Introducción
Escribir de cultura es escribir de arte, ideología, educación, deporte y otras muchas cosas. La cultura se puede enfocar desde numerosas perspectivas, que incluyen la personalidad, la estética, la política y la historia. Me centraré expresamente en la cultura como terreno para la lucha política y dejaré para otro momento y otro lugar la discusión de la cultura como medio estético, como fuente de reflexión y de realización humanas. Me centraré en particular en la cultura como ideología y en cómo influye en la clase y en la conciencia nacional, así como en la acción política. La cultura como ideología implica la creación y la expresión de una «subjetividad» humana o, expresamente, la conciencia nacional y de clase, que es la manera en que la gente (clases, géneros, grupos étnicos y raciales) percibe y actúa para influir en sus circunstancias objetivas. La subjetividad es esencial para la comprensión de los conflictos, las estructuras de poder y los movimientos que buscan la transformación en el mundo contemporáneo. La «subjetividad» como conciencia política se puede entender en su relación dialéctica dinámica con la realidad objetiva. La manera en que la gente y las clases reaccionan a sus condiciones objetivas da forma a su realidad material, la cual, a su vez, produce un impacto en su subjetividad.
Las creencias ideológicas y la acción política son el resultado de múltiples determinaciones, que incluyen las condiciones socioeconómicas (crisis, posición en la estructura de clase, movilidad social hacia arriba o hacia abajo, naturaleza del Estado) y las organizaciones políticas, el liderazgo, los medios de comunicación, las instituciones religiosas y las organizaciones sociales inmersas en tradiciones y en prácticas familiares y comunitarias. El comportamiento de clase puede verse influido tanto por las condiciones económicas presentes como por las aspiraciones futuras y las esperanzas.
La ideología y las grandes cuestiones
Para entender la clase y el conocimiento nacional en relación con las grandes cuestiones en el mundo contemporáneo es importante identificar su naturaleza.
La mayor parte de la humanidad se enfrenta a cinco retos principales, que son:
El afán imperialista estadounidense por dominar el mundo a través de la doctrina bushiana de las «guerras permanentes». Esto queda ejemplificado por las guerras de conquista en los Balcanes, Afganistán e Irak, por los preparativos de guerra contra Corea del Norte, Irán y el Este árabe y también por la intervención militar en Colombia a través del Plan Colombia, por la actitud beligerante hacia Cuba y por el apoyo a un golpe militar en Venezuela.
La nueva colonización de América Latina a través de la imposición del ALCA y la transferencia de soberanía a la comisión del ALCA, controlada por los EE.UU. La utilización que hace Washington de la doctrina de la «extraterritorialidad», que afirma el derecho de EE.UU. a pasar por encima de las leyes nacionales e internacionales. El rechazo estadounidense del Tribunal Penal Internacional, rechazo que deja impunes los crímenes cometidos por su estamento militar. Los EE.UU. se han adjudicado el «derecho» a que sus militares y agentes de inteligencia puedan asesinar adversarios políticos dentro de las fronteras de cualquier país.
El pillaje del Tercero Mundo, en particular de la América Latina, que conduce a la reimplantación de retrógradas formas anteriores de explotación, como son la esclavitud blanca (pues lanza sin remedio a millones de mujeres y niños a la prostitución, sobre todo en la antigua URSS y en América Latina); el pillaje económico (el robo y la transferencia a EE.UU. y Europa de cientos de miles de millardos de dólares de ahorros privados y públicos provenientes de América Latina, a través del sistema bancario internacional), la apropiación de todos los sectores principales de la economía (industria, financias, comercio) y la desindustrialización de las economías latinoamericanas a través del libre comercio, mientras que EE.UU. conserva sus barreras a la importación y las subvenciones a la exportación. El resultado es la reaparición en muchas partes de América Latina de relaciones económicas precapitalistas. Por ejemplo, en Argentina, la economía de trueque implica ahora a más de 4 millones de personas. En América Latina más del 60 % de la mano de obra funciona a través de la economía informal o de subsistencia, simplemente intercambiando productos.
La hegemonía estadounidense sobre la clase política, desde los partidos de centro izquierda a los de extrema derecha, que se han acomodado al proyecto imperialista de perpetuación del sistema de pillaje y a la nueva colonización. Por ejemplo, la Organización de Estados Americanos (OEA) y los autoproclamados «Amigos de Venezuela» han intervenido para promover los planes políticos de la clientela estadounidense golpista contra el presidente Hugo Chávez.
El desigual auge de poderosos movimientos sociopolíticos en todo el mundo, pero más directamente en América Latina, en respuesta al proyecto imperialista estadounidense.
Los problemas de las guerras imperiales, de la nueva colonización y del pillaje constituyen un reto fundamental para las clases populares y los Estados que se organizan contra el imperio. La hipótesis principal que desarrolla este ensayo es que la realidad objetiva derivada de la construcción del imperio ha creado condiciones necesarias, pero no suficientes para un frente antiimperialista y anticapitalista de masas a escala mundial. La regresión de las condiciones socioeconómicas globales sólo puede proporcionar la base de una transformación fundamental en presencia de factores subjetivos. Para ilustrar la importancia de lo subjetivo o «factor cultural» frente al desafío del imperio, es útil comparar las experiencias de países diferentes.
Subjetividades comparativas: Argentina y EE.UU.
En los Estados Unidos y en Argentina el fraude a gran escala y las estafas cometidas en 2001 y 2002 dieron lugar a la pérdida de decenas de millardos de dólares en fondos de pensión y en ahorros. En el caso de EE.UU. fueron las compañías multinacionales, los bancos privados de inversión y los auditores corporativos quienes llevaron a cabo las estafas con la complicidad de agencias reguladoras del gobierno. En Argentina, los autores fueron los bancos privados, sobre todo los de propiedad extranjera, con la complicidad directa del gobierno.
En Argentina hubo protestas masivas, que llevaron a un levantamiento popular que obligó a la dimisión del gobierno. Con posterioridad, miles de ciudadanos crearon asambleas barriales, que formaron alianzas con los movimientos de trabajadores desempleados para presionar al gobierno.
En los Estados Unidos no hubo movimientos de masas, sólo quejas individuales, malestar privado y hostilidad localizada contra las compañías multinacionales. La alienación frente al sistema político aumentó. Algunos grupos contrataron abogados para llevar a los tribunales a las corporaciones, con la esperanza de recuperar sus fondos. La mayor parte de la empobrecida clase media se resignó a una vida laboral más larga, a retrasar su jubilación y a disminuir su nivel de vida. Muchos pequeños inversionistas retiraron sus inversiones de fondos de pensión. Las inconsecuentes audiencias del Congreso y el nombramiento de nuevos reguladores estatales no cambiaron nada. Nadie puso en entredicho el sistema, las compañías siguieron funcionando de la misma manera y el Presidente y su partido se aseguraron una «mayoría» en el Congreso, mientras que las dos terceras partes del electorado ni siquiera fueron a votar.
Estos dos casos sugieren la siguiente pregunta: ¿Por qué fraudes masivos similares y la pérdida significativa de ahorros tuvieron respuestas subjetivas tan distintas? La respuesta se encuentra en el diferente contexto político, cultural e ideológico de cada país.
En Argentina hay movimientos políticos y sociales a gran escala: los «piqueteros» en paro se manifiestan y bloquean carreteras; los partidos de izquierda intervienen en la vida política; una confederación disidente del sindicato de los funcionarios está en la oposición activa; hay un rechazo generalizado de la ideología de «libre mercado» en la población general. Las condiciones subjetivas que dan lugar a protestas de masas en Argentina se deben a una cultura política que favorece la acción colectiva, a una ideología que achaca la responsabilidad política de las pérdidas económicas a los bancos y al régimen y a un exitoso modelo de acción política basado en los piqueteros. La «cultura política» de oposición se ha extendido, a pesar del apoyo que los medios de comunicación han prestado al gobierno. El movimiento asambleísta creó sus propias redes de comunicación y utilizó los medios de comunicación alternativos existentes. El movimiento asambleísta y la acción de masas tuvieron lugar a pesar de la ausencia de apoyo por parte de la burocracia sindical oficial, estrechamente vinculada al régimen en el poder.
En los Estados Unidos, los millones afectado por el fraude carecen de cultura política de protesta y movilización. La mayor parte de ellos son partidarios de uno de los dos partidos capitalistas, que se alternan en el poder financiados por los principales estafadores corporativos. Las demás «asociaciones cívicas» a que pertenecen son conservadoras o apolíticas, no proporcionan marco alguno para entender la naturaleza y la responsabilidad del gobierno en el fraude ni son un vehículo para la acción política. Las mentes de millones de víctimas están programadas en torno a la idea de lealtad al Estado, a las corporaciones y a la familia. Una vez que el Estado y las corporaciones les fallaron, echaron mano de la familia, que sólo les ofreció consuelo personal y ninguna base para la acción colectiva. En ausencia de cualquier referencia a organizaciones para la acción colectiva, sin los ejemplos de exitosas movilizaciones populares, las víctimas buscaron en gran parte soluciones personales, se tragaron las pérdidas en silencio y en un aislamiento impotente. Los principales estafadores regresaron a sus negocios con impunidad.
Unas «subjetividades» y un grado de acción social y de organización social tan opuestos entre los EE.UU. y Argentina, en condiciones similares de adversidad socioeconómica, indican la importancia decisiva de la cultura política, de la ideología y de la intervención política. En los Estados Unidos el lema fue «sálvese quien pueda». En cambio, en Argentina fue «quien roba a uno roba a todos». La diferencia fundamental es la aparición de una cultura de la solidaridad en Argentina, que contrasta con la dependencia vertical característica del mundo corporativo estadounidense.
Comparación: Brasil y Venezuela
Durante los años noventa, Brasil y Venezuela atravesaron una década de estancamiento económico, con el incremente de las desigualdades sociales y una disminución de la renta per cápita. En ambos países las condiciones objetivas eran favorables a cambios políticos consecuentes. En ambos, una gran mayoría de votantes eligió a un presidente populista o de centro izquierda, Hugo Chávez en Venezuela y, en 2002, Lula da Silva en Brasil. Con posterioridad, sin embargo, Chávez se ha enfrentado a huelgas y a largos cierres patronales. Una minoría sustancial del electorado (las cifras son conflictivas) exigió su dimisión y dio su apoyo a los líderes del ala derecha. Mientras que disminuía el apoyo a Chávez, el de Lula aumentó durante la carrera que condujo a su elección. En otras palabras, hubo un giro a la derecha bajo un presidente en funciones y un giro a la izquierda hacia un candidato recién elegido, en condiciones económicas generalmente similares.
La distinta subjetividad y las diferencias requieren una discusión del contexto político, social y cultural. En el primer caso, el régimen de Chávez funcionó durante un estancamiento económico, mientras que Lula estaba todavía en la oposición y la responsabilidad de los problemas socioeconómicos recaía claramente en el régimen precedente, el de Cardoso. En segundo lugar, el régimen de Chávez concentró sus inversiones públicas en la mejora de los servicios de los sectores más pobres (la salud, la educación y la vivienda), mientras que la clase media se resintió de una pérdida relativa de su bienestar económico. En Brasil, el régimen recién elegido de Lula aumentó su apoyo al prometer la supresión del hambre sin afectar el poder y los privilegios de las clases altas y medias gobernantes. En tercer lugar, los medios de comunicación proimperialistas de Venezuela iniciaron una vitriólica y permanente guerra de propaganda contra Chávez cuando éste declaró su independencia de la política exterior de los EE.UU., en particular del Plan Colombia, del ALCA y de las guerras de conquista en Afganistán, Irak y en otras partes. Por el contrario Lula, una vez elegido, se ha referido a Bush como «aliado», ha prometido «negociar» sobre el ALCA y se ofrecido para «mediar» entre los golpistas y el gobierno de Chávez (en vez de confirmar su apoyo al gobierno constitucional). Al adoptar una agenda centrista, Lula se ha asegurado el apoyo de los poderes financieros y la «neutralidad» de los medios de comunicación.
La tenaz reiteración de propaganda abiertamente engañosa y calumniadora por parte de los medios de comunicación venezolanos buscaba abiertamente la incitación a la rebelión militar y el derrocamiento del gobierno electo de Chávez. La campaña de los medios de comunicación fue uno de los factores principales que han influido en la inquina de las clases medias contra Chávez y en que tomaran las calles. Los medios venezolanos han propagado una imagen de un presidente autoritario que preside un estado dictatorial, informado y aliado por el comunismo castrista y que está destruyendo la economía. La eficacia de los medios en la propagación de esta imagen totalmente falsa se puede medir por el sustancial sector de la clase media que se lo ha creído, incluso si la experiencia directa lo desdice.
La gran mayoría de los venezolanos, sobre todo aquellos que ahora tratan de derrocar el régimen, participaron y votaron sin coacciones en siete elecciones libres, en las que Chávez o su programa constitucional fueron aprobados. El régimen ha respetado la división entre los tres poderes de gobierno y ha tolerado los enormes excesos de la prensa y los medios electrónicos de comunicación, más allá de lo que lo hubiera hecho cualquier otro sistema electoral occidental. El gobierno ha permitido y ha protegido asambleas de masas y marchas, incluso de los que incitaban a la rebelión militar y al derrocamiento violento del gobierno elegido. A pesar de que el gobierno no ha conseguido mejoras sustanciales del nivel de vida, sobre todo para la clase media, su funcionamiento económico representó una mejora relativa con respecto al régimen anterior, hasta que la patronal estatal del petróleo saboteó la producción. La causa principal de la rápida disminución del nivel de vida fue el cierre y la parálisis de la industria petrolera, organizada por la patronal y por el director de las compañías petroleras estatales, que se empeñaron en la consecución de una profecía: «predijeron» el colapso y luego hicieron todo lo posible para hacer que tuviese lugar. Frente a ellos, el gobierno ha estado luchando para reiniciar la producción e impedir que sigan disminuyendo los ingresos.
Está claro que, en el terreno ideológico y político, la oposición proestadounidense ha estado ganando la guerra cultural. Existen pocas dudas y muchos precedentes históricos para sospechar que los costosos esfuerzos de propaganda de los medios de comunicación probablemente están financiados en parte por fondos encubiertos de agencias de inteligencia estadounidenses. De otro modo, no es posible entender que el cierre patronal pueda prolongarse durante tanto tiempo. Sin ingresos publicitarios y con los enormes gastos generales que deben afrontar, los medios privados de comunicación no podrían mantener a todo su personal, siete días por semana, durante casi dos meses, a no ser que estén recibiendo transferencias a gran escala de la CIA, que utilizó subvenciones similares encubiertas para financiar El Mercurio en Chile, La Prensa en Nicaragua y muchos otros medios aliados de los EE.UU. en países donde Washington buscaba derrocar regímenes independientes.
Esto sugiere la pregunta de por qué la propaganda progolpista, antichavista y proyanqui ha tenido tanto éxito a la hora de polarizar el país y, en particular, de «persuadir» a las clases medias de una manera que sería inimaginable en Brasil
La clave es la «cultura política» de la clase media de Caracas, más armonizada con Miami que el país interior y los pobres urbanos. El «complejo de Miami» se basa en las visitas frecuentes, en las vacaciones y en las excursiones de consumo a Florida en particular y a los EE.UU. en general. Este complejo contribuyó a la reproducción del modelo consumista estadounidense y a la aparición de una «cultura del centro de compras», en torno a la cual gira la existencia de la clase media de Caracas. La «clase de referencia» de la clase media venezolana es la clase media alta que vive en Miami, cuyo estilo de vida aspira a imitar: un condominio, gastos ilimitados con tarjeta de crédito y criadas haitianas mal pagadas.
La disminución del nivel de vida durante las dos pasadas décadas y el malestar de la clase media hizo que algunos votaran por Chávez. Su esperanza se basaba en la idea de que acabaría con la corrupción y aumentarían sus ingresos para sostener su visión de Miami. El problema surgió cuando Chávez entró en conflicto con los EE.UU., algo que tuvo dos efectos en Venezuela: los clientes políticos de Washington en los negocios y en la elite sindical se pusieron en marcha y utilizaron a la clase media para echar a Chávez. La clase media, en gran parte blanca, se vio obligada a escoger entre un presidente negro, que apela a los pobres, y su identificación con el complejo de Miami. El racismo latente entre la clase media blanca (latente sólo mientras fue dominante) fue activado por las elites y contrapuesto a su «modelo», el estilo de vida de las prósperas elites blancas de Miami.
Cultura y política
Estas experiencias comparativas destacan la importancia de la cultura, la ideología y los medios de comunicación en la formación de respuestas políticas divergentes a circunstancias económicas similares. La propaganda de los medios proimperialistas es sobre todo eficaz en aquellos lugares donde la izquierda no ha organizado a los electores y donde la cultura de la solidaridad brilla por su ausencia. El predominio de una cultura «mimética y consumista» facilita la penetración de la ideología autoritaria y la alineación, con líderes políticos favorables a los Estados Unidos.
El impacto de los medios derechistas de comunicación es muy limitado cuando hay organizaciones populares de masas (en particular las de estructura «horizontal») basadas en luchas y experiencias comunes, bajo la influencia de la ideología igualitaria. Tanto en Argentina como en Brasil, los medios de comunicación son uniformemente favorables a las elites del ala derecha en el poder, pero en ambos casos las masas rechazaron el mensaje de propaganda. En Argentina, el movimiento de masas derrocó el régimen de De La Rua; en Brasil, más del 60 % de la población votó por quien estaba considerado como un candidato de centro izquierda.
Cultura y guerra
En la actualidad, la cuestión principal es la guerra imperialista, en especial el ataque militar de Washington y la invasión de Irak, así como las amenazas nucleares contra Corea del Norte. La máquina de propaganda de Washington, sus regímenes clientes y sus «aliados» europeos están implicados en un esfuerzo global para justificar la guerra, neutralizar opositores y ganar adherentes, en particular entre la clase política. Incluso los sectores más belicosos y militaristas del régimen de Bush –que son los más propensos a hacer caso omiso de la opinión pública mundial– se ven forzados a encontrar «razones» para asegurarse el apoyo de sus clientes.
Los medios de comunicación –en particular los que pertenecen a los EE.UU.– han saturado el mundo con propaganda favorable a la guerra, presentando y justificando la línea oficial y excluyendo las voces alternativas críticas o cualquier noticia de grandes protestas. Sin embargo, los sondeos de opinión pública demuestran que la aplastante mayoría de los ciudadanos europeos y de América Latina no cree que los EE.UU. tengan razones convincentes para la guerra, y en algunos países como Francia, más del 75 % se opone la guerra imperialista. Incluso en EE.UU. las encuestas indican que el público está dividido. A pesar de que muchos apoyan una guerra, la oposición está creciendo, como lo demuestran las manifestaciones masivas de más de 700,000 personas el 18 de enero de este año. Más aún, incluso entre quienes apoyan la guerra, la mayoría lo hace con condiciones: sólo si las Naciones Unidas votan a favor de una solución militar.
La propaganda de los medios de comunicación es menos creíble y sólo sirve para reforzar el sentimiento favorable a la guerra entre la elite política, así como para inmovilizar a quienes se oponen verbalmente a la guerra.
En la batalla por la conciencia popular, la oposición política a la guerra ha sido capaz de ganar apoyos a través de los medios alternativos de comunicación (los medios electrónicos) y de las manifestaciones públicas. Las voces de figuras culturales críticas, de intelectuales y de líderes religiosos –en particular cristianos y musulmanes– también han contribuido a la movilización de la opinión pública. A pesar de la gran disparidad en el poder institucional y de los estrechos vínculos existentes entre los medios de comunicación y el Estado estadounidense imperial, la mayoría de la opinión pública mundial no está convencida. Las manifestaciones mundiales contra la guerra crecen en tamaño y militancia y han comenzado a influir en los sectores de la clase política de Europa.
Sin embargo, algunos intelectuales estadounidenses y fundamentalistas cristianos –en particular los alineados con el Estado israelí– han abrazado la «cultura» militarista imperial, basada en la dominación violenta. La visión de la «guerra permanente» en el exterior y la represión en el interior evoca las imágenes del Tercer Reich… Su apoyo a guerras ofensivas («guerras preventivas») y su aceptación de asesinatos políticos, intervenciones indiscriminadas o chantajes económicos busca intimidar a cualquier régimen que pudiera atreverse a poner en entredicho la voluntad de Washington de convertirse en el Imperio Global. La aparición de intelectuales totalitarios, vinculados a interminables guerras imperiales de conquista, está ejemplificado por su apoyo a la violencia masiva contra Irak.
Las Naciones Unidas estiman que la invasión estadounidense dará lugar a diez millones de muertos y heridos. El hecho de atacar a una población prácticamente indefensa con el previo conocimiento de que diez millones de personas morirán o resultarán heridas es un acto de genocidio premeditado, comparable o mayor que el Holocausto nazi contra los judíos o las persecuciones de gitanos y serbios. Los intelectuales totalitarios que abrazan con entusiasmo esta política genocida son fervientes abogados de bombardeos aterradores de civiles, a la búsqueda del poder estadounidense mundial.
Los medios de comunicación hacen caso omiso del informe de las Naciones Unidas sobre los probables millones de víctimas o bien lo trivializan como si fuese otra noticia sólo digna de las páginas interiores.
Prominentes líderes fundamentalistas cristianos y el ala derecha de los intelectuales judíos de EE.UU. justifican en los medios impresos y audiovisuales de comunicación este genocidio premeditado, este crimen científicamente planeado contra la humanidad. En Europa lo apoyan los principales gobiernos occidentales (en particular los de la Gran Bretaña, Italia y España). El presidente de los EE.UU., con el apoyo de las tres ramas del gobierno y de los medios de comunicación, se siente libre para llevar a cabo el genocidio con impunidad.
Parafraseando a Eduardo Pavlovshy, lo que aquí nos interesa, mucho más que las patologías individuales de Bush, Rumsfeld y Wolfowitz y otros genocidas practicantes, es la institucionalización del genocidio, ya que si insistimos en los atributos individuales de los verdugos de políticas genocidas perderemos de vista la clave del problema: el genocidio como institución.
Dentro del contexto institucional, es lógico que la Administración Bush haya rechazado el Tribunal Penal Internacional. La impunidad internacional es un acompañamiento necesario del genocidio institucional. Hoy, las guerras culturales entre intelectuales totalitarios y pacifistas hacen surgir cuestiones fundamentales, pero ninguna de ellas es más importante que la lucha contra el genocidio premeditado.
ALCA, resistencia y guerras culturales
El ALCA es fundamentalmente la nueva colonización de América Latina y significa la pérdida total de soberanía nacional y popular, así como la conquista de la economía latinoamericana. Pero para llevar a cabo la conquista colonial, el poder imperial necesita ejercer la hegemonía cultural ideológica. La anterior política neoliberal ha creado el núcleo principal de políticos, intelectuales y economistas favorables al imperio, que promueven el ALCA. Los que son abiertamente favorables al ALCA no sólo se encuentran a la derecha, sino también en eso que se denomina «centro izquierda», y son los que aceptan negociar para «reformar» el ALCA, a la espera de conseguir por escrito algunas concesiones favorables a los sectores de su clase dirigente interior.
Con los fracasos del neoliberalismo y el auge de los movimientos antiimperialistas de masas, los intelectuales de la derecha y los políticos que apoyan el ALCA están en gran parte desacreditados. En su lugar, ha aparecido un nuevo tipo de intelectual colonialista: el crítico anticolonialista y anti-ALCA que, sin embargo, al mismo tiempo acepta el marco imperial, mucho mayor, en nombre del «realismo» o del «pragmatismo». Estos intelectuales citan «el desfavorable marco internacional», «la gravedad de las crisis internas», «la necesidad de evitar enfrentamientos internacionales» en apoyo de su aceptación de negociaciones sobre el ALCA. El peligro de estos intelectuales –antiguos izquierdistas recientemente convertidos al ALCA– es que sus cartas credenciales son todavía de izquierda y su historia personal es creíble. Su principal afirmación ideológica consiste en argumentar que los recién elegidos políticos de centro izquierda representan una «nueva era» para América Latina y citan en apoyo su historia pasada y su «orígenes populares».
Cuando los críticos de izquierda hacen hincapié en los nombramientos de ministros económicos y de banqueros centrales de credo neoliberal, así como en sus acuerdos regresivos con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, estos ideólogos abogan por el «pragmatismo», el «realismo» y la necesidad de hacer «alianzas». Los ideólogos ex izquierdistas de «centro izquierda» se sienten claramente incómodos con la defensa de regímenes que inician negociaciones sobre el ALCA (sobre todo después de haber sido ellos mismos sus críticos más feroces). Recurren a diatribas irracionales contra «marxistas escolásticos» que defienden «teorías anticuadas y fracasadas«, «izquierdistas de café» «totalmente ajenos a la realidad nacional». La demagogia antiintelectual se ha convertido en el último resorte de los apólogos de la transición del régimen de centro izquierda hacia el ALCA. Su «realismo» es, de hecho, el acomodo a la existente estructura de poder nacional e internacional. Su caricatura del marxismo es un subterfugio frente a los intelectuales antiimperialistas que critican la inserción del centro izquierda en el orden imperial. El ataque contra los «marxistas de café» se basa en su propio distanciamiento de la praxis de los intelectuales izquierdistas, que sí están comprometidos en las protestas contra el ALCA.
La incorporación de muchos antiguos políticos e intelectuales de «izquierda» a los aparatos de los nuevos regímenes de centro izquierda constituye un gran desafío para los izquierdistas consecuentes. La tarea principal del intelectual de izquierda no es entrar y luchar dentro del aparato estatal, terreno sin esperanza en el que las estratégicas posiciones económicas y represivas están controladas por ministros y funcionarios favorables al ALCA. El auténtico desafío debe mirar fuera del aparato estatal, hacia los crecientes movimientos agrarios y urbanos de masas. Dentro de estos movimientos de masas, que cuentan en sus filas con millones de las víctimas de la explotación imperialista, hay un creciente debate sobre el papel de la política electoral, la relación con los recién elegidos regímenes de centro izquierda y la relación con el ALCA. El resultado de tales debates tendrá un profundo impacto sobre América Latina durante la próxima década.
Política electoral y política de movimiento
El movimiento revolucionario considera la política electoral como un elemento subordinado a la lucha de masas y al partido electoral como un «instrumento» de apoyo a las exigencias populares y a la acción extraparlamentaria. Esta relación entre el movimiento de masas y la política electoral ha quedado ilustrada en Bolivia durante las movilizaciones populares convocadas por los cocaleros y generalmente apoyadas en todo el país. El MAS, –«instrumento» electoral de los movimientos de masas– se echó a la calle junto con los piqueteros en las obstrucciones de carreteras.
La lucha de clases tiene lugar dentro de movimientos populares de masas mayores y mejor establecidos. En Ecuador, por ejemplo, muchos de los líderes indios integrados en la política electoral y que forman parte de los regímenes de centro izquierda son comerciantes locales, propietarios de transportes y beneficiarios de fondos extranjeros que les llegan a través de ONG. Obtienen ganancias como intermediarios y se consideran parte de una móvil clase media alta. Cuando le pregunté a uno de esos líderes indígenas sobre la educación bilingüe, me dijo que era para la «gente pobre» y que él llevaba a sus hijos a escuelas de lengua castellana, porque ésa es «la manera de tener éxito en la vida». La creciente diferenciación de clase dentro de «comunidades indias» rompe la imagen de los ideólogos de la identidad, que rechazan el análisis de clase a favor de la imputación de atributos culturales a grupos étnicos enteros. La posición central de desacuerdos socioeconómicos dentro de grupos étnicos ha tenido consecuencias políticas: la transformación de movimientos en partidos reformistas electoralistas.
El enfoque reformista electoralista está bien ilustrado por el Partido de los Trabajadores de Brasil, que rechazó apoyar el referéndum contra el ALCA para asegurarse alianzas electorales con partidos neoliberales de la derecha. Durante el Foro Mundial Social en Porto Alegre, Lula decidió participar en el Foro Social Mundial y en la reunión de Davos, organizada por las oligarquías financieras y de negocios del mundo. A pesar de que más de 52 millones de brasileños votaron por Lula con la esperanza de cambios sociales, Lula eligió un estratégico equipo económico de notables neoliberales sin consultar ni con los movimientos de masas ni con el Partido de los Trabajadores. En Brasil, la política electoral domina los movimientos de masas (como se hizo evidente durante la campaña electoral, cuando el Partido de los Trabajadores exigió que los movimientos suspendiesen todas las luchas que pudieran «enajenar» a los oligarcas de la derecha).
La tensión entre los partidos electorales y los movimientos de masas se refleja en la polarización de los intelectuales. Para aquellos vinculados con los partidos electorales, sus opiniones ideológicas y sus valores abrazan la política de acomodo a corto plazo con el poder y de control de los puestos públicos. Los intelectuales vinculados con los movimientos populares conservan una posición realista y autónoma en relación con los movilidad hacia la derecha de los regímenes de centro izquierda y afirman la perspectiva de construir un proyecto antiimperialista alternativo y transformador.
Mientras que los intelectuales de centro izquierda valoran el poder, el prestigio y la aprobación de los medios de comunicación, los intelectuales de movimientos populares valoran la organización de los explotados, el pensamiento crítico y la independencia política.
Hoy, en toda América y en el resto del mundo, los intelectuales de izquierda han de hacer frente a estos debates y a estas opciones: por un lado la de formar parte del sistema imperial y de sus bloques regionales, por el otro, la de optar por los movimientos de masas globales y locales sobre la base de la clase social, que buscan el derrocamiento del sistema. Ésta es la opción entre quienes apoyan las negociaciones sobre el ALCA y quienes lo rechazan, entre quienes apoyan la existente estructura de poder (en nombre del gobierno para «todos») y quienes actúan a favor de los explotados. En el movimiento pacifista hay quienes se oponen a la guerra imperialista estadounidense y quienes se oponen sólo porque el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no la aprueba.
Estas guerras culturales –los debates ideológicos– no son simplemente el reflejo de intereses económicos: también producen bloques de poder, partidos y movimientos que decidirán la disyuntiva entre las guerras imperialistas o la paz, entre la nueva colonización o Estados libres y vibrantes, sensibles a las clases empobrecidas.