Robert Serra, dirigente juvenil y revolucionario fue asesinado el 1-10-2014, razón por la cual podemos decir, que aún no se ha enfriado su sangre cuando le llega el turno de la muerte a Ricardo Durán, otro joven, a quién más allá de las diferencias que pudieron haberse tenido por determinadas circunstancias, nadie podía negar su condición de aguerrido comunicador y revolucionario. En ambos casos, Serra y Durán la infamia es la misma: es el derrame de sangre honesta, con ejemplo de ética y moral muy carente en los liderazgos contemporáneos.
Que tanto Robert Serra como Ricardo Durán hayan sido asesinados, el primero dentro de su casa y el segundo a escasos metros del edificio donde residía, ambos ubicados en zonas populares de Caracas, como lo son Catia y Caricuao, estamos en presencia de crímenes, cuya praxis ha sido debidamente planificada contra personajes representantivos de la revolución bolivariana. Y ante ello, Una vez ocurrido el macabro asesinato contra Serra ¿Cuál fue la respuesta de los cuerpos de seguridad del Estado? ¿Cómo es posible que nuevamente, y en poco tiempo, otra importante figura del chavismo haya sido presa de asesinos, sicarios, paramilitares o guerrilleros urbanos? ¿Omisión o complicidad?
Nos cuesta aceptar la muerte de Ricardo Durán, así como nos duele la muerte de cualquier ciudadano(a) cuando ésta se debe por motivos ajenos a lo que nos debería brindar la vida misma; es decir, morir conforme con las leyes naturales, y no por la imposición de voluntad de psicópatas, enfermos sociales o aventureros de la política.
Es detestable saber que alguien ha muerto por manos criminales. Saber que la vida de un niño, adolescente, joven, adulto o anciano, hoy en Venezuela no vale nada. Un país cuyos términos de vida está asociada por mis ideas, por un reloj, por unos zapatos, por un carro, por mi condición social, es el naufragio de una sociedad. Y no me vengan con el cuento que el hampa es culpa del "capitalismo" o que los asesinos son unos paramiltares. Sea como haya sido el asesinato de Durán, lo que revela es que aunque el presidente Maduro diga que él sale a caminar junto con su esposa en horas de la noche por las calles de Caracas; la verdad es que Caracas y las grandes urbes de Venezuela se han convertido en ciudades violentas donde impera la ley del mas fuerte, es decir, la ley de los malandros y asesinos, cuya peor situación se describe cuando las propias autoridades aceptan que tenemos, por ejemplo, paramiltares en las ciudades ¿Cómo han llegado? ¿Quiénes lo han permitido?
El asesinato de Ricardo Durán es la descomposición de una sociedad, cuya anomia hace metástasis en un Estado incapaz de detenerla. Un Estado que es incapaz porque tiene unos cuerpos de "seguridad" que hace tiempo dejaron de ser parte de la seguridad ciudadana, porque tenemos polícias pésimamente remunerados, objetos de sobornos y trampas, quienes a su vez no pueden enfrentarse con delincuentes los cuales cuentan con modernas armas largas, granadas o "bazukas", cuyos jefes hasta se dan el lujo de publicar sus arsenales en Twitter o Facebook, sin que haya autoridad alguna, concretamente desde el ministerio público o los tribunales quienes reparen u ordenen la detención inmediata de semejantes individuos. O será cómo decimos en "criollito" ¿Qué se hacen los locos ante tanta demencia delincuencial?
La muerte de Ricardo Durán es la repetición de una historia. Y es la historia que puede ser repetida en cualquier venezolano, porque lamentablemente si algo ha perdido la revolución bolivariana no ha sido precisamente la "guerra económica", sino la guerra contra la delincuencia en todos sus órdenes, que incluso el presidente Chávez, en más de una ocasión hizo referencia como parte de un ineludible compromiso con los venezolanos.
Que la paz llegue hasta el alma de Ricardo Durán y sus familiares. Se ha ido, (como se van todos los días), otro ciudadano ejemplar. Que el crimen no quede impune. Ricardo Durán: cuando la vida no vale nada. A propósito de ser ciego. Quien tenga ojos que vea.