Pensamiento cultural de la Revolución Bolivariana (II)

La necesidad de ordenar el disperso y distorsionado temario de nuestra cultura para convertirlo en el pensamiento cultural de la Revolución Bolivariana (tarea que modestamente iniciaremos como humildes picapedreros), nos permite visualizar la derivación de tres objetivos específicos tributarios del proyecto insignia que no es otro que la emancipación cultural del pueblo bolivariano.

1) La creación de una ideología cultural liberadora. Es decir, la elaboración de un sistema de ideas capaz de darle organicidad a la dimensión existencial del pueblo, apéndice de otra mayor que conformaría su superestructura o mejor dicho, la ideología de la nación bolivariana.

2) La concepción de la cultura como el bien más preciado a ser adquirido. Su identidad, su condición de nación, su desarrollo material y espiritual. Un tema además, de seguridad e integridad nacional.

3) La conjugación de estos dos objetivos para la optimización de la gestión cultural revolucionaria. Entendiendo que mientras no se tenga conciencia de estos, no habrá gestión y mucho menos revolución que valga, la que supone una confrontación cultural. La revolución cultural es el cambio de una cultura agotada por otra que la trasciende. Es la invención de una nueva cultura para la emancipación, que es por antonomasia, asumir la guerra cultural y no padecerla bajo las tinieblas de la inconsciencia. Dicho en otras palabras, es construir y gestionar la cultura bajo ataque y asedio letal.

Empezaremos por decir, para acometer lo anteriormente esbozado, que lo que conocemos como cultura venezolana, cuya fecha de nacimiento la podemos emparentar al nefasto 12 de octubre de 1492, (aunque seis años después es que el invasor español logra hollar el sagrado suelo de la nación Caribe en su territorio continental y se comienza a trasplantar a suelo del Abyala esa enorme maraña de aberraciones en que terminó convirtiéndose el naciente imperio europeo), no nos identifica realmente y por lo tanto no vela por nuestros intereses como se supone debería hacerlo. Es decir, el vocablo castellano (venezuela) que le da nombre a nuestro pueblo hoy, y por lo tanto, a nuestra cultura, solo reconoce lo que hay de occidentalismo en ella, con mayor énfasis lo que puede digerir el español, y solo a partir de su bautizo como territorio colonial. Prueba de ello son las múltiples distorsiones que caotizan nuestra vida diaria a la hora de tomar decisiones sin el aplomo de una identidad definida, en donde se da una lucha permanente entre los elementos que la conforman, sumergiéndonos en un océano de incertidumbres lleno de distracciones que imposibilitan el avance sobre nuestra realidad concreta.

Y es que más de quinientos años después, seguimos utilizando el idioma que nos impuso el invasor, aun cuando fue expulsado de estas tierras por la espada libertaria de Bolívar. Pero es que solo fue derrotado política y militarmente. El conquistador dejó todos sus aperos culturales endosados en los territorios que una vez dominó por la fuerza, para seguir haciéndolo siglos después, por la argucia, con lo que se garantizó la victoria soterrada.

Ese idioma no reconoce ni acepta la responsabilidad de Europa, menos aún, la de España y su reinado en la tragedia histórica que resultó ser su aventura imperial. Ese idioma valora a Colon por encima de Guaicaipuro, aun cuando la valoración la haga un connacional del Cacique. En el fondo la lengua coloniza la mente. Ese idioma para nuestra desgracia, no permitirá la emancipación cultural porque ella, no solo supone su transformación o su extinción, supone inexorablemente justicia y todo lo que ello conlleva, la apertura a un mundo con nuevos actores, demandantes de espacio en la escena mundial, el que no están dispuestos a ceder. Ese idioma le da nombre a todo y por supuesto, solo se nombra a sí y a sus dominios.

He aquí que nos encontramos ante una colosal tarea, nada menos y nada más que ante la independencia lingüística, la que exige enfrentarnos a dos grandes desafíos. Uno de carácter técnico lingüístico en cuanto al camino a tomar para vencer al idioma español. Si es por la vía de la restauración de los idiomas aborígenes. Si es por la transformación del castellano. Pasar de ser un idioma colonial a convertirse en una lengua liberadora (como ha empezado a hacerlo la CRBV con el reconocimiento del género femenino, lo que ha obligado a inventar una serie de nuevos vocablos liberadores). Si es por la creación de un idioma totalmente nuevo que satisfaga las necesidades de un pueblo resucitado. Si es por la combinación de algunas o todas estas alternativas, etc. Y por otro lado, el asumir la audacia intelectual y política necesaria para tomar la decisión, que tiene que ver con el carácter altamente revolucionario de la tarea.

Otro engaño que hay que desmontar con la urgencia del caso, es el azote que significa el canon estético occidental, ese que flagela, humilla, menoscaba y niega el autóctono, e impone un solo patrón de belleza a escala universal ¡vaya que pretensión!. Ya se ha ahondado lo suficiente sobre este asunto como para entender que esto se da más por razones de dominio a través de los mercados, que por cualquier otra razón, y por lo cual no agregaremos mayores comentarios. Sin embargo, es en el ámbito de la cultura, donde su impacto adquiere connotaciones trágicas. Si bien, en otras áreas del quehacer humano se presenta como la abyección del ser, donde el dominado admira tanto al dominador, que termina aspirando a convertirse en él, en la cultura esta aberración, niega la propia existencia física, desaparece el fenotipo del pueblo, de los pobres, y lo convierte en lo feo, lo malo, lo negro, lo indio, lo oscuro, indigno y peligroso que hay que ocultar, invisibilizar, en todo caso, lanzado al contrapeso de la concepción de belleza que circula en las vitrinas mediáticas y convertidas en otro bastión hegemónico.

Pero el problema estético no podría adquirir las dimensiones de tragedia histórica que ha adquirido, si solo se quedara allí, en la superficie de la manipulación de los pueblos por factores externos y por meras razones económicas, como superficialmente hemos entendido. Esta manipulación sicológica producto de otra de esas trampas cazabobos del capitalismo, ha resultado una de las armas más efectivas del dominador imperial por que cuenta entre sus ductores, a la masa intelectual considerada nacional (tema que tocaremos en la siguiente entrega), seducida y conquistada por el estatus de superioridad cultural de los colonialistas. De ese influjo dominador no se escapa nadie, salvo revolucionarias excepciones. Es así como toda esa legión de escritores, poetas, artistas de todos los géneros, filósofos; en fin, pensadores de todas las corrientes y de todos los tiempos, han forjado su trabajo intelectual y material subordinado a la estética hegemonica.

Por nuestra parte, entendemos que la estética revolucionaria, más allá de cuidar la aplicación de los cánones que soportan a la belleza artística (todo aquello que tiene que ver con el equilibrio, el balance, la proporcionalidad, la armonía, la limpieza, la claridad, la audacia, la novedad, la propuesta, la madurez, la ruptura y trascendencia, etc.) debe esforzarse en hacer prevalecer el sentido de la dignidad de la persona humana y convertirlo en su máximo ideal de belleza.

El chavismo es emancipación cultural.



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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

 miltongomezburgos@yahoo.es      @MiltonGomezB

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