Pese a que uno ya está curado de espantos, no deja de sentir estupor ante la reacción oposicionista frente a la medida en la frontera oeste.
Si vemos hacia el Norte, aquellos que persiguen a los excluidos con perros de presa y policías letales, separan familias, imponen guetos, han erigido un muro mayor que el de Berlín y son campeones en violación urbi et orbi de toda juricidad y humanidad, nos acusan de violadores de los derechos humanos y sueltan su balumba mediática con el mismo cinismo con que aún defienden su bombardeo atómico.
Claro, ellos son los dueños del circo y deben dar la pauta a sus maromeros, que deliran por cumplirla.
Y vaya si la cumplen. Por ejemplo, la oligarquía neogranadina jamás ha mirado más allá de su ombligo. Rompió a Colombia la grande; inició con Sucre y repotenció con Gaitán una cadena de magnicidios castradores de historia; estableció sobre su pueblo una dictadura expresada en la paupérrima atención a las necesidades de salud, educación y vivienda, la persecución y despojo del campesinado, la precariedad del trabajo y la farsa de una democracia de élites; facilitó la conversión de su tierra en centro mundial de la droga y generó la aparición de la muerte como pesadilla organizada y cotidiana.
Qué lástima para un país que ha dado también grandes seres humanos en todos los órdenes de la vida.
En la campaña contra Venezuela se suman a la de aquí, que les anda cerquita, las otras oligarquías recordistas de horror. El triángulo Miami-Bogotá-Madrid asume el manejo del asunto, con el vecino como inmediato agente. Contrabando de extracción, ataque a la moneda, encarnizamiento mediático, paramilitarismo incrustado, asesinatos selectivos y al voleo, todas las ilicitudes aberrantes conocidas, exacerban en la frontera la guerra económica y psicológica emprendida contra la Revolución Bolivariana.
Justísima la acción defensiva en el Táchira. ¡No volverán!