El 6/9/1815 Bolívar escribió la famosa carta en la que "por vez primera se eleva a conceptos de alcance universal", según decir del reputado educador y sociólogo Augusto Mijares.
Hoy –gloria bicentenaria– se ha difundido en masa y hasta puede leerse en original, para fortuna de las nuevas generaciones. Y es muy bueno eso, por supuesto, pero cómo martiriza al escribidor que quisiera balbucear algo no manoseado. ¿Tal vez salirse por la tangente?
Un texto capaz de expresar una vida es por definición una obra maestra. Y aquí está el impar caraqueño como si andando envuelto en su pellejo. Veámoslo:
Trascendiendo lo nacional y conjugándolo con lo internacional; lo de ayer con lo de hoy y mañana; el liderazgo militar con el civil; la condición de hombre de acción con la de pensamiento; la de guerrero con la de estadista; su pertenencia de clase con el sentido de la transformación social; la idea extraída con la impronta de la originalidad; la riqueza de cuna con la pobreza junto al pobre; las caídas y derrotas con la construcción de la victoria; la condena de la España del "frenesí sanguinario" con el fervor por la Ilustración, el Cid y Don Quijote; la limitación individualista con el avance en dirección del "bien común"; la estatua a que lo condenaron en muerte con la omnipresencia para volver a caminar con luz y espada.
Claro, algunas de esas cosas no están directamente en la Carta, pero esta las prefigura.
El notable cubano Juan Marinello dijo que se debía apreciar "la medida del revolucionario por la tarea revolucionaria que su tiempo exigía". El héroe cumplió la suya al máximo, suficiente para su grandeza. Pero le frustraron la gran patria, la libertad, la independencia, la igualdad, la unión, para imponer las patriecitas y dejar incólume el privilegio de clase, el despotismo caudillista, el vasallaje y la ignorancia.
Por eso "tiene que hacer todavía" y ha vuelto para vencer.