Contaba Galeano que en un formulario que debía cubrir en el consulado estadounidense en Montevideo para acceder a una visa de turista para viajar a los Estados Unidos, una de las preguntas era si el motivo de su viaje era asesinar al presidente de Estados Unidos. Podía marcar sí o no. No pudo evitar contestar que sí, obviamente no porque esa fuese su intención, sino por lo estúpido de la pregunta. Por supuesto no le fue concedido el visado, pero esta anécdota nos dice mucho de él (y de los estadounidenses). Irreverente, inteligente, simpático. En Bolivia, en Cuba, en Venezuela y en muchos otros corazones de la inmensidad de Latinoamérica su obra es arma indestructible, equivalente a esa trinchera de ideas martiana que muchos latinoamericanos ejercieron con otras armas, pero nunca sin respaldarla con ideas.
Cuando Chávez tuvo cerca al presidente del país más violento y agresivo del mundo, lo «atacó» entregándole un ejemplar de Las venas abiertas de América Latina. Esas eran las «armas» y las maneras del bueno, y admirado por Galeano, Chávez. No hay obra más agresiva, con tantas verdades como esa. Mientras los españoles deben conformarse con que profesores ingleses y estadounidenses «expliquen» de forma rigurosa y neutral su historia, Latinoamérica tuvo en un latinoamericano su mayor testigo.
Nadie es igual después de leer ese libro, que debía ser de lectura obligada en todos los colegios del Estado español y de Latinoamérica. Después de leerlo, nos admiramos con la presidencia de Evo y nos duelen sus dolores y los expolios a su pueblo. Masacrados y humillados, fueron los latinoamericanos el primer continente del mundo que cogió un arma y todavía no la ha soltado, mucho antes que rusos, africanos o asiáticos. Galeano no es sólo Las venas abiertas pero sin él y sin ese libro serían impensables muchas de las cosas que están pasando en un continente que tiene su dignidad a prueba desde que fue invadido.
¿Aceptaríamos la silla de ruedas de aquel que nos dejó tetrapléjicos? Era una pregunta repetida por Galeano ante la «ayuda» ofrecida por Europa y Estados Unidos a Latinoamérica. El pueblo, ese ente abstracto que en Latinoamérica pare personajes revolucionarios inolvidables, perdió a uno de sus hijos más emblemáticos, otro más. Vergüenza para todos esos otros escritores, políticos y ciudadanos latinoamericanos que aceptaron sentarse en una silla de ruedas guiada por otros y de la cual no han querido bajarse.
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