Debatir sobre el ambiente es significante en este momento cuando su comportamiento impacta sobre el modo y la forma de vivir de los agentes bióticos que formamos parte del mismo. Seguimos con el afán de culpar a la naturaleza por lo que nos está pasando con la escasez de agua y a veces incurrimos en la mala utilización de términos, como cuando nos referimos al uso de la palabra fenómenos para describir a los eventos naturales que cuentan con un carácter cíclico o periodo de retorno, que en momentos son de gran impacto por la reiterada alteración de la acción humana, también conocida como acción antrópica. Los espacios naturales están allí, somos nosotros, el componente biótico, que los ocupamos en diversas formas y modos, en el caso de los seres humanos, aprovechamos los recursos para satisfacer nuestras necesidades y poder subsistir; a través del espacio natural o paisaje, podemos cultivar, contar con áreas para edificar viviendas, extraer materias primas con la finalidad de transformarla y utilizarla en diversas áreas de interés, es en esta última, donde se genera la discusión de modificación del paisaje y los daños colaterales que esto acarrea.
El medio natural es tan noble, que se presenta de manera óptima ante los seres vivos, con sus ciclos naturales en completa normalidad, pero nuestra terquedad para alcanzar los tan anhelados niveles de desarrollo, agota los ecosistemas creando caos que se revierte hacia nosotros, por malas praxis, agotando diversos elementos en cuanto a su capacidad de carga, que nos obligan a futuro adoptar mecanismos vinculado con la biorecuperación de los espacios, proceso este que es muy lento y jamás llega a su punto óptimo de lo que fue. En estos momentos le buscamos justificación a todo invocando al evento natural denominado “niño” y “niña”, que cabe señalar se da en la fachada del pacífico y que yo sepa nosotros lo que tenemos es influencia del Caribe y el Atlántico, ¡habrá que hablar con Panamá para que no abra tanto el canal, y evite que se le escapen los carajitos!... Pero bueno el caso que “el Niño” y “la Niña” nos tiene alejados de nuestro verdadero problema, el cual, no es otro que la ordenación del territorio, que es e instrumento que define las áreas de acuerdo a sus usos y potencialidades, restringe el uso de zonas frágiles y de alto nivel estratégico. Se sataniza, siempre la discusión de ordenación del territorio porque supone que estos instrumentos para la planificación espacial va en contra del “desarrollo”, pero resulta ser el instrumento, que cumpliéndose al pie de la letra en su contenido, podría evitar la situación del mal uso sobre explotación de los recursos naturales que tenemos.
El calentamiento global que cuenta con indicadores, vigilados constantemente por expertos e instituciones, nos habla y alerta de la implementación de medidas conservacionistas que tributen a la minimización de estos eventos ocasionado por la acción antrópica, representadas y dibujadas en las alteraciones y constantes deforestaciones y remociones de las capas de suelo y subsuelo de las cuencas y microcuencas de nuestra querida y amada Venezuela, con diferentes propósitos. Este uso irracional en muchas oportunidades afecta en gran medida a los componentes que participan en el ciclo hidrológico generando efectos colaterales y no deseados, cosa que hoy se visualiza con gran asombro en la cuenca del río Caroní, principal fuente de agua del complejo hidroeléctrico del Guri.
La concientización ambiental del presidente Chávez fue indiscutible, entendía la importancia transgeneracional de los paisajes naturales, le daba el valor que se merecía y blindaba el uso mas allá de la necesidad económica, se negó a la ampliación de exploración y explotación del escudo guayanés en muchas de sus alocuciones fue enfático en el uso y conservación de los recursos naturales de la patria. Chávez pudo hablar con dignidad de la pachamama y, a su vez ésta sentirse orgullosa de él.