No debería haber duda alguna de la injerencia estadounidense. Menos aún que es de vieja data. En concreto, después de la segunda guerra mundial, cuando imponen un nuevo modelo muy cuestionable de democracia: las dictaduras en Latinoamérica se convierten en la manera de hacer efectiva esa intromisión.
En Venezuela el saboteo empezó después del Golpe dado a Rómulo Gallegos en 1948, quien se propuso aumentar las regalías de la renta del petróleo y la participación de la industria petrolera del Estado. Curiosamente, para sacarlo del camino, utilizaron la misma estrategia: atacarlo con que no podía hacer frente a la crisis.
Luego, en las elecciones del 30 de noviembre de 1952, la Junta de Gobierno desconoce el resultado electoral que favorecía a Jóvito Villalba, candidato del URD, y nombra a Pérez Jiménez como presidente provisional de Venezuela, y posteriormente como constitucional desde 1953 hasta 1963. También los EEUU están detrás de esto.
En 1957 se da otro atentado contra la democracia con el desconocimiento del "no" a la perpetuación de Marco Pérez Jiménez en el poder. Y en 1958, ese 23 de Enero, cuando se celebra la caída de la dictadura, el dictador es derrocado por su política nacionalista que, aunque mantenía la tesis anticomunista, se apartó del Tratado Internacional de Asistencia Recíproca promovido por los Estados Unidos, algo así como el ALCA.
Los gobiernos de la democracia representativa, como los segundos mandatos de Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez, permitieron el injerencismo gringo propiciando el endeudamiento a través del FMI, como también el modelo económico rentista que privilegia a las importaciones.
En la actualidad, la nueva Asamblea Nacional, con su mayoría adeca-copeyana; ahora por vía constitucional, negocia nuestra soberanía a EEUU; para devolverle el dominio perdido en tiempos de revolución bolivariana.