Repuesto ya de la impresión vivida con el Dr. Pancho (http://www.aporrea.org/ideologia/a210120.html), en el mercado de Quinta Crespo compré verduras para una sopa, paseándome entre los pasillos, con gran complacencia para mí dado que me gusta auscultar las minucias de los vendedores y aprender sobre ingredientes y temas de salud y alimentación. De hecho, me tomé el trabajo de las compras para mí, relevando a mi esposa en la materia; y me he convertido en un perito en buscas, precios y evasión de bachaqueros. No falta nada en casa que no sea necesario (http://www.aporrea.org/actualidad/a189733.html).
Cuando en un pasillo cruzo y otro se abre ante mis ojos, descubro a lo lejos a una compañera de clases de yoga, una vieja escuálida de esas que gustan denominarse de la new age, de hablar esotérico, edulcorado, peinada como quien quiere connotar que pertenece una especie suprahumana, aunque suprahumana metida en el mercado en medio de la chusma. Contento me dirijo hasta ella porque, no habiendo ido a la última práctica, quería informarme sobre un plan de visita al Guaraira Repano, expresión ésta que ella, por cierto, remacha con firmeza "Ávila".
Pero de improviso se ladeó hacia un vendedor de frutas y simuló examinar unos melones, mirándome más a mí, a la inminencia de mi aproximamiento, con el rabillo del ojo. Me contuve algo y me mire de pies a cabeza, pensando que a lo mejor ella pertenecía en verdad a otra especie humana no tan sencilla como la mía. Revisé mis zapatos, viejos pero presentables, de un cuero perdurable; mi bluyín, clásicamente descolorido, y me imaginé el resto del cuerpo con presentación normal como el de todo el mundo. Concluyendo que nada raro había en mi indumentaria, en especial ningún logo alusivo al PSUV ni al comandante Chávez (cosa que los escuálidos miran como demonios a cruces), reemprendí mis pasos hacia la doña, dispuesto a saludarla.
Pero huyó. Apenas constató con su rabillo de ojo que yo me aproximaba, me miró francamente un segundo, abrió ojos y boca, y se regresó por donde había venido. Entonces me dije, como exclamaba el Quijote en su tiempo "¡Válame Dios!" ¿Qué culpa tengo yo de que los chavistas hayan votado a montones en la primarias?, sintiéndome una suerte de ogro político que caminaba entre desgraciados escuálidos, muy fresca en el alma el reciente capítulo con el Dr. Pancho.
Cierto que milito en una UBCh y soy un jefe de patrulla; que participo en eventos comunitarios en mi jurisdicción; que voy y voto, y me pongo mi pinta roja de combate en los días signados políticamente, y que no soy precisamente una monedita de oro para quienes, adversos, me conocen directamente; pero aquella señora no pertenecía a mi poligonal, era del este de Caracas y al parecer de vez en cuando se bajaba hasta el pueblo a aprovecharse un ratito de sus beneficios. Además, sabía de mi lo que yo de ella, políticamente hablando, que yo era chavista como ella escuálida, quizás con algunos agregados sobre mi persona que pudiera haber descubierto en las redes sociales. ¡Caramba, si hasta el cuidado tenía yo, humilde en la victoria, de no trajearme de rojo para no incomodar a tanto notable escuálido que uno se consigue por ahí!
En fin, mandé a la vieja con su nueva época y peluca al carajo y seguí comprando algunas menudencias, pensando en aquella palabra que un día trajo Hugo Chávez para referirse a personas tan atrabiliarias en la afición política: disociados. Mi vieja amiga, pues, con su copete y todo, con su pretensión aereoplana de ser mejor que otros, era tal, así como el doctor Pancho, de lamentable recuerdo; aunque en mi fuero interno yo discrepaba del comandante, atendiendo a la semántica de la palabra, que dice que algo o alguien se desune de otra cosa. Pensando en términos políticos, no me parecía que aquellas personas, encapirotadas viejas o altivos doctores, se desunieran de nada, apegados arduamente a su tiempo político pasado y a su bodrio capitalista de explotación del hombre por el hombre.
Estando en estos pensamientos, con mis bolsas de carga y creyendo que ya era hora de marcharme, crucé una nueva esquina y ¡plum!, de pronto me conseguí de frente con la doña, quien, no pudiéndolo creer, entreabriendo otra vez sus labios repintados, mirándome fijamente a los ojos, se desvaneció y cayó aparatosamente al suelo, bolsas y huevos desparramados por doquier.
─¡Qué calamidad, coño, con esta gente! ─exclamé, colocando las bolsas a un lado, pensando otra vez en la experiencia con el Dr. Pancho y dedicándome solícito a auxiliarla. Pero apenas me incliné sobre ella para darle aire con un cartón, ajustándole mejor en su cabeza lo que descubrí era una peluca, abrió los ojos y empezó a gritar aterrada:
─¡Fue él, fue él! ¡Ayuda, ayuda, por favor! ¡Me está robando!
Me vi al momento detenido e interrogado por dos agentes de la Policía Municipal de Caracas, quienes suelen monitorear el mercado, mientras a la vieja la auxiliaban unos paramédicos.