Todavía estamos a tiempo de darnos cuenta que Jesús el Nazareno no nació en una fecha como ésta de diciembre. Sin embargo, cada 25 de diciembre, los pueblos del mundo recuerdan su nacimiento y, quienes tienen apego o adscripciones a sectas religiosas creadas en su nombre, lo celebran con distintos tipos de liturgias.
Las culturas cristianas o crísticas han denominado Navidad a esta época del año de fiestas en torno al nombre del Nazareno. En realidad, lo que se celebra desde mucho antes del nacimiento del líder de la cristiandad es la larga noche del solsticio de invierno y la esperanza del género humano por el pronto reencuentro con la luz.
Jesús, de alguna manera, hijo de proletarios y trabajador, él también, en el oficio de la carpintería, vivió su compromiso de revolucionario, de radical luchador por la justicia, por la igualdad y el amor de la humanidad, sin jamás desclasarse, sin llegar a perder nunca su humildad ni el brillo de la luz de su palabra.
Celebramos, entonces, la luz. La luz de la verdad revolucionaria, la de los pueblos oprimidos y explotados, sea en el nombre del Nazareno, de Mahoma, de Buda, de Krishna, de Lenin, de Bolívar, de Zamora, de Che o de Chávez, para nombrar tan sólo a algunas de las luces que la humanidad sigue celebrando como esperanzas auténticas de liberación, de emancipación, de independencia y hoy –por qué no- de Patria socialista.
Con ella y por ella, por esa luz de radical rutilancia de paz, igualdad y amor, los pueblos del mundo renovamos la esperanza de vencer a toda oscuridad, a toda sombra, a toda explotación y opresión de humanos y de la naturaleza. En Venezuela lo hacemos desde la natividad del liderazgo del Comandante Hugo Chávez y todo cuanto él significa como aglutinador de verdades y de orientador de los caminos presentes para alcanzar el futuro nuestro, de independencia y Patria socialista.
¡Feliz Chavidad!