En 1989, en contra de todo pronóstico, Venezuela da, a costa de innumerables vidas de mártires populares, el primer campanazo contra el hegemon imperial. En lo ideológico, contra el fin de la historia y el triunfo definitivo del capitalismo como el último sistema organizador de la sociedad humana. En lo económico, contra el neoliberalismo como la fase superior del capitalismo hacia la reproducción al infinito de la acumulación de capitales (financierización). Y en lo político contra la perpetuación de la derecha y el fascismo como el pensamiento único hacia la gobernanza mundial.
El pueblo de la Gran Caracas, en donde se generó, no lo planificó en ninguna de sus facetas. Fue primariamente, la respuesta espontánea contra la opresión ramplona de la política exterior de los EEUU, expresada a través de las imposiciones del FMI y sus operadores locales. Pero coincidencialmente fue llevado a cabo por el mismo pueblo que doscientos años atrás, encabezó la revolución que le dio independencia política a este continente, expulsando de sus tierras al imperio español. Eran los albores del siglo 19 cuando se cambió la sensibilidad del mundo con la propuesta de resolver, entre otras angustias del futuro, "La incógnita del hombre en libertad" en el marco intrínseco del nacimiento del bolivarianismo para la posteridad humanista.
En 1999, con la llegada del Comandante Hugo Chávez al poder político y la irrupción del chavismo, es decir, del pueblo insurgente en la escena beligerante del país, irrumpe a su vez, una nueva sensibilidad que hoy en día está en pleno desarrollo simbólico. Esa nueva cultura no logramos verla con claridad, aún está en construcción, pero la antigua, desgastada y agotada, empieza a ceder espacio, no sin antes convulsionar prolongando la tragedia transitoria.
Al final, la nueva cultura se impondrá sobre la vieja, no solo en el ámbito nacional sino, como lo propone el cambio de era, en el escenario mundial, es en el fondo la materialización de la esperanza para la continuidad de la existencia de la vida humana en el planeta. Lo que no sucederá con facilidad a lo interno, y que se empantanará en el tiempo, a menos que cristalicen los procesos revolucionarios con mayor celeridad, es el acuerdo para que en lo material, un bloque se imponga sobre el otro, en este caso el bloque revolucionario sobre el bloque conservador. Pero esto se desarrollará a mediano plazo con la resolución de otras ecuaciones propias del tema, que trataremos en otra oportunidad.
Lo que sí está en marcha, sin lugar a dudas, es una revolución de emancipación, La Bolivariana, llevada adelante por el chavismo y su propuesta del Socialismo del siglo 21. Ello implica en lo concreto un cambio cultural. La conciencia nacional se apropia de estas premisas y comienza a dar las primeras vueltas sobre su eje para avanzar con las inmensas dificultades que ello implica y las naturales incomprensiones por parte, incluso, de los mismos revolucionarios. Entendamos que una revolución comienza en un tiempo atrasado con respecto al suyo propio.
Ahora, si ello es así, si una revolución plantea cambiar todos los tipos de relaciones en la interioridad de un pueblo (suponiendo que esto sea posible, sin cambiar el contexto externo, pero por lo menos expresado como intencionalidad principalísima) ¿Por qué toda gestión de política pública cultural, a todo nivel, no hace otra cosa que, además como doctrina de tinte progresista: "rescatar", "resaltar", "fomentar", "impulsar", "desarrollar", "promocionar", "difundir", "animar", "democratizar", "masificar", etc., la cultura que hasta este momento ha determinado la simbología que funge como nuestra identidad y que en última instancia patentiza nuestras acciones?
De la anterior pregunta se desprende, por lo menos, una disyuntiva: ¿Cuál es la cultura que hay que gestionar como política pública revolucionaria? ¿La que hemos heredado del proceso colonizador y que constituye el principal obstáculo para nuestro crecimiento como pueblo organizado? ¿O la que la investigación revolucionaria en el proceso transformador nos permita conectar con nuestra truncada identidad?
Sobre la superficie de esta incertidumbre parecieran debatirse los funcionarios que les ha tocado tomar decisiones sobre las políticas revolucionarias en materia cultural. Parecieran simples gerentes administrando recursos monetarios para hacer justicia y democratizar el disfrute de los bienes culturales opresores, en el mejor de los casos. Pero la tragedia va por dentro, en las profundidades subyacen las cadenas espirituales, ideológicas, emocionales, síquicas, etc., que habrá que romper para que florezca la verdadera alma nacional. Esa es nuestra tarea: cambiar en la cultura todo lo que deba ser cambiado, a pesar de nosotros mismos, a pesar de lo terriblemente doloroso que pueda ser, a pesar de lo imposible que pudiera parecer.
El chavismo es emancipación cultural.