Quienes tenemos "juventud acumulada" y en consecuencia hijos y nietos, obviamente recordamos los episodios de nuestra infancia, adolescencia y etapa juvenil, en los cuales actuábamos tercamente, sin tomar en cuenta las advertencias de los mayores y cada vez que algo nos sucedía por tal conducta, nuestros progenitores nos dedicaban airadamente un reclamo a lo cual tratábamos de justificar con explicaciones confusas e incoherentes, es decir, nos tirábamos una monserga. Más luego, superado el mal rato del castigo que nos vetaba la televisión, la salida a jugar en parques u otros espacios de recreación, recuperábamos el uso y disfrute de nuestras travesuras mientras que los consejos paternos o maternos -también uno que otro de los abuelos- pasaban al archivo muerto de nuestras mentes, con la seguridad que algún otro desafortunado hecho nos sucedía y retornábamos al sitio de los acusados para repetir el evento y volver a mentir, con la promesa del "no lo hago más"… pero nunca faltaba pasando por la periferia del sitio del "tribunal familiar" la tía o la abuela, quien entre dientes expresaba: ¡huuuum, ese muchacho como que tiene una sordina!
Bueno, al parecer algunos de nuestros decisores junto a quienes más cercanamente les asisten en sus responsabilidades de gobierno, viven entre la sordina y la monserga, pues cada día se repiten y repiten eventos que crispan los ánimos de las mayorías y reiteradamente se oye una que otra justificación, pero sin actuaciones contundentes hacia el origen real de los problemas para que los impida, o al menos lleven a la mínima expresión. Más bien las respuestas son confusas y casi que los inocentes terminan creyéndose culpables al oír tanto barullo sin efectos resolutivos tangibles.
Es por tanto que denotando que ciertamente la estrategia de los dueños de las industrias para enriquecerse y a la vez horadar el apoyo popular al gobierno les ha resultado muy efectiva, pues así lo comprobamos el pasado 6 de Diciembre. Ellos han reducido hasta en Dos tercios su capacidad de producción, aún cuando recibieron millones de divisas para importar insumos; muchos solicitaron Dólares para traer al país distintos bienes y luego se descubrió que no lo hicieron o trajeron chatarras por equipos nuevos, además de basura en vez de distintos materiales consumibles, quedándose ellos con una jugosa cantidad de divisas depositadas en el extranjero, mientras aquí la inexistencia de tales productos, materiales o equipos, nos sumerge en las carencias y acrecienta las necesidades.
Sin embargo, como en este país vivimos de la renta petrolera y, aunque hemos pasado episodios difíciles, realmente todavía no hemos sufrido como los europeos de catástrofes como la Primera y Segunda guerra mundial, ni hemos llegado al caso de Grecia, Ucrania u otros países. Entonces mucha gente no termina de aterrizar en la cruda verdad actual, que nos advierte la llegada de peores momentos si no cambiamos de actitud, dejando el modelo rentista petrolero y asumiendo con racionalidad un modelo productivo. Estamos todavía, en sentido general, tan embriagados del derroche, que la multitud anda desaforada esperando se aumenten los cupos de Dólares, para ir más allá de las fronteras a rasparlos y retornar a casa con el bolsillo lleno, cuyo contenido será gastado opíparamente en cuestión de pocos días y cuando mucho quedarán las auto-fotos del personaje en aquel supermercado extranjero con un paquete de papel higiénico o pañales en sus manos… a ese nivel de "genialidad" y "suprema inteligencia" llegan muchos zoquetes creyendo que lo hacen extraordinario.
Lamentablemente en nuestro país las equivocaciones no son exclusividad de un sector de la población, de un grupo partidista o de un solo nivel de gobierno, el problema se ha generalizado por consecuencia de nuestra cultura petrolera. Lo más grave es que la situación tiende a agravarse porque todavía muchos ingenuos creen que el barril de petróleo mañana amanecerá otra vez en 100 Dólares, o mucho más, y la fiesta volverá a "prenderse", es decir, las campanas de advertencia están repicando pero los tercos le colocan la sordina para acallarlas, luego la monserga se repite y repite, mientras la amenaza avanza y nos empuja a toda la nación inexorablemente al despeñadero.
Nuestro gran país tiene los recursos suficientes y el talento humano capacitado para recuperarse económicamente y consecuencialmente mejorar el bienestar general de la población, así como para ir progresando paulatinamente en el desarrollo integral de la nación; pero para ello los decisores -en primer término- deben cambiar la actitud de creerse los dueños de las verdades, así como la población en general ser más consecuente con su identidad nacional y sentido de pertenencia, pues es muy lamentable que un extranjero cualquiera venga a esta tierra y, porque la economía está mal, se crea con el derecho a tratar a los venezolanos con el mismo talante con el que un platudo turista se dirige al botones de un hotel. No se trata entonces de confrontaciones partidistas y otras menudencias más, se trata de la dignidad nacional que se debate entre la sordina y monserga.