“Las putas tenemos rostro”, afirma Sonia Sánchez, al tiempo que señala que el varón prostituyente no tiene rostro. El varón prostituyente más cercano a cada mujer, está en su propia casa, en la familia, en la iglesia, en la escuela. No tienen rostros pero son “nuestros padres, tíos, hermanos mayores, el saerdote católico confesor o el pastor evangélico. Es el maestro en la escuela o en cualquier institución que “forma” para la sumisión, para la desigualdad, para la cosificación, para la mercantilización y, finalmente, para la muerte. Esos varones, quienes las obligan a mostrar sus rostros, mientras ellos ocultan los suyos, tienen rostros y hay que obligarlos a que los muestren.
Sonia Sánchez es argentina, militante por los Derechos humanos, obligada a prostituirse a los 17 años de edad. En la actualidad cuenta con 50 y estuvo en Venezuela la pasada semana, durante la realización del Congreso internacional Inventar la Democracia del siglo XXI, convocado por el Gobierno Bolivariano a través del Ministerio del Poder Popular para la Cultura. Sonríe, mira de frente, sin esquivos y lleva siempre la frente en alto, cuestiona al Estado, a todo Estado, como responsable mayor de la desgracia de la prostitución y la trata de personas.
Sus cuestionamientos, reflexiones y la trayectoria de sus luchas, nos conllevan a concluir que, también por estas razones humanas y de libertad, es obligatorio acabar con el Estado. En las sociedades capitalistas, el mismo Estado represor es el que obliga y mantiene la condición de putas en nuestras mujeres y, por extensión en las mujeres, que sin haber nacido con cuerpos de tales forman parte de diversidades sexuales como las de trasvestis, trans y homosexuales,obligadas -por igual- a ser prostituídas o sometidas al más terrible de los ostracismos, por su identidad sexual.
Pero también vayamos un poco más allá. Ese Estado proxeneta que obliga a que nuestras mujeres sean putas, obliga tamién a que los gobiernos de los países se comporten como putas, dentro del ejercicio del poder al servicio de los intereses del gran capital.
Sin rebuscamientos, es muy claro que lo que hoy ocurre con nuestra Revolución Bolivariana y con las revoluciones, es el intento por prostituirla, por prostituirlas. Si consiguen hacer puta a nuestra Revolución, la habrá doblegado, la habrán cosificado, habrán logrado someterla y hacerla desaparecer, en su carácter de mujer. No olvidemos que nuestra Revolución es una mujer. No por casualidad, nuestro Comandante Supremo así la caracterizó. La Revolución Bolivariana es feminista y femenina, es una mujer. De allí que el Estado proxeneta, el Estado capitalista, quiera convertirla en puta para destruirla, como en lo cotidiano lo hace con cada una de nuestras mujeres.
Hay que acabar con el Estado proxeneta, pero primero vamos a desenmascararlo, en toda su perversidad mercantilista y patriarcal. La lucha es en todos los frentes. Y éste, es uno determinante, en el terreno simbólico y de las ideas.