de los “vencedores”; es tanto el padecimiento de andar a saltos por los peldaños falsos hacia una cúspide incierta que el corazón enturbia la visión y  aun cuando prediquemos la hermandad e igualdad siempre establecemos una dicotomía entre nosotros y el pueblo, entre nosotros y los comunes, entre el centro y la periferia.

Para  criticar  no somos el pueblo, el pueblo es otro; “a este pueblo le hace falta educación”, “la gente es una vaina”, “este pueblo se acostumbro a pedir”, “al pueblo hay que enseñarle” y para de contar.

Para el elogio y la vanagloria si somos pueblo; “yo vengo de abajo”, “yo soy pueblo”, “yo pateo pueblo” (como si el pueblo fuera un balón de fútbol), “el pueblo es sabio”, “este pueblo es bravío”, (hasta que no se arreche conmigo); hablamos atribuyéndole al pueblo “el poder soberano”  pero recibimos órdenes del jefe político tal.
 

Desde los distintos niveles del poder constituido, extasiados y confundidos por el vértigo,  no son pocos los escaladores que se  creen los ungidos para dirigir al pueblo y realmente gozan de su cuarto de hora hablando de democracia participativa; “el pueblo va a escoger sus candidatos” (pero los que yo les indique) o hablando de revolución; “este es un pueblo revolucionario que ejerce la democracia protagónica” (pero aquí quien manda soy yo).

Pobres ilusas e ilusos, que  se creen que el estado hace revolución, que el poder constituido se hace harakiri.

Pobres ilusas e ilusos carentes de reconocimiento, extraviados en la intríngulis de un poder que simplemente  refuerza  el sistema de dominación que queremos destruir.

Pobres ilusas e ilusos, que  se creen que el poder esta en la pirámide de una estructura  condenada por la historia.

Pobres ilusas e ilusos, que  se creyeron el cuento del paraíso en el cielo, e ignoran que los seres queridos andan por la calles como nuestro comandante; contestatario, irreverente y libre de formalidades protocolares.

Pobres ilusas e ilusos, que no saben que  Dios no le gusta las alturas y que su voz es la voz del pueblo.   

Abrebrecha y después hablamos

José Ovalles



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José Ovalles


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