Si de algo podemos ufanarnos los venezolanos, es de disponer de un legado de nuestros mayores, cuya esencia era la solidaridad, la unión de los pueblos, la elaboración de leyes para organizar la vida ciudadana en función de la felicidad social en nuestros territorios americanos. En fin, un conjunto de acciones y decisiones que impulsaban profundos avances democráticos en su tiempo. Para el logro de ello importantes contingentes de patriotas aportaron sus vidas y bienes en el proceso liberador de Suramérica: Colombia y Colombia la Grande era el sueño de Miranda y de Bolívar.
A finales de la tercera década del Siglo XIX, las oligarquías de Colombia la Grande acabaron con la idea unificadora, e impusieron las viejas tesis de las clases dominantes "Divide y vencerás", pues detrás de todo eso estaba el capitalismo europeo y el naciente imperialismo norteamericano.
Si algo beneficia a los sectores oligárquicos aquí y más allá, es el desorden, la confusión, la ignorancia y la desunión; recordemos la máxima del liberalismo económico "Dejar hacer, dejar pasar" con lo cual crearon las bases fundamentales del gran desastre económico-social mundial que conocemos y padecemos, y que en el lenguaje popular tiene su expresión en "rio revuelto ganancia de pescadores".
Detrás de esa atractiva y libertaria expresión surgieron las cadenas más letales que haya tenido la sociedad mundial, la alta concentración de la riqueza en pocas manos y una humanidad de" sálvese quien pueda".
Después de veinte largos y cruentos años de las luchas independentistas y los esfuerzos por construir una nación poderosa, solidaria, soberana; muere Simón Bolívar (1830) y con él Colombia la Grande. Se establece la IV República venezolana, y entramos en un periodo de confrontaciones internas y sucesiones de gobiernos que generalmente atendían a los intereses de grupos de poder. Así estuvimos hasta finales del siglo XX, cuando un grupo de patriotas venezolanos liderados por el comandante Hugo Chávez retoma las ideas bolivarianas independentistas y soberanas.
La actual situación de conflicto fronterizo con nuestros hermanos de la República de Colombia, tiene que ver con una herencia que debemos ubicar en su justa realidad. El pueblo neogranadino con el cual combatimos y morimos juntos por las ideas unificadoras bolivarianas de lo nuestro americano, al separarse nuestras naciones, fue atrapado por una oligarquía terrateniente y capitalista cuya gestión ha dejado un saldo que no puede catalogarse sino de crisis humanitaria en la región.
El asesinato de Gaitán (1948) y de los miles de ciudadanos caídos en el transcurso de la guerra civil que lleva más de sesenta años ; ha sido una tragedia para toda la comarca, siendo nuestro país receptor importante de las consecuencias de esa hecatombe.
En 1980, me llamó mucho la atención la abundancia de Gamines (niños de la calle) en la ciudad de Bogotá. En compañía de una sociólogo colombiana estuvimos varios días por razones de interés político, social y cultural ubicando los sitios donde dormían estos niños, era impresionante aquello; averiguamos y nos enteramos que eran tantos, que las autoridades se limitaban a capturarlos y raparles el pelo, pues no había albergues y retenes para tantos.
¿Dónde están esos niños de ayer? ¿Hubo en los años siguientes alguna política pública para corregir esa anomia social? También en esa época no era extraño ver lujosas caravanas de vehículos lujosos que contrastaban con las modestas Renoletas que dominaban el paisaje automotor. El comentario de las amistades era que en aquellos lujosos automóviles se desplazaban los capos de la droga.
Por esos mismos años, recuerdo un artículo escrito por un respetado criminólogo venezolano sobre una visita realizada a un país nórdico, donde le impresionó la existencia de muchas guarderías, y kínder, haciéndole el comentario a su anfitrión, éste le respondió, si, hacemos grandes inversiones en los niños, pues somos un país pobre y no tenemos recursos para construir en el futuro cárceles para adultos.
En estos días leyendo la novela Delirio, Premio Alfaguara de la autora colombiana Laura Restrepo, le queda a uno la sospecha de que la realidad supera la ficción, y no sabemos dónde comienza y donde termina la connivencia entre algunos empresarios nacionales y transnacionales, la oligarquía terrateniente, los narcotraficantes y la clase política.
Ahora bien, el despojo de la tierra de los campesinos colombianos ha sido una constante, los desplazados de sus espacios productivos se cuentan por millones. Son altos los porcentajes de este pueblo hermano viviendo entre nosotros en un flujo que no cesa. Esto tiene que formar parte del debate nacional. Este debate es necesario, para identificar la realidad, y coordinar nuestras acciones a fin de evitar caer en confusiones en cuanto a falsas solidaridades e ingenuidades, la ayuda nuestra debe ser consciente, organizada, controlada y tangible.
Los venezolanos que vivimos en el interior sabemos del acelerado poblamiento y ocupación del espacio por nuestros hermanos colombiano s y esto no se ha caracterizado por seguir un plan rector, organizado y planificado, sino al contrario estos se ha sumado a ciertas indisciplinas que ocurren en nuestro entorno en cuanto a participación en invasiones, instalación de negocios de alimentos en locales inadecuados, proliferación del comercio informal e incluso practicas cartelizadoras en la actividad comercial.
Pero en honor a la verdad, ha habido descuido," dejar hacer, dejar pasar", del estado venezolano y me refiero a todas las instancias del estado por su permisividad. Este comportamiento de las instituciones es de vieja data, hay en muchos casos corruptelas y forma parte de la cultura del desorden que nos han inculcado los factores dominantes y que urgentemente nos corresponde corregir.
Una cosa es la nación venezolana, solidaria, humana, filosóficamente ganada para dar refugio a los hombres, mujeres y niños que lo necesiten, y la otra es que nos convirtamos en un gran campamento de refugiados sin control; de ser así tenemos que apresurarnos a desarrollar políticas públicas para poder atender esa eventualidad. Nosotros, seres solidarios debemos compartir el pan, pero tenemos que producirlo, y esto nos obliga a pensar en colectivo, a oírnos, a rectificar lo que haya que rectificar, e incluso esto nos llevará necesariamente a revisar y seguramente cambiar el modelo económico rentista petrolero.
La planificación, organización, control, y el orden en los procesos migratorios, son medidas necesarias y soberanas de cualquier nación que deben beneficiar a todas las partes de buena fe, evitando en nuestro caso que los que vengan a vivir a nuestra patria deriven en parias, reproduciendo esquemas de vida anterior.
Por otra parte la nación venezolana, atraviesa una situación de peligro, por lo cual está obligada a mejorar sus instituciones de control y seguridad y tomar las medidas que considere pertinentes para la protección de la República. No podemos ignorar que el gobierno de nuestros hermanos, forma parte inequívoca de una oligarquía de las peores de la comarca de indudable conchupancia además, con el imperialismo norteamericano. Si nuestra Casa la organizamos bien, tendremos mayor fortaleza para seguir siendo solidarios y apoyar con mayor eficiencia y los anticuerpos necesarios a los perseguidos y desheredados de la tierra.
Esta decisión del Estado de Excepción, decretado por nuestro gobierno abre una ventana de oportunidades para amplias reflexiones y debates en función de la construcción de la Patria Socialista. El ejemplo que tenemos en nuestros vecinos es una clase magistral del capitalismo en acción. Los ciudadanos identificados con la Soberanía Nacional, aspiramos junto a todos los patriotas estar a la altura de lo que nos exige el momento histórico.