Érase una vez una miss venezolana, a la cual le formularon, como de costumbre, una frívola pregunta que tenía como objetivo el de promocionar a algún cantante de moda, cuyo nombre seguramente revoloteaba en el aire de aquel entonces y que por tal motivo, lo más probable es que se le viniera a la mente, a pedir de boca, sin mayores esfuerzos. La interrogante bombita, en cuestión, fue: ¿Cuál es su músico favorito? Quizá por lo de música y su expresión más culta, la clásica, la miss se confundió, y hurgando en las profundidades de sus conocimientos, contestó: "William Shakespeare". A la semana siguiente, a diferencia de los actuales momentos, en que las redes sociales encienden la algarabía al instante, la prensa en su totalidad farandulezca, desató la polémica; y entre burlas, dimes y diretes, se perfiló, en la más seria (entre comillas), una opinión que sostenía la verosimilitud de aquel desliz intelectual (el de quienes esgrimieron semejante defensa). Así pues, se asoció Chespir a la música como autor, y la reina de belleza fue absuelta de toda ignorancia, concluyendo que tanto el poseer conocimiento como su austeridad, gozan del beneficio de la relatividad apoyándose en la teoría de Einstein.
"Las expresiones o las palabras no son mal dichas sino mal interpretadas", ha querido decir Nacho, defendiéndose de quienes lo acusan de inculto y falta de formación. En esto le doy toda la razón, sin ironías de ninguna especie. Estoy de acuerdo con él. La subjetividad y la perspectiva desde donde se pronuncia, cambia algunos sentidos y algunos significantes. Por otro lado, no se puede atacar a una persona por ser ignorante o por no haber recibido educación formal. En lo primero solo se es culpable si se afirma lo contrario, y lo segundo, es una culpa colectiva, es responsabilidad del sistema que domina las relaciones de la sociedad en la que se interactúa. Tampoco se puede atacar a la gente porque se equivoque y menos al fragor de la oratoria. Se estaría condenando a la condición humana en su derecho a herrar (lo que permite la rectificación, uno de los motores del progreso), por lo tanto nos condenaríamos todos: unos y otros.
Confieso que no oí su alocución (la de Nacho) en la Asamblea Nacional, pero, si algo debo cuestionar en él, y de él, son los intereses del bloque que defiende, y más aún cuando lo hace desde la dimensión de la juventud, estamento revolucionario por naturaleza, nada conservador y menos dogmático.
Pero no debo desaprovechar la oportunidad que me brinda Nacho para comentar sobre su error, más allá de él. Si somos coherentes con el análisis anticolonialista que nos exige el proceso revolucionario en el que estamos incursos, debemos ir a lo sustantivo, no a lo intrascendente de si erró o no por desconocimiento, tratando de descalificar su opinión. Y ha de salir un adversario del bloque ideológico en el que se sitúa, a analizar la expresión que según él fue mal interpretada: "He recorrido a Latinoamérica desde Canadá a la Argentina", con la suficiente objetividad como para corregir nuestros propios errores.
Primero: Siempre me ha resultado incomprensible el hecho de que se construya el siguiente enunciado: "Latinoamérica y el Caribe"; generalizado por los medios de información de masas y legitimada por los círculos académicos e intelectuales de toda índole, como si los cubanos, puertorriqueños, dominicanos o haitianos, etc., no fueran latinoamericanos también, o que el Caribe no fuese parte integral de un continente que sus aborígenes, todavía hoy en día, conocen con el nombre del Abya Yala. Como si el Caribe fuese algo aparte, segmentado. Como si fuese posible decir, en otros lares: "Europa y el Mediterráneo". Que si a bien lo hicieren, sería cuestión de ellos, y alguna razón les cabría. Es decir, existen en nuestras expresiones cotidianas, contradicciones que pasan a formar parte de nuestra opinión pública, sin el cuestionamiento debido y el análisis necesario.
Segundo: Si lo Latinoamericano tiene su origen en las nacionalidades surgidas de las lenguas latinas desarrolladas en nuestro continente, bien puede catalogarse buena parte del Canadá como componente de Latinoamérica, por aquello del francés que habla parte importante de su población. Como también a los EEUU con sus cuarenta millones de hispanoparlantes (12 de ellos en condiciones de esclavitud) radicados allí. Bajo esa lógica no es descabellado decir que se ha recorrido Latinoamérica desde el Canadá.
Por supuesto, esto no fue lo que quiso decir Nacho, menos aun cuando en su defensa dice, según los medios, que: "Me entero que Canadá no es parte de Latinoamérica". Lo que quiero resaltar es que tanto él como todos nosotros, seguimos mencionándonos con los nombres que nos adjudicó el colonizador: "americano", "hispanoamericano", "iberoamericano", "latinoamericano", etc. Más aun cuando esta última denominación, de las más recientes, nos viene dada por el hegemon Francés. Su intelectualidad, fiel a los intereses galos, más allá de sus fronteras, creó a "Latinoamérica" y el "latinoamericanismo" como parte del neocolonialismo que reclamaba Francia en el nuevo orden mundial, cocinado a lo largo del siglo veinte, pero que tuvo sus orígenes, por los mismos motivos, en las profundidades del siglo 19.
En el siglo 21, signado por la idea contrahemonica mundial, los pueblos asumen la responsabilidad de su liberación, empezando por la liberación de sus hombres y mujeres, la revolución de la mente y los afectos: la revolución infinita, y ello comienza por la conciencia del ser, su origen y el cómo nos nombramos a nosotros mismos, idea magníficamente expresada en el siguiente fragmento de la canción de Antonieta Peña y en la maravillosa voz de Solimar Cadenas: Sigamos juntos
Si elegí mi porvenir
y el nombre de mi Patria.
Si encontré lo que perdí.
Sigo aquí.
El chavismo es emancipación cultural