En estos días de reflexión, he tenido la oportunidad de leer (a pesar de estar atareado con un sinfín de actividades, el cuerpo no para), al escritor español Torcuato Luca de Tena Brunet (1923-1999), marqués de Luca de Tena, como se le conoció por su título nobiliario, mediante el cual la Monarquía española le concedió tan significativa distinción, por sus logros intelectuales en el siglo XX.
Lo resaltante de Luca de Tena, fue su inspiración y entrega, al acto escritural; sus narraciones las construía en torno a un personaje central, rehuyéndole a cualquier elemento que pusiera en peligro el correcto entendimiento de la trama. Tuvo un interés por la caracterización de sus personajes, aspecto muy cuidado en sus libros; se enfocó en los problemas psicológicos y psiquiátricos, por considerar que en ese mundo se "…veía la vida en la profundidad de lo real". La novela que leí fue "Los renglones torcidos de Dios", escrita en 1979 (439 págs.); la construcción de esta novela trajo consigo una fuerte discusión con Juan Antonio Vallejo-Nágera (1926-1990), psiquiatra y escritor español, amigo de Luca de Tena, porque este empeñó a que le hiciera un justificante para ser internado en un sanatorio psiquiátrico, con la idea de documentar su trabajo; lo consiguió, a pesar de la no colaboración de Vallejo-Nágera, al ingresar al Hospital de Conxo, en Santiago de Compostela (en la narración se conoce como Hospital Psiquiátrico de Nuestra Señora de la Fuentecilla), en el que convivió, como un paciente más, entre los personas con un alto grado de demencia. El estilo de Luca de Tena, es vigoroso, cuenta siempre con abundantes elementos de intriga y en ocasiones se acogen incluso al género policiaco. En el caso de la novela "Los renglones torcidos de Dios", no tiene nada que ver con el argumento anterior de sus trabajos, lo único que tienen en común es que en los personajes están en un manicomio.
En este aspecto, la novela "Los renglones torcidos de Dios", comienza con la entrada en un manicomio de Alice Gould de Almenara, una mujer inteligente, educada y con unas dotes dialécticas fuera de lo común; el personaje se muestra como una mujer que hace funciones de investigadora privada y que está internada con documentación falsificada para esclarecer el asesinato del padre de un doctor que es íntimo amigo suyo; el motivo que han redactado en la documentación para su ingreso es que padece una paranoia y que ha intentado envenenar a su marido, Heliodoro Almenara, tres veces. Una vez realizado el ingreso, este personaje, Alice, lleva al lector a las interioridades de esa vida en el manicomio. Presenta a varios de los internos y sus enfermedades mentales, permite conocer a los diferentes psiquiatras y enfermeras que trabajan en el centro y en que departamentos realizan su labor. Además, se asiste al enfrentamiento intelectual y dialéctico de Alice y de los psiquiatras del centro, donde ella busca convencerlos de que su diagnóstico de paranoia es falso y que está ahí por motivos laborales y los médicos para convencerla y buscar el tratamiento más adecuado para curarle la paranoia. Avanzada la trama, luego de varios enfrentamientos dialécticos con todos los médicos, algunos van cambiando de opinión y creen los motivos por los que está ingresada en el manicomio, aunque quedan dos que siguen pensando que es una paranoica, el director del centro, el doctor Alvar y el doctor Ruipérez. Luca de Tena, va tejiendo un argumento con dos líneas de interés: una es conocer cómo eran y funcionaban los psiquiátricos y otra la lucha que mantiene Alice Gould por demostrar que ella está completamente sana; y la otra, es conocer a los diferentes enfermos que se encuentran ingresados en este hospital psiquiátrico. Sin dudad, el autor alcanza que el lector se involucre con cada una de las vidas contadas, en ningún momento se percibe rechazo hacia ellos, los dibuja como seres humanos con graves problemas pero que a la vez necesitan una atención especial para conseguir que ellos mismos se sientan como personas.
En concreto, la propuesta literaria de Luca de Tena, alcanza su cometido apoyándose en una trama dialéctica que orienta el argumento hacia una dirección, para luego devolverse y crear cierto caos que el propio lector va desenredando en la medida que internaliza los hechos. El final de la novela se da de una manera inesperada; dejemos que la narración de Luca de Tena sea la que nos oriente en ese final: "…Lo dijo con la boca chica. En realidad, no las tenía todas consigo. Al doblar una loma, Alicia le pidió que parase el coche.
—Desde aquí se divisa un gran panorama, Terencio. Deténgase, por favor. Desde el punto mismo en que lo atisbo por vez primera, acompañada del falso García del Olmo, Alicia contemplaba ahora las tapias inmensas y la complicada arquitectura, mezcla de tan diversos estilos, del manicomio de Nuestra Señora de la Fuentecilla. Por un instante, se preguntó cuánto habría pagado Heliodoro a aquel elegante rufián para representar su infame comedia y conseguir encerrarla por su propia voluntad. ¿De quién sería la idea original de la farsa? ¿Quién tendría derecho a patentarla? Heliodoro, no, de eso estaba segura. Carecía del ingenio necesario para haberla urdido. Sacudió la cabeza, con un ademán muy suyo, como si un mechón de pelo o un pensamiento le estorbara. ¿Qué importaba ya eso? Heliodoro le resultaba, afectivamente, más lejano que los miles de millas físicas que les separaban. En cambio, ahí, al alcance de su vista y muy cerca de su corazón, estaban el pequeño Rómulo, al que quería enseñar un oficio, y la Niña Pendular, con la que quería llegar a comunicarse de mente a mente y hacerla sonreír, y Teresiña Carballeira, cuyo taller de bordados visitó, y Cosme el Hortelano, al que le unía no sólo la gratitud, sino la comunidad de anhelos, ya que pensaba imitar su ejemplo y dejar todos sus bienes al hospital. Allí estaba la Mujer Percha, con las llagas producidas en sus piernas por la incontinencia, que merecía ser cuidada, y don Luis Ortiz, que merecía ser consolado, y Candelas la Mujer del Rincón, a quien ya era hora de que se le levantase su eterno castigo. Y unos hombres y unas mujeres heroicos y sufridos cuya profesión era atemperar los dolores ajenos. Dios escribe derecho con renglones torcidos, pensó. Esa es mi casa y ahí quiero vivir y trabajar hasta el final. Y si César me lo permite, estudiaré medicina. Consideró que se estaba dejando llevar demasiado lejos por sus ensoñaciones (pues llegó a verse, en lo futuro, nada menos que de directores del hospital) y dio orden a Terencio de culminar su trayecto. Cerró los ojos. El deslizar de los neumáticos sonaba distinto al pasar del piso del asfalto, al de tierra sin asfaltar. Fuera de allí, el silencio era muy grande. Alicia sólo atendía a estos rumores y al latido gozoso y anhelante de su corazón."