No puede verse bien que la mayoría de los importados en nuestro país estén cuadrados con la derecha que los odia en su tierra. Hemos visto cómo se alegraban cuando las guarimbas del ’14 y con la baja del precio petrolero.
Así, resulta por demás vergonzoso el papel que viene jugando el vecino país occidental, con lo cual da demostraciones antibolivarianas que lo convierten en países malagradecidos, por ejemplo, de la ayuda que Bolívar le prestó a toda la clase acomodada–hoy burguesa y de derecha, por consiguiente-para independizarse de la pata española, país que hoy está dividido en clases capitalistas y en consecuencia se halla atado a los intereses más oscuros de las potencias capitalistas imperiales. Sus actuales bases militares no sólo amenazan a países vecinos, sino que atenazan al ciudadano colombiano con inclusión de su clase burguesa de la que el imperio se ha valido para su instalación.
Desde luego, la culpa no es del proletariado exterior, sino de su clase burguesa. Como sabemos, las relaciones capitalistas no conocen la amistad porque la clase burguesa carece de principios sociológicos; sólo conoce principios y leyes económicas que rigen los destinos y actuaciones de capitalistas y proletarios, unos fungiendo de vendedores y revendedores de mercancías varias y otros de vendedores exclusivos de fuerza de trabajo, respectivamente.
Las relaciones con países como el nombrado deben ser evaluadas en relación la libertad de expresión: es intolerable que tengamos importados como gente opuesta al proyecto bolivariano porque si aquí se anotan con la derecha, mejor lo harían luchando en su país de origen contra la izquierda de allá, pero no contra la de aquí. De otra manera es reconocer que hemos importado auténticos caballos de Troya.
