Tiempo de Navidad, amorfa mixtura de alegrías y tristezas; tiempo de comidas "exquisitas", de nuevo vestuario, de otros zapatos, y de regalos que van y vienen entre personas solventes ante el mercado especulador que las ofrece sin haberlas producido.
Las hayacas[1], por ejemplo, son una exquisitez no apta para bolsillos de bajos ingresos. ¿Contradictoriamente, por qué la disfrutan ricos y pobres? Porque los últimos las autoconfeccionan; sí, pero, más que todo, porque la disfrazan con una pasita aquí y otra por allá; una migaja de esto, y otra de aquello. Mucho ajo, mucha masa, muchas hojas y sobre todo mucha cabuya. Total, con tal de poder dejar de cocinar uno o dos días al año, con sólo eso ya los pobres van y sienten que chutan en Navidad. Agréguese a esto, que los afamados y clásicos "bollos" surgieron, en corroboración a lo anterior, sólo provienen del sobrante de masa en relación a la escasez de los ingredientes correspondientes.
Otro disfraz, el más relevante y vistoso, es el de los vestuarios; esos forzosos estrenos para los cuales-dentro del año que termina- nunca el menguado, limitado y pretasado dinero del pobre alcanza, ni jamás lo ha hecho. El cacareado "aguinaldo patronal" no representa más que-contablemente-las subrepticias deducciones que hace el patrono para los gastos de sus trabajadores en mercancías de naturaleza duradera.
Así, una persona de ingresos moderados, cuya ropita de siempre usa y reúsa durante los 350 días, aprox., consumidos durante la prenavidad, no puede otra cosa que verse disfrazada con una vestimenta a la que no se la ve durante todos aquellos numerosos días del año en su fase epilogar.
Con los arreglos hogareños ocurre otro tanto. La pinturita que jamás revistió los interiores ni exteriores de la casa*, el exhibicionismo de valores exóticos: arbolitos de Canadá, minipistas de hielo, etc., todo esto configura la máscara mayor de la época decembrina. Afortunadamente, hay asomos de que estos disfraces caigan en la más irreversible obsoletidad.
A ese consumismo navideño, doy en llamarlo disfraces de San Nicolás, exótico personaje integrado a la opresión imperialista y transculturizadora que con su hilarante y burlón "Jo, jo, jo", no ha hecho sino mofarse jocosamente de los pendejos seguidores suyos en estas tierras carentes aún de una retoma definitiva de sus valores radicales.
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* Hoy la Misión Barrio Adentro empieza a cubrir esas insatisfechas y centenarias necesidades populares, a regalar, cual verdadero Niño Jesús, esos dones que, por el contrario habían venido siendo motivos de angustias anuales para los padres y madres de tantos niños pobres que también esperan inocentemente sus afamados Reyes Magos.
[1] La palabra hayaca es más vernácula que académica, sin embargo, en este vínculo podrá observarse una clara deformación y ocultamiento de nuestras raíces lingüísticas, en particular, desde que, lamentablemente, el servicial y apátrida lingüista y gramatólogo Andrés Bello optó por cuadrase con la realeza de marras y autoexiliado dedicó su feraz intelecto a la elaboración de una Gramática paralela a la preexistente en Madrid, ésta y aquella adecuadas más a los imperialistas y crónicos intereses clasistas, extranjeros y colonialistas que a los de su patria nativa, la cual abandonó cuando observó que eso de la Independencia de Bolívar y la Junta Patriótica iba en serio. El DRAE trae como vulgarismo la palabra "hallaca". No en balde-lo hemos señalado-en los paraninfos de las universidades burguesas venezolanas es su facsímil de retrato el que los engalana en reemplazo inducido del verdadero Maestro y Formador de Simón Bolívar, Simón Rodríguez. En su beneficio, digamos, hasta razonablemente, no se atrevió a correr riesgos de perder sus viejas, realistas y coloniales amistades caraqueñas. En caso de haberse frustrado la Independencia programada, habría producido su obra en la misma Caracas. En la universidad donde trabajé 24 años en línea, sólo con 2 meses de reposo forzoso-accidente automotor-docentes "especializados" corroboraron esa vulgarización al considerar contestes que era indiferente escribir hallaca que hayaca porque así lo regulaba, ordenaba y establecía real e imperialistamente el DRAE. Así, Bello y sus seguidores han contribuido al silencio-y casi lo logran, de nuestras ancestrales leguas aborígenes de milenarias data.