Las relaciones colombo venezolanas reflejan la diplomacia de guerra impuesta por el Gobierno de los EEUU para extender los tentáculos de las trasnacionales y detener el ascenso y la influencia de China y Rusia en la región.
Para nadie es un misterio que las élites colombianas entregaron la soberanía de su nación a los capos estadounidenses y que los ejércitos regulares, irregulares y ajenos instalados en el país vecino constituyen la punta de lanza del imperio para tratar de recuperar el control total de un continente que lucha por su independencia.
Tampoco sorprende a nadie que desde mediados del siglo pasado, Venezuela haya cargado con las consecuencias de los conflictos bélicos y sociales que vive Colombia, que las relaciones entre ambos países sean cada vez más tensas y que un objetivo no expreso del Plan Colombia fuera el control de Venezuela.
A partir de 1998, el estado terrorista colombiano ha hecho todo lo posible por exportar su violencia hacia Venezuela y "embolatar" el proceso revolucionario, sin que ello le haya impedido a los ex presidentes Pastrana y Uribe, ni le impida al Presidente Santos, aprovechar nuestros recursos y debilidades para hacer negocios.
Y nosotros ¿qué habíamos hecho hasta ahora? nada. Aguantarlos en nombre del ideal bolivariano. Acoger solidariamente a los cinco millones y medio de colombianos que se han venido a nuestro país en busca de mejores condiciones de vida, sobrellevar estoicamente la violencia y, lamentablemente, sumar la criminalidad y las malas mañas ajenas a las propias.
Así, hasta que se rompió el cántaro y el Presidente Maduro cerró la frontera.
Y así tiene que seguir, cerrada y bien cerrada hasta que el gobierno de Colombia demuestre su disposición a deponer su hostilidad, derogue las disposiciones que legalizan el contrabando de gasolina y la devaluación de nuestra moneda, convenga reglas claras para controlar el contrabando y el paso de indeseables hacia nuestro país, etc. Cerrada hasta que no hayan condiciones reales para establecer la nueva frontera de paz.
Difícil pero no imposible. Si bien nuestra extensa frontera ha sido territorio caliente desde la disolución de la Gran Colombia, el Presidente Maduro y los venezolanos así como los gobiernos y pueblos latino-caribeños tenemos que apostar a su enfriamiento.