Pensamiento Cultural de la Revolución Bolivariana (I)

"¡Conciudadanos! Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien

que hemos adquirido a costa de los demás…".

Simón Bolívar. Bogotá, Enero de 1830.

Poco de lo que conocemos de cultura venezolana, tal y como la entendemos hoy, obligadamente como un producto del brutal legado colonialista español, y luego de la no menos salvaje y asesina usurpación del neocolonialismo capitalista (euro-usacentrista para más señales), mejor conocida en los bajos fondos de las ciencias sociales, como "civilización occidental", nos sirve para crear la cultura que nos liberará definitivamente. Entre otras razones porque es ella la principal fuente de subyugación y enajenación ante la cual nos encontramos postrados, y ello se manifiesta con claridad, en dos síntomas antagónicos de una misma patología cultural. Por un lado, mientras siguen convenciéndonos de que somos hijos legítimos de occidente para comprar como ciudadanos comunes y silvestres todos los productos de su democracia representativa, por otro, nos niegan la membrecía para pertenecer a su selecto "primer mundo", abrumados por la exuberante evidencia de nuestro indescifrable exotismo, y solo nos asignan el más bajo escalón en su jerarquía productiva: la barata mano de obra consumista, en otras palabras, los esclavizados de este planeta. He allí un primer resultado de este problema.

Es así como la gran proeza del socialismo (ahora del siglo 21 gracias al portento creativo del comandante Hugo Chávez), donde quiera que aflore, es que debe crearlo todo de nuevo, incluyendo la cultura misma. Todo debe ser nuevo en él, y así habrá que darle nuevo nombre a todas sus creaciones ("para no tener que señalarlas con el dedo"), que de ser necesario, tendríamos que empezar por ahí, entendiéndonos primero, con los rudimentos de un nuevo idioma, de una nueva lengua, la que interprete nuestra realidad sin la intermediación de un dominador. De allí que nuestro socialismo parece tener una gran desventaja ante el omnipresente capitalismo, y es que, mientras éste solo debe continuar echándole leña al fuego del infierno depredador del planeta y sus habitantes, y sentarse a ver pasar nuestro cadáver (la propuesta de otro mundo mejor y posible); el socialismo, por su lado, como la única opción de salvación que se muestra por ahora, debe inventar hasta el camino por donde transitar. Debe inventar la política que lo orientará, debe inventar la economía que lo sustentará, pero por sobre todo, debe inventar la cultura que le dará sentido a esa orientación y a esa fuerza vitalizadora. En suma, debe inventar la cultura que le dará en lo concreto, aunque se configure en su mayor parte abstractamente, el verdadero oficio de revolución al proyecto que inició Bolívar en los albores del siglo 19.

Es decir, desde esta perspectiva, socialismo y revolución, son sinónimos; ambos despejan sus incógnitas con la creación de la cultura como único elemento garantizador, producto del auto reconocimiento, no solo la emancipación del pueblo, sino de su hegemonía sobre los demás actores constitutivos, la que a la postre combatirá las fuerzas externas que por naturaleza, atentaran en contra de la unidad interna, y que en su conjunto definirán "el equilibrio del universo", que no es otra cosa que el balance del planeta, su justicia, y por ende su paz. Todo esto en términos bolivarianos.

Hemos explicado brevemente de esta forma accidental, sin proponérnoslo, el enunciado vanguardista que sentencia: "la revolución será cultural o no lo será" que para algunos, o en algún momento, se convirtió en una consigna más, que no es negativo en sí, al fin y al cabo tiene su utilidad, pero que si no se logra entender en toda su extensión, termina siendo otra frase vacía al termino de las refriegas movilizatorias. En el fondo, no mueve a la fuerza moral de las multitudes, al pueblo, el que en definitiva decidirá si habrá o no revolución. Ello es consecuencia de su incomprensión; pareciera a simple vista, una banalidad intelectual, pero es en esencia, una verdad absoluta, Si no logramos desarrollar la revolución cultural, todo lo demás será simple ilusión de poder y libertad, mientras los amos siguen manejando los hilos desde las alturas. Y es que la revolución cultural en palabras sencillas, es el despojarnos del disfraz de identidad que nos impusieron, el que hasta ahora no nos ha servido sino para ser esclavizados por los poderes hegemónicos mundiales.

Aseveramos que poco, por no decir nada de esa herencia, nos sirve para la empresa de nuestra emancipación cultural, partiendo de la certeza de que solo la cultura en su acepción de identidad es capaz de garantizar la invulnerabilidad de la existencia de los pueblos; si y solo si, estos logran encriptar el gen de su cultura en lo más profundo de su sistema reproductivo, informativo y comunicativo.

Decimos además, que debemos inventarlo todo, aun cuando pareciera más que una tarea monumental e innecesaria, una empresa absurda. Pues es el momento de develar lo que ha estado solapado por su misma naturaleza. La invasión española que degeneró en la cruenta conquista y luego en la aborrecible colonia, se impuso a sangre y fuego en medio del más grande genocidio y la más larga de las guerras que aun padece la humanidad, la que no solo exterminó más de cien millones de seres humanos, pueblos, naciones y civilizaciones, sino y principalmente, extinguió sus culturas, y sobre esa extinción implantó otras para el ejercicio de su dominio. Pues bien, el neocolonialismo imperante, no emergió por generación espontánea, es el mismo antiguo proyecto persiguiendo los mismos objetivos, pero ahora envuelto en una guerra cultural. Y la guerra, la más absurda de las manifestaciones humanas, genera de igual forma, respuestas que pudieran parecer absurdas.

Enfrentados a esta realidad, al fragor de la revolución bolivariana y en consecuencia, a una inevitable y vieja guerra cultural, necesario es emprender la larga marcha de las invenciones. Para ello es menester no solo radicalizar nuestros conceptos acerca del tema, sino sumirnos sin temor, en el extremismo y el fundamentalismo de estos, sin caer en el chantaje etiquetador conque la falsa cultura occidental juzga y además execra una buena porción de vocablos vitales para el combate (tema que tocaremos más adelante), y así ejercer con descarada impunidad su dominio. Vallamos a las raíces para entender mejor y restaurar lo que haya que restaurar. Seamos extremistas y fundamentalistas cuando sea necesario como lo fue el Libertador, para tomar las decisiones más difíciles en el momento que haya que tomarlas y disipar el espejismo del "medio" o el "centro" que solo son posiciones transitorias o simplemente inexistentes, las que sumergen a generaciones enteras al nefasto influjo de la mediocridad.

Empezaremos pues, tratando de poner en orden según nuestro criterio, a este, el más nutrido y disperso conjunto de ideas diseminadas entre las complejas disciplinas sociales. Trataremos de que la coherencia de ese orden construya un sistema que facilite su comprensión y más allá contribuya a crear herramientas para el combate, es decir, con todo y lo que pueda sonar pretencioso y rimbombante, intentaremos poner nuestro grano de arena en la construcción de la ideología cultural liberadora o el pensamiento cultural de la revolución bolivariana.

Para ello debemos convencernos en primera instancia, no solo de que es absolutamente posible, sino de que es absolutamente necesario en términos de estrategia para la gran batalla, a pesar de nosotros mismos y de nuestros demonios, los que trataran de convencernos de la ridiculez del planteamiento, poniendo por encima de nuestros intereses y de nuestro inalienable derecho a la existencia propia, la irracional creencia que solo a las "desarrolladas" y "avanzadas" culturas del primer mundo, les está reservado el maravilloso prodigio de inventar, o en su defecto de decidir y patentar lo que debemos inventar, si es que se diera el caso de que en estos lares, brotara el germen de la independencia intelectual.

Por otro lado, trataremos en lo posible de sacar el problema de la cultura del atolladero en el que se encuentra sumergido desde el punto de vista de la gestión cultural y que la somete a un círculo vicioso convenientemente esclavizante, cayendo como mansas palomas en una de las innumerables trampas cazabobos que tiende el capitalismo a lo largo y ancho de sus dominios. El problema de la cultura no es primariamente, un tema de democracia, de masificación y acceso, de deselitización, uso y disfrute de sus bienes materiales e inmateriales, de participación y protagonismo. No es un tema solo de promoción, animación, difusión y formación, de conservación y protección, mucho menos de rescate. No es solo un problema de diseño, planificación programación y ejecución de políticas públicas de última generación. Si así fuere, la derecha pudiera ser más eficaz que nosotros en este sentido, porque incluso, pudiera ir más allá en materia de derechos culturales cuando de una cultura opresora se trata. Aplicar todo este avance progresista a la cultura, sin revisarla a los ojos de la revolución bolivariana, pudiera ser contraproducente y más bien tributar a los intereses del enemigo. El problema empieza a solucionarse fundamentalmente con un elemental ejercicio, primero, de definición: ¿Que es cultura? ¿Cuál es su importancia en la conformación y desarrollo de los pueblos?¿Para qué sirve? ¿Se puede aspirar a tener la cultura que se necesite? Y luego, de decisión, de tomarse la libertad para crearla a la medida de nuestros intereses. Para ser libres. Para desarrollar todas nuestras potencialidades y garantizar nuestra supervivencia, que es en el fondo, la supervivencia del género humano.

Advenidos a este punto, tendríamos que definir de igual forma, cuáles serían sus objetivos, sus funciones, sus áreas de acción, los elementos que la configuran, una necesaria redefinición de conceptos, no solo para recuperar el léxico combativo creado por la izquierda y usurpado por la derecha, sino para desmalezar otros con los cuales limitan doctrinariamente nuestras potencialidades creativas. Y por último convertir esta tarea en la primera deuda de la revolución bolivariana, convertirla en su punto de partida real, que a estas alturas de no retorno, en el entendido de que, mientras se saldan necesidades urgentes en el orden material de las necesidades humanas, la revolución cultural, es la única posibilidad de victoria ante el descomunal poder imperial y las circunstancias que nos ha tocado enfrentar.

El chavismo es poder cultural.



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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

 miltongomezburgos@yahoo.es      @MiltonGomezB

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