La vuelta del bolivarianismo a la Venezuela de 1999 con el Comandante Chávez blandiendo la espada de El Libertador por todo el continente, despertó en la otra orilla, con la euforia de las hordas fascistas encarnadas en el neoliberal gobierno de Aznar, otro viejo enemigo expulsado de estas tierras en el siglo 19: el degenerado imperio español.
Aletargado por más de doscientos años de guayabo moral, pero refrescado con la terapia posmoderna de la caída del Muro de Berlín, respiró una bocanada de aire toxico y se dispuso a volver por sus fueros, apoyado en su nueva doctrina imperial, la que, de todas todas, tenía que pasar por el cedazo de la política exterior norteamericana. De allí que las administraciones españolas no solo tenían que pagar el noviciado como operadores de la política imperial en el nuevo orden mundial, sino que debía hacerse de una imagen sólida como los nuevos cachorros del Complejo Industrial Militar. Así que no solo participaron, afanados como los que más, en el golpe de estado perpetrado contra el nuevo Libertador venezolano, sino que avanzaron en aventuras militares de mayor envergadura en Afganistán e Irak, con todo lo que ello implicó en materia de corrupción moral y política, y riesgo para la seguridad del pueblo español, materia que dejaremos para el análisis de los expertos.
Por lo pronto, a nosotros, empecinados como estamos en la materia cultural, nos detendremos en un detalle de esa nueva doctrina imperial española que tiene más de bufos, bombos y platillos, que de real política, pero que en el fondo es tan letal como las armas de destrucción masiva que jamás le encontraron a Saddam, pero que sin embargo, le costó la vida a él y a su pueblo, amparadas en legalidad de las mentiras de dos emperadores borrachos.
Resulta que, enmarañados en la vieja usanza, para no perder el hilo del pasado reciente, cosa que no gusta mucho al estilo Obama, justificaron su proyecto imperial en lo que ellos denominan Iberoamérica, con el siguiente argumento: "Las operaciones tanto ofensivas como defensivas siguen definiendo un modelo "clausewitziano" de búsqueda de la derrota total del enemigo a través de lo que podría definir como estrategia directa. No obstante esta parte de la doctrina no casa bien con el resto, en el que se nos habla de disuasión, de operaciones no bélicas, distensión, etc. dando a entender que la batalla no es forzosamente el fin de las operaciones militares. Probablemente se ha introducido un marco nuevo, más inclinado hacia la disuasión y la estrategia indirecta, mezclándolo con restos de los antiguos conceptos doctrinales y con los elementos de táctica terrestre norteamericana que sigue siendo eminentemente "clausewitziana".
Lo primero que notamos del anterior párrafo perteneciente al manual estratégico español para con sus ex colonias, especialmente contra La República Bolivariana de Venezuela, son sus estructurales contradicciones. Pero detengámonos en las siguientes expresiones: "...la derrota total del enemigo…" "…se nos habla de disuasión, de operaciones no bélicas, distensión, etc.,". Es decir, aun hoy somos sus enemigos, a los cuales nos aplicaran "la derrota total" y ello lo harán bajo el despliegue de operaciones encubiertas en el marco de una guerra de cuarta generación como la que en estos momentos se desarrolla sobre nuestra patria.
Pero de nuevo, ese no es nuestro tema en esta oportunidad. El nuestro es específicamente la operación que en tiempos de Aznar y Bush, el ejército español diseñó bajo la egida de la supremacía cultural que ellos sienten mantener sobre nosotros, resumida en la expresión: "España, La madre patria", para ablandar a un pueblo aguerrido como el que antaño se sacrificó por la libertad de este continente.
El proyecto militar español que sobre la nación Caribe iba a ejecutarse, tuvo por nombre: "Pablo Morillo, El Pacificador" y constaba de dos grandes bloques de acción. Uno previo, de un largo entramado sicológico e invasión silenciosa, donde las transnacionales de la información iban a tener un papel preponderante en la tarea de doblegar la voluntad del pueblo bolivariano mediante el terrorismo mediático permanente, y dos: una parte decisiva, de acción directa de efectivos militares en el territorio patrio. Pero con una delicadeza en su ejecución que no deja de preocuparnos por lo peligrosa y devastadora de la defensa nacional. Resulta que el ejército español entraría en la zona a invadir (cosa que no se acordó nunca con los norteamericanos) con un millón de ejemplares del Quijote para repartir entre los lugareños, aprovechando el furor revolucionario por la lectura despertado por el Gobierno Bolivariano (la perversa táctica no merece mayores comentarios).
Lo terrible de todo esto es que las prioridades y la reconfiguración del Medio Oriente, llevaron a los perros falderos del ejercito gringo, a otros lares, a pesar de ellos mismos, y no tuvieron que imprimir el millón de Quijotes, pues el Gobierno Revolucionario se les adelantó y en el 2005 fueron repartidos, en todas las Plazas Bolívar del país, el millón de sutilizas imperiales.
El chavismo es emancipación cultural.