La estrategia conspirativa de la oposición se está apoyando en la grave y compleja situación económica que está atravesando Venezuela y en la cual los sectores dominantes han tenido una participación decisiva.
No debe quedar duda que la MUD quiere utilizar unas elecciones legislativas para derrocar el Gobierno. Para esta maniobra, ha contado con inmensos recursos financieros y logísticos que vienen tanto del exterior como de capitalistas locales. La principal artillería externa, para esta campaña infame, han sido las compañías trasnacionales que manejan los medios masivos de manipulación. Se viene preparando el terreno para que, a nivel internacional, se justifique la destitución del presidente Maduro.
Esta campaña antidemocrática, cuenta con el descontento acumulado en la población trabajadora, resultado de la situación económica donde destacan la inflación y la escasez. La gente está sometida a una jornada agotadora donde ve que su tiempo se consume en una cola, en una amarga búsqueda de cualquier artículo. La economía se convirtió en una penitencia para la vida cotidiana, donde el problema no es sólo enfrentar la escasez sino la amarga frustración de no poder pagar los bienes que encuentra dado los exorbitantes precios que muestran. Cada día, se enfrenta la dura realidad de ser poseedor de un ingreso fijo en bolívares, que cada vez se diluye y deja las manos vacías.
La oposición y los oportunistas, acusan al gobierno de la situación, como si fuera éste el único participante en esta confrontación. Los análisis de los economistas neoliberales describen un teatro donde el único villano es el gobierno, y obvian a los capitalistas colocándolos como inocentes corderos y víctimas del chavismo. A este coro se unen voces de agentes de la transición que aúllan que la solución es un “gobierno de coalición”.
Sin duda alguna que, parte de responsabilidad de este desastre económico la tiene el gobierno. En efecto, a pesar de la firme actitud del gobierno en defender los programas sociales y las inversiones estratégicas, tenemos que reconocer que, durante estos dos últimos años, en el ámbito de las políticas económicas, ha predominado una precaria dirección estratégica, donde se ha optado por “el dejar para luego” la toma de decisiones de medidas de política económica que son impostergables cuando una economía presenta una grave restricción externa (caída del precio petrolero) como la actual. Medidas improvisadas, donde se demuestran una gran torpeza no sólo desde el punto de vista del conocimiento más elemental de la economía de mercado capitalista sino desde el punto de vista político.
Pero resulta que la actual situación económica es en gran parte responsabilidad de los grupos económicos que están detrás de la oposición, especialmente el capital financiero y el capital bancario. Desde el año 2004, los sectores económicos dominantes liderados por el capital bancario y financiero, establecieron una estrategia para desmontar el control cambiario y retomar el control de la fijación del tipo de cambio y la privatización de las divisas. Quienes han tenido total control, desde 2009, del tipo de cambio y de la estrategia especulativa que se fraguó con el dólar paralelo, tienen nombre y apellido y están montados en esta confabulación.
La estrategia basada en la Doctrina del Shock ha sido desplegada en forma sistemática por el poder que ejercen los capitalistas sobre los mercados y los medios masivos de comunicación. Los sectores dominantes han sido exitosos manejando la desesperanza, la frustración, el terror económico y la incertidumbre. En el pasado, este recurso ha sido utilizado por el neoliberalismo para imponer su proyecto de sociedad. Parecido a las sesiones de tortura, se logra la desorientación, el olvido y la pérdida de identidad. En Chile del principio de la década de 1970, el neoliberalismo recurrió al terror que implantó el Golpe de Estado dirigido por Pinochet, para aplicar la experiencia neoliberal a una población indefensa y sometida a una dictadura genocida.
En Venezuela, después del fracasado golpe de abril, han recurrido a la guerra económica.
¿Si gana la oposición habrá cambio?
La campaña de la oposición se ha centrado en la necesidad de un "cambio". La palabra "cambio" por lo general se asocia a algo nuevo, y en este caso sería algo nuevo que mejorara sustancialmente la situación actual. Pero realmente la MUD no tiene un programa económico diferente a los programas fabricados por los centros de poder del capital financiero internacional.
En realidad, no tiene un programa económico propio sino uno calcado a imagen y semejanza de los programas de ajuste estructural del Consenso de Washington: reducción del tamaño del Estado (recorte de los programas sociales); liberalización de los mercados; privatización de los servicios y del manejo de los recursos naturales; políticas monetarias con un banco central autónomo y altas tasas de interés; apertura financiera a la banca trasnacional; liberalización comercial; contención de los salarios y de restricción de los beneficios de seguridad social.
Esta política económica requiere una profunda adecuación del aparato represivo del Estado, a nivel militar y policial, por lo tanto promoverá una reforma para restituir la función represiva y pro-imperialista del sector militar.
Si quieren ver un ejemplo del "cambio" que oculta la oposición, basta con seguir lo que anuncia el presidente electo de Argentina, Mauricio Macri, quien gobernará con Ministros provenientes de las corporaciones transnacionales. En nuestro caso, el gobierno de transición contará con un gabinete de "gerentes", con participación directa del capital financiero en puestos claves. El economista venezolano Francisco Rodríguez (Bank of America) y el ex-ministro Ricardo Hausmann, han trabajado duro en el programa económico, tal como lo hicieron para el golpe de Pedro Carmona Estanga en abril 2002.