Este 29 de mayo se cumplen diez años de la partida de Simón Sáez Mérida, a cinco meses y un día para cumplir 77 (30/10/28-29/5/05). Con ello se perdieron una cabeza pensadora, un corazón generoso, una voluntad indomable, un monumento de honestidad y mucha obra grande en docencia, historia, política y poesía.
Una mirada retrospectiva me remonta a los comienzos, cuando el candor juvenil irrumpe con pasión y las ideas vienen, se entrelazan y la cogen a porrazos con las debutantes vivencias. Abrimos la marcha con insolente y deliciosa seguridad. Todo parece fácil, nos sentimos casi predestinados, la experiencia ajena se mella contra el acero de nuestra decisión.
La lucha antiperezjimenista. Un día cualquiera de 1952 (yo venía de mi San Fernando, el clandestinaje en Caracas y el cierre de la UCV, él de su Maturín y el combate y los estudios en Caracas y Mérida) me encontré en Maracaibo con un muchacho nervioso y audaz, rebosante de una alegría que no lo abandonó nunca. Desde entonces compartimos caminos, ideas, esperanzas y sueños, me dio mucho, a cambio, acaso, de poco. El marxismo encontró en nuestra sensibilidad terreno abonado y nos fue ganando la mente hasta llegar a convicción definitiva. Lucha en la calle y en la cárcel, frente externo e interno, aquí una de las raíces del MIR.
Ejercer la Secretaría General de AD durante el perezjimenismo era casi un pasaporte a la muerte. Continuar en primera línea de pelea después de la degeneración del antiguo partido, era apostar la vida. Simón salió indemne de ello, y vino a caer absurdamente bajo el aleve golpe de un asesino.
Terminó adversando a la Revolución Bolivariana. Algo chocó en la dura pureza de su espíritu. Creo que se equivocó, y pienso que fue porque por vez primera no utilizó el punto de vista marxista, de clase: por un lado, el bloque histórico opresor dominante; por otro, el de los humillados y ofendidos buscando transformar la sociedad.